opinión

‘Odiando’ a Marx

Es usual y poco conveniente odiar y no saber por qué se odia. Si a veces tergiversamos la información de alguien cercano en una mera conversación, ¿cómo será la recreación de mensajes y realidades de la historia?

Por: Erick Behar Villegas

Algo así pasa con Karl H. Marx, una controversial figura de la historia. En vez de ser extremistas, con apoyo u oprobio ciego, tratemos de entender al menos algunos temas relevantes que pueden darnos a pensar más sobre nuestra existencia. 

El mismo personaje que negó en un momento ser marxista por la interpretación que daban algunos franceses a sus ideas, caldeó los ánimos de la historia hasta volverse una extraña marca. Su tumba es atacada con frecuencia y su cara se ha vuelto la señal de un culto a la personalidad, absurdo pero fuerte en sus implicaciones políticas. Ahora en su aniversario número 202, van y vienen los mensajes que reflejan una dura malinterpretación de lo que fue un sistema de pensamiento en lo que aún entendemos como economía política.

Escribir sobre Marx es paradójico para mí, pues la accidentada implementación de sus ideas me parece poco conveniente e inclusive desastrosa para la naturaleza humana. Sin embargo, es inaceptable rechazar a Marx como un simple “neoclásico más” que cometió errores metodológicos y escribía por mero resentimiento. Sus textos son piezas históricas. Sin duda, en su teoría del valor hay contradicciones y su visión de la explotación de los trabajadores es algo sesgada, como lo señaló Eugen Böhm von Bawerk en 1896. También se sabe que Marx era un “agitador notorio”, como lo sostuvieron los ingleses y probablemente lo pensaron las autoridades belgas al deportarlo. Pero eso no implica que el rol de Marx deba cerrarse al de un agitador comunista que esparció el mal por todo el mundo.

Hay suficiente literatura interdisciplinaria que ve el origen de la radicalización del “marxismo”, al menos en parte, en el oportunismo (y brutalidad) de Lenin. Este fue el mismo que consideró necesario, usando su policía secreta o cheka (B.Ch.K), “que se prepare el terror secreta y urgentemente” en 1918. A esto se suma una cadena de oportunismos y voluntades violentas, incluyendo las de grupos ilegales, numerosos populistas y algunos enemigos, que han radicalizado un discurso que se olvidó de unos temas esenciales del pensamiento de Marx, incluyendo la aceptación y no el rechazo rotundo por la democracia. Para este último punto álgido, sugiero ver la argumentación de P. Springborg (1984) en Karl Marx on Democracy, Participation, Voting, and Equality.

Hay una idea importante en el prefacio de la Crítica a la Economía Política (1859) que nos puede hacer reflexionar. En esta obra, Marx sienta la famosa frase que lo distancia de Hegel y abre la puerta a lo que conocemos como el materialismo histórico:  "no es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino, al contrario, es su existir social el que determina su conciencia". Esto sugiere que no son las ideas las que llevan directamente a una transformación de lo físico, sino nuestra existencia física la que inspira y motiva ideas, inclusive la forma en que nos comprendemos a nosotros mismos. Un ejemplo simple: las palabras que usamos se pueden ver como el producto del sistema en el que crecemos. Piénsenlo así: ¿nos comportaríamos igual si hubiésemos nacido en condiciones materiales distintas?

En su sistema de pensamiento, hay una base (die Basis) y una superestructura (der Überbau). La primera refleja las fuerzas de producción o “la relación del hombre con la naturaleza”, mientras que la superestructura muestra el sistema y las instituciones que se crean para darle un sentido y a esa base. Esto incluye el sistema político y jurídico, es decir las instituciones que nos rodean y nos organizan. También incluye la religión, y aquí aparece la famosa y muy malinterpretada frase sobre el “opio del pueblo”, pensada no como algo que destruiría la sociedad, sino como un fármaco que la sedaría para ver la realidad de otra forma, como lo argumenta B. Goodrich de la Universidad de Denver.

El hecho de tener críticas importantes como la de la escuela austriaca, por ejemplo, en el rol activo de las instituciones, no implica que las ideas de Marx no merezcan una lectura equilibrada y abierta para entender la historia y nuestra existencia humana. En esto estoy de acuerdo con la escuela austriaca: las instituciones no pueden ser vistas como una cosa rígida que no puede traer cambios a la “base”, aún más cuando vemos en pleno siglo 21 que las instituciones son motores de cambio material y social.

Marx se olvidó repetidamente del bienestar material de su propia familia. No tuvo el dinero para comprarle un ataúd a su pequeña hija Franzisca, que murió de bronquitis. No le prestaban dinero y tuvo que dejar a su hija muerta en la habitación contigua mientras su esposa, Jenny von Westphalen, encontraba una solución. En finanzas personales, podríamos decir que era un desastre. Marx pasaba 10 horas diarias enfrascado en sus escritos en la British Library, tratando de construir una teoría que llevaba otra contradicción mortal en su esencia. Si el capitalismo estaba condenado a la destrucción (cf. Das Kapital), ¿por qué se debía incitar una revolución ya determinada por las fuerzas de la historia? (cf. el Manifiesto Comunista). 

El problema de Marx fue el acervo de violentos e irresponsables intérpretes que le siguieron, pero su intención de poner la lupa sobre el tema social no puede considerarse un retroceso en la historia del pensamiento económico. ¿Puede hablarse realmente de un retroceso? Por eso no puedo estar de acuerdo con la ceguera de odiarlo por culpa de la oscuridad de sus intérpretes, incluyendo al genocida Stalin, a algunos grupos que siembran terror, y sin duda a populistas latinoamericanos. Estos lo han usado como marca de legitimación para traer un extraño y fracasado capitalismo de Estado que hasta el momento solo ha servido para escribir las páginas del sufrimiento humano y la pérdida de la libertad. 

No creo que Marx estaría orgulloso de muchos de sus irresponsables intérpretes. Si vamos a criticar a Marx, vale la pena entender quién fue y permitirse verlo como un contradictorio y agitado filósofo que se estrelló con un mundo en donde las buenas intenciones terminan generando una desolación peor que las imperfecciones que van cambiando.