Este resultado que no es totalmente sorpresivo si era considerado como fuente de incertidumbre y riesgo para los mercados financieros globales ante las propuestas poco convencionales que hizo Trump durante la campaña electoral.
Con una campaña radical que apeló al nacionalismo y al populismo económico, logró capturar la atención y el apoyo popular de los trabajadores americanos que no han visto reflejada la recuperación económica del país sobre su nivel de vida, aunque al mismo tiempo muy probablemente habrá polarizado las relaciones con el partido demócrata y con grandes líderes de su propio partido. Este hecho hará más complejo poder pasar en el Congreso varias de sus propuestas.
Aspectos relevantes como: la renegociación del tratado de libre comercio con México y Canadá (NAFTA), la imposición de un arancel de 45% a las importaciones provenientes de China, el establecimiento de nuevos impuestos a las empresas que inviertan fuera de EE.UU., el incentivo a la repatriación de capitales, el redireccionamiento de los recursos destinados a los programas de cambio climático de las Naciones Unidas, la reducción de impuestos (gravamen individual desde 39,4% a 33% y la tasa corporativa desde 35% a 15%) y el mayor gasto público (especialmente en infraestructura), el aumento del salario mínimo, son los que desde el 09 de noviembre están configurando el denominado “Efecto Trump” sobre los mercados financieros globales.
Según estimaciones públicas de la campaña de Trump, la economía podría crecer a niveles de 4 % al año y se crearían 25 millones de nuevos empleos; sin embargo, para muchos analistas el efecto positivo será de corto plazo pues el mayor déficit fiscal podría entrar en contradicción con la política monetaria, mientras que la productividad, ya baja, podría verse deteriorada, haciendo que el impacto de mayor plazo sobre la dinámica económica sea negativo.
Dentro de las reacciones más claras hasta ahora de los mercados financieros llama la atención el empinamiento de la curva de bonos del tesoro americano, es decir la ampliación del diferencial entre las tasas de interés de mercado de los bonos de deuda pública de largo plazo (10 y 30 años) vs. los de corto plazo (1 y 2 años), producto de un fuerte repunte en las tasas de los títulos de largo plazo. Este comportamiento responde esencialmente a dos expectativas: 1) mayor riesgo de inflación y; 2) mayor riesgo fiscal o, al menos, mayor percepción de crecimiento del endeudamiento público.
Entre tanto, el mercado de renta variable americano se ha visto beneficiado por una agenda pro-crecimiento económico ante el aumento de las posibilidades de reinversión, recompras de acciones, mayores pagos de dividendos y fusiones y adquisiciones por parte de las firmas estadounidenses. Sectores cíclicos como construcción, materiales básicos, metales base y otros como el financiero han capturado un buen momento de altas valorizaciones como respuesta a las consecuencias más previsibles de las políticas del presidente Trump, después de su posesión el 20 de enero.
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Sin duda, EE.UU. tiene espacio para un mayor estímulo fiscal a corto plazo (2017 – 2018, lo cual podría llevar a mejorar el crecimiento económico, beneficiando además las ganancias empresariales por la reducción de impuestos que impulsarían el consumo. No obstante, este escenario también podría generar efectos colaterales poco deseables como una presión de inflación por un rápido aumento de los salarios en una economía que puede estar cerca del pleno empleo, hecho que a su vez podría poner en aprietos la holgura monetaria esperada para el próximo año y, en consecuencia, cambiar las expectativas sobre moderados aumentos en la tasa de interés de la Reserva Federal hacia una senda más acelerada. Por lo tanto, expectativas de mayores tasas de interés y mayor inversión local podrían generar un nuevo fortalecimiento del dólar que a su vez puede ser un factor en contra de la recuperación económica.
En todo caso el efecto Trump puede haberle dado un giro a las estimaciones de rentabilidad de los activos en EE.UU. y, a la vez, está teniendo un efecto negativo sobre algunos activos de economías emergentes que en términos relativos lucían baratos frente a los de economías desarrolladas. Tal vez los efectos más claros para las economías emergentes a corto plazo han sido el debilitamiento de sus moneda frente al dólar y la desvalorización de los mercado de deuda pública, tanto en moneda local como extranjera, por la propagación del rebote en las tasas de interés de largo plazo en los bonos del tesoro americano.
Afortunadamente para los activos financieros de las economías emergentes el efecto final no será tan lineal como fue descrito anteriormente. La apreciación del dólar, la necesidad de mantener bajo control la situación fiscal a mediano plazo y la pérdida de productividad que implicaría menor mano de obra inmigrante y mayores salarios, son factores estructurales que harán que con el paso de algunos días o semanas los mercados superen la reacción observada en las jornadas post electorales.
Por ejemplo, el cambio sobre la senda esperada de aumentos en la tasa de interés de la reserva Federal es muy ambiguo ya que mayor crecimiento e inflación pueden generar expectativas más alcistas, pero la apreciación del dólar y un excesivo gato público que requiera financiarse con deuda podrían incluso cambiar las expectativas a la baja, replicando lo sucedido en Japón en las últimas dos décadas. Así mismo, para las economías emergente un repunte de los commodities por el gasto público en infraestructura y un mayor crecimiento económico en EE.UU. también podría beneficiar a América Latina.
Por lo tanto, la reacción inicial de los mercados financieros globales es consistente con las propuestas del presidente Trump pero todavía falta mucho para considerar que dicho comportamiento será una nueva tendencia.
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