MARIO VALENCIA
Emprendedores quebrados
La palabra de moda es emprendimiento. La repiten en las universidades, en las familias, en los medios y en el gobierno. Todo el mundo la dice sin saber exactamente qué es y cada quien la usa de acuerdo a sus intereses, incluso los más nobles intereses.
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En Colombia, como política pública, se habla del tema desde 1999, con el programa “jóvenes emprendedores y exportadores”. Tres condiciones: 1) joven, 2) emprendedor y 3) exportador; ¡el trilema imposible! De ahí en adelante, no se hace un Plan Nacional de Desarrollo que no contenga la bendita palabra emprendimiento.
El emprendimiento no se puede dar como una iniciativa individual, aislada e independiente del contexto. Se llamó emprendedor a aquellos que se lanzaban a explorar el ‘nuevo mundo’, tal como lo había hecho Colón. Algunas características son la alta cuota de incertidumbre y de innovación. Schumpeter, en 1942, expresó que su función era “reformar o revolucionar el patrón de producción”. Peter Drucker, en 1985, afirmó que no era un rasgo de personalidad, sino de conducta, es decir que se puede aprender. Pero, así como la creatividad no surge de la nada, del espacio y del cerebro vacío (o del estómago vacío), el emprendimiento tampoco.
El país está lleno de emprendedores, en todas las regiones y de todas las edades. Pero el contexto les es adverso. Según Confecámaras, en un estudio de diciembre de 2018, entre 2013 y 2017 se crearon 1.075.908 empresas y se quebraron 1.011.613, el 94 %. De 1.532.290 empresas formales que hay en Colombia, el 63 % solo emplea a quien la creó y 66 de cada 100 se quiebra en el término de 5 años. No es que los emprendedores hayan fracasado. Quien falló en hacer prosperar el emprendimiento fue el Estado.
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El emprendimiento en Colombia se usa como la excusa para que el Estado no cumpla su función social. Que cada quien se salve como pueda, que el mercado actúe solo, como si esto hubiera funcionado alguna vez, aunque sea una sola vez, en la historia del capitalismo.
La lógica aplicada en esta Nación es la de una persona, una empresa. Pero eso no crea riqueza, al menos no la que se necesita para el desarrollo, porque desconoce el principio básico de la ley del valor: el principal componente de la mercancía es la fuerza de trabajo humana; sin fuerza de trabajo no hay producción mercantil y sin esta no hay riqueza. Antes de estafar a los estudiantes con el discurso emprendedor, deberían enseñarles esto. Pero en Colombia no se hace porque desnuda que es imposible el desarrollo económico con la lógica de una persona, una empresa. Además, Audretsch, en 2002, estudió que “dado que el desempleado tiende a poseer bajas dotaciones de capital humano y poco del talento requerido para empezar y sostener una nueva firma, en este aspecto el alto desempleo se asocia con un bajo grado de inicio de actividades”, es decir, de emprendimiento.
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No es pesimismo, simplemente que es engañoso plantear que el desarrollo económico de un país está dado exclusivamente por la suerte que puedan correr los jóvenes innovadores, creativos y emprendedores. La fórmula más exitosa para el emprendimiento es la educación de alta calidad y que el Estado deje de quebrar a las empresas ya existentes, desde un puesto de empanadas hasta las grandes industrias nacionales. El emprendimiento más exitoso es el que tiene un entorno favorable a la creación de riqueza, que se mueve en un espacio competitivo y con un mercado interno próspero. Invito a que encuentren uno solo de estos elementos en el Plan de atraso de Duque.