MARIO VALENCIA
Jóvenes desocupados
Los resultados saltan a la vista. Según cifras del DANE, a pesar de que la juventud en Colombia es el 31,7 % de la población en edad de trabajar, representa el 50% de los desocupados del país, una situación por completo ineficiente, porque no es capaz de aprovechar esa fuerza para impulsar el aparato productivo nacional
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El vigor, la capacidad de aprendizaje, el dinamismo, el espíritu innovador, la maleabilidad que caracterizan a la juventud proporcionándoles energía y arrojo, requieren ser canalizados para que sean eficientes y conlleven a resultados productivos. Es cierto que el emprendimiento puede ser orientado, pero -principalmente- requiere de un ambiente favorable a sus propósitos.
La principal herramienta conocida para ello es la educación, pero no cualquier educación: llenar las aulas con decenas de jóvenes no garantiza su inteligencia intelectual o emocional. Lo primero que deben hacer las sociedades es tener un propósito de Nación, planificando hacia dónde se enfoca el crecimiento y el desarrollo económico. Obviamente, una sociedad dedicada a extraer y exportar recursos naturales y materias primas no necesita profundizar en la educación. Pero si de lo que se trata es de ubicarse -realmente, sin torturar las estadísticas- entre las naciones más avanzadas, la educación debe estar dirigida a la investigación en ciencias básicas y aplicadas, es decir, a formar más científicos e ingenieros.
Es mandatorio, entonces, implementar la educación dirigida a la complejidad de la física, química, matemáticas y biología, que se convierta después en aplicaciones tecnológicas. La complejidad del conocimiento no radica en saber manejar un celular, función que un niño de 2 años realiza magistralmente, sino en saber cómo se hace y producirlo. De esta forma, la política pública en materia económica puede orientarse a estimular y proteger un aparato productivo de alta sofisticación, de bienes industriales y no de extracción petrolera. No existe una forma diferente de hacerlo y es la explicación de por qué los catorce Planes de Desarrollo que ha tenido Colombia fracasaron.
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Los resultados saltan a la vista. Según cifras del DANE, a pesar de que la juventud en Colombia es el 31,7 % de la población en edad de trabajar, representa el 50 % de los desocupados del país, una situación por completo ineficiente, porque no es capaz de aprovechar esa fuerza para impulsar el aparato productivo nacional. En consecuencia, la tasa de desempleo en este grupo demográfico es de 16,9 %, cuando en los países de la OCDE es de 11,9%. Asimismo, la mayor ocupación de los jóvenes se da en sectores de poco o nulo valor agregado como el comercio (una tercera parte del total de ocupados), en donde el rebusque explica el 66 % de los trabajadores del sector.
El Plan del Centro Democrático, que se discute en el Congreso con mermelada 2.0, también fracasará. El presupuesto para educación, teniendo en cuenta los recursos públicos, será de $ 34 billones en promedio anual para el cuatrienio, inferior a los $ 38,2 billones de 2018 y los $ 35,6 billones de 2017. En ciencia, tecnología e innovación los recursos parecieran estar inflados y desfinanciados, pues en el “pacto” se proyectan $ 21,1 billones, pero con presupuesto y regalías solo estarían asegurados $ 10 billones, menos del 1% del total del plan de inversiones, y eso rezando para que el precio del petróleo llegue a US$75 / barril. En síntesis, esta realidad condena a Colombia al ostracismo científico y tecnológico, ampliando cada vez más la brecha frente a las potencias.
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Resolver esta compleja situación obliga a replantear si el ideal de sociedad es la búsqueda individual de éxito, ligado a la suerte y basado en la acumulación de riqueza particular sin importar los medios para este fin. O si el deber ser es impulsar una mayor vinculación de la juventud a la política, en su definición más amplia de preocupación por los problemas generales del país. El segundo camino es más difícil, porque no está ligado a los casos extraordinarios de éxito, que sirven de propaganda para desviar la atención sobre las causas reales del atraso, sino al desarrollo colectivo de las fuerzas productivas. Esto último es la única posibilidad de progreso y bienestar nacional y por ello se debe hundir el Plan de Duque.