MIGUEL ÁNGEL HERRERA

Maradona, el político

Maradona nos deja varias lecciones sobre la relación entre deporte y política, futbol y política, pero especialmente sobre el impacto de un astro del deporte en la vida sociopolítica de un país y de un continente.

Miguel Ángel Herrera, Miguel Ángel Herrera
3 de diciembre de 2020

Lecciones que son cruciales para una sociedad latinoamericana que, por la pandemia, tiende a revalorar la visión ideológica de izquierda como opción casi desesperada de reconstrucción social.

Discrepo de quienes piensan que el Diego fue solamente un gran futbolista. Tampoco creo que haya sido un gran político. Ni siquiera considero que se le pueda categorizar como tal. Pero sí fue un destacado activista político, como muy pocos deportistas (de todos los deportes) en el mundo. Un líder irreverente, de vocación contestataria, con una enorme capacidad de entender los retos de su entorno sociopolítico y de fijar posiciones frente a ellos. Hoy, nuestro deporte, en especial el futbol, carece de figuras que al tiempo que hacen gambetas, tengan la capacidad de articular un mensaje político, en un sentido o en otro.

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Sin embargo, el desarrollo de ese talento político fue desafortunado. En principio, Maradona escaló como protagonista de la vida política nacional en Argentina. Solidario y cercano a las madres y abuelas de Plaza de Mayo, se convirtió rápidamente en un símbolo antirrepresión. Como defensor de los más pobres, fijó posiciones públicas contra el hambre, la pobreza y la marginación social. Criticó la Iglesia, la dependencia de los países latinoamericanos con Estados Unidos y la maquinaria capitalista. Y como crítico de los ideales neoliberales, casó peleas contra los gobiernos de derecha, destacándose su confrontación con el recién saliente gobierno de Mauricio Macri.

Desde luego, con ese talante, unido a su popularidad, el 10 terminó en las fauces del peronismo y del castrochavismo latinoamericano. Desfiló muchas veces en la Casa Rosada en tiempos de los Kirchner y más recientemente del actual presidente Fernández. También fue cercano a Carlos Menem y a Fernando de la Rúa. Mostró sin recato su admiración por el régimen cubano y por la revolución bolivariana de Chavez y Maduro. Así, terminó siendo pieza clave de la vuelta al poder del peronismo en Argentina y se convirtió en gran canal publicitario de la izquierda dogmática latinoamericana, al tiempo que se erigió como puente entre los regímenes afines al castrochavismo.

Sin embargo, su desenfrenada pasión política insurgente, combinada con su evidente deseo de poder económico, terminaron llevándolo por el escabroso camino de la narcopolítica. Desde sus tiempos en Italia, en los inicios de su destellante carrera internacional, Maradona estuvo involucrado en escándalos con la mafia napolitana, a la que se atribuyó, en ese entonces, la contratación del astro argentino. Más recientemente, al final de su carrera deportiva, como director técnico, aceptó dirigir el club Dorados de Culiacán en Sinaloa, santuario del narcotráfico mexicano. En Colombia, se especuló sobre la cercanía de Maradona con Pablo Escobar. Adicionalmente, el médico colombiano de la estrella argentina, Mauricio Vergara, fue señalado de dirigir una red de narcotráfico.

Por esto no sorprende el incondicional apoyo y admiración de Maradona a regímenes como el de Maduro y sus aliados latinoamericanos, fuertemente cuestionados por sus vínculos con el tráfico de drogas. Recordemos que el ídolo del fútbol defendió a Maduro mientras la Casa Blanca, en tiempos de Trump, bautizó al líder venezolano como "el capo de los cómplices” del narcotráfico en el hemisferio.

Hoy, tras la resaca por la muerte del 10 argentino, varias reflexiones políticas quedan. No debemos estigmatizar o desestimar el talento político de las estrellas del deporte, por la incoherencia e ilegitimidad que mostró Maradona. Y que muchos otros mostrarán. Los deportistas, en particular los futbolistas, pueden jugar un transcendente papel sociopolítico como representantes auténticos de poblaciones vulnerables y relegadas. Debemos, en su lugar, cuestionar el oportunismo político de nuestros gobernantes y aspirantes, en relación con su interés de acoger en sus filas a deportistas y figuras públicas en general, cuyo interés genuino -como fue Maradona en sus inicios- es abogar por quienes no tienen acceso al desarrollo.

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Los deportistas con el don natural de interceder públicamente por ideales de carácter social, más allá de aptitudes políticas -que el Diego evidentemente poseía- de requieren sólidos valores morales que los blinden de los tentáculos que tiende el ejercicio de la política a gran escala.

La izquierda, por su parte, si quiere fortalecerse, debe cuidar sus medios, y no solo obstinarse con sus fines. La figura de Maradona ayudó en principio a popularizar los dogmas de izquierda, tanto dentro como fuera de Argentina, pero a un costo muy alto por cuenta de la relación del astro con el narcotráfico, su incoherente y controversial estilo de vida, y su defensa de lo indefendible. ‘El Cebollita‘, además, se quedó en retórica política, porque poco materializó en vida. Si hubiera fundado iniciativas o programas propios para concretar sus ideales, quizá no hubiera necesitado de las plataformas políticas prestadas por los oportunistas de izquierda.