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Modiano para niños

Claudia Rodríguez reseña 'Catalina Seguridad' del Nobel de Literatura 2014, Patrick Modiano.

Revista Arcadia
10 de diciembre de 2014


Nada más inocente que un par de gafas montadas sobre la nariz, adheridas a los ojos para garantizar que vean el mundo como debe ser. Nada más inocente que quitarlas para limpiar los cristales, dar un respiro a la mirada e incluso entrar en ese vapor en donde las cosas amenazan con desaparecer, tan borrosas que a veces pareciera que ya no están ahí. A algunos ese momento nos aterra. No es lo que le ocurre a Catalina Seguridad, el personaje de Patrick Modiano, el más reciente Premio Nobel de Literatura, que en este libro para niños de 1988 ya deja ver su pasión por rastrear el hilo de la memoria. Modiano, cuya sensibilidad se muestra a lo largo de toda su obra, nos regala un relato tan conmovedor como notable: esta es una historia de encuentros y desencuentros a lo largo de los años.

Al quitarse las gafas Catalina elige entrar en la ensoñación, allí donde da la espalda al socio de su papá, el señor Casterade, obseso con la moral y la perfecta ortografía, y donde puede elevarse sobre sus pies y ser, como su mamá, una gran bailarina.

Esta es la historia de Catalina, maestra de ballet que vive en Nueva York y evoca, con alegre melancolía, una parte de su infancia. Aquella en la que vivió con su padre en París, mientras su madre se establecía en Estados Unidos, su país de origen. Atrapado en una relación de negocios y deuda con Casterade, separado de su bailarina y solo con su hija, el padre de Catalina aliviana el mundo de los dos con juegos repentinos como subirse en silencio a la balanza donde Castorade solo pesaría mercancías, evadirlo en el restaurante, untarse uno al otro la crema de afeitar, convertir la calle en escenario de un baile en donde él la sube en hombros… Entre las cartas que reciben de Nueva York y la intensa complicidad que viven, ambos recomponen su vida hasta ese día en el que abordan el barco rumbo al reencuentro con la madre. Inexorable, el tiempo pasó, los padres envejecieron juntos, a veces risueños, a veces gruñones, y Catalina se hizo mayor. Por fortuna, la niña que fue, a veces despierta para recordar aquel París de edificios apiñados que parecen sostenerse como lo hicieron ella y su padre.

En este relato, en apariencia simple, y donde bulle lo cotidiano, se descubren asuntos profundos de la vida; aquí el más importante es el de la posibilidad de simular como recurso para sanar ausencias, acercar tiempos y lugares felices, sobrevivir. Castorade simula ser un gran poeta francés; Odette Marchal se esconde en la rusa Galina Dismaïlova, profesora de baile; Jorge, el padre de Catalina, finge ser un hombre de negocios cuando al parecer se dedica al contrabando, guarda el secreto de un romance mientras la esposa está ausente y se hace el de las gafas con las verdades propias y ajenas. Simular se parece a ver el mundo sin gafas y resulta estupendo si se hace a voluntad, como Catalina cuando baila sin ellas y entra en ese lugar esponjoso, acogedor, en el que escucha, aunque no suenen, el piano y la voz de su maestra. En la relación con su padre, Catalina ha descubierto que simular es tan válido como equivocarse. Que simular es como abrir un paréntesis en la existencia, por un tiempo, mientras se resuelven los problemas, para tomar aliento y luego enfrentarlos. Aquí Modiano sugiere, con delicado humor, que un cierto grado de simulación nos viene bien para sobrellevar la existencia, darnos la posibilidad de cambiar la mirada ante el destino y poder decir, en cada vuelta de tuerca como Jorge, el padre de Catalina: “Brindo por los dos, señora vida”.