Desde que el homo sapiens comenzó a comportarse en las estepas de modo cada vez más ingenioso, hasta el presente en el que domina el planeta Tierra, han pasado apenas 70.000 años. Apenas, porque los miembros del género homo, es decir los humanos, ya llevaban 2.500.000 años sobre la faz del planeta. Y porque la especie sapiens, es decir nosotros, había comenzado a aparecer 80.000 años antes.
Mirado en el contexto de la historia del planeta, un proceso tan fugaz como ese es una total anomalía, y explicarlo suena imposible. Sin embargo, ese es uno de los propósitos del profesor israelí Yuval Noah Harari en su libro De animales a dioses, que recopila su cátedra en la Universidad Hebrea de Jerusalén y que se convirtió sorpresivamente en un best seller internacional, traducido a 20 idiomas.
En realidad, no era para menos. Harari se lanza, con gracia y autoridad, a desentrañar por qué resultamos tan exitosos, qué tanto le costó eso al planeta y, como si fuera poco, qué tanto futuro tenemos.
Para Harari, los homo sapiens superamos a nuestros competidores por nuestra capacidad de cooperar a gran escala. Ese logro solo fue posible porque, a diferencia, por ejemplo, de los neardentales, que solo podían describir cosas que realmente existen, frutas, rocas, árboles, nosotros fuimos capaces de inventar ideas abstractas, capaces de convencer masivamente. Relatos imaginarios que facilitarían la cooperación entre individuos que no se conocían.
Esa capacidad, posible gracias a lo que Harari llama la “revolución cognitiva”, es el cimiento fundamental que conduciría a la agrícola, hace unos 11.000 años. Los homo sapiens, que migraban cada vez más lejos, dejaron de cazar y recolectar, se establecieron en comunidades cada vez más grandes y comenzaron a depredar al planeta y a ellos mismos, en lo que Harari llama el mayor fraude de la historia.
Y hace un suspiro, meros 500 años, se dio otro cambio sorprendente: alguien pensó que los mitos religiosos no lo explicaban todo, se declaró ignorante y dio paso a la revolución científica, por la cual la vida humana ha cambiado más que en todo su discurrir precedente. Con sus colofones, la industrial, de hace 250 años; la informática; de hace medio siglo, y la biotecnológica, apenas en ciernes, Harari llega a proponernos un futuro en el que el homo sapiens, luego de convertirse en amortal (no inmortal, sino incapaz de morir por causas naturales) dé paso a nuevas formas de vida híbridas e incluso inorgánicas.
¿Absurdo? No si se considera el marco temporal a futuro y la aceleración exponencial del avance tecnológico. En un momento dado, la obra de Harari suena, más que a libro de historia, a meditación filosófica sobre la condición humana. Porque, sin olvidar que también tiene su lado oscuro, nada de lo avanzado por el homo sapiens habría sido posible sin esa capacidad de inventar mitos comunes, de creer en las mismas ficciones. “Si examinas cualquier caso de cooperación a gran escala, comprobarás que siempre está basado en algún tipo de relato imaginario”.
No solo se trata de las religiones tradicionales, sino de la cultura misma. Hoy todos creemos que el dinero tiene valor, que las sociedades anónimas existen realmente, que la propiedad privada o los derechos humanos, o las naciones, corresponden a realidades tangibles y no creadas a conveniencia. Todos ellos “son igual de ficticios que los antiguos dioses y no existen en la naturaleza, solo en nuestra imaginación”. Pero sin ellos no podríamos vivir.
Y tal vez lo peor: llegar a este delirio tecnológico que no parece tener fin solo nos ha tomado 70.000 años, un abrir y cerrar de ojos en términos evolutivos. Por eso, hoy seguimos siendo en el fondo esos homo sapiens que, temerosos en las praderas, no podían imaginar lo que el futuro les tenía preparado.