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Tenacidad

El nuevo libro de Ray Loriga, 'Rendición', plantea una guerra de más de diez años cuya razón de ser permanece oculta.

Por: Revista Arcadia

Cuando despertamos, Ray Loriga todavía estaba allí. Seguía con la misma cara de hace 30 años, pero ya liberado de la chaqueta de cuero del “realismo sucio español”, la cazadora de las novelas Lo peor de todo (1992), Héroes (1993) o Caídos del cielo (1995). Ya no es pareja de la inolvidable cantante Christina Rosenvinge y su Que nos parta un rayo, así como se encuentra lejos de la estética underground madrileña que pareció una ibérica beat generation. Más parecido resulta ser al coautor del guion de Carne trémula (1997), de Pedro Almodóvar, que al tío duro que parecía representar los problemas y retos de la Generación X española. No: ahora lo vemos como el ganador del Premio Alfaguara 2017 con su novela Rendición, cuyo título parece ser lo opuesto a lo que ha sido su voluntad de escritura.

Portada del libro

En su novela, premiada este año por el jurado por ser “una historia kafkiana y orwelliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva”, Loriga imagina un mundo prácticamente alegórico en el que una guerra lleva más de diez años, y no se sabe a ciencia cierta quiénes son los bandos, o quiénes son los causantes del conflicto. La pareja protagonista desconoce si sus dos hijos que han sido enviados a la guerra siguen luchando, si han sido dados de baja, o si acaso alguna vez existieron dentro de la realidad que la guerra oscura produce y luego no deja respirar. Viven en lo que parece ser una casa alejada de cualquier casco urbano hasta que reciben la orden del gobierno (que tampoco sabemos quién o qué es) que les obliga a trasladarse a la ciudad transparente, en la cual al llegar comprueban que el adjetivo no es gratuito: las paredes de todos los inmuebles son transparentes, de tal manera que no hay intimidad alguna. Parece ser esta la gran reflexión de su narrador que nos hace pensar en nuestras propias épocas del miedo: frente a la incertidumbre del enemigo, también encontramos la incertidumbre de la intimidad, porque si el enemigo es un desconocido, significa que también puedo serlo yo mismo. La novela juega con unos campos de significación variados: puede rememorar esa indeterminación de las novelas de Saramago, pero también las férreas decisiones de cualquier gobierno contemporáneo que con tal de erradicar al enemigo silencioso, está dispuesto a revisar uno a uno los correos de sus ciudadanos, quienes también a través de las redes sociales, han decidido mostrar esa versión de la desnudez.

¿Qué hay del Loriga de la década de los noventa? La indiferencia por el sistema que promovió entonces se ve ahora reflejada en el estilo de su novela: ausente de adjetivos y de nombres, nos muestra que la guerra es eso, un juego que anula la memoria y la razón. El personaje se debate entre amigos que luego sabe que no lo son, y también es cómplice de la manera en que un desconocido comienza a entrar a su hogar hasta desplazarlo no solo de su rol de padre con un niño que deciden adoptar, sino también de su lado de la cama y de su labor de esposo y voluntad de amante. La comida sabe literalmente a mierda (porque lo puede ser), y lentamente se va mostrando que esas características a las que un gobierno quiere proteger de sus temores inventados e invisibles es el camino más rápido para el automatismo y para la desaparición.

Hay, sin embargo, algo que no supera las barreras del impacto y del manejo del género que le permita erigirse como una novela propia dentro de la estética que propone, o los tiempos distópicos que proclama. Puede ser que algunos lectores prefieran que la pesadumbre fuera más allá del estilo y se reflejara en más elementos cruciales, en más imágenes que muchos recordarán de Loriga. Se trata de una buena novela que pone en evidencia los métodos de la literatura distópica, pero que, sin embargo, no logra, en cuanto novela, erigirse por encima del propio género que propone. Es un excelente ejemplo de este género; pero es eso, un ejemplo.