“Es un revés”, dijo el presidente de la República sobre el atentado de las Farc que dejó ocho muertos en Inzá, en el Cauca. Una mísera expresión para describir el asesinato de seis policías y dos lugareños. Pero algo lo excusa: en pleno proceso de paz, y uno con tantos incomprensibles enemigos, es evidente que se necesita de un discurso cauto. Se entiende que hay que aguar las palabras para no aguar la fiesta.
“Es un campanazo de alerta”, dijo la ministra de Educación sobre los resultados de las pruebas Pisa (evaluación de 510.000 jóvenes de 15 años en 65 países, coordinada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), que dejaron a Colombia en un vergonzante tras antepenúltimo lugar entre 65 países. Lo mismo: una aguada respuesta a semejante vergonzosa noticia. Pero a ella, a diferencia del Presidente, nada la excusa. ¿Un campanazo de alerta? Lo que dice el diccionario es que las alertas sirven para prevenir las catástrofes, no para lamentarlas.
Todas las reacciones a la noticia han sido tan asombrosamente desleídas como la de la ministra. La directora del Icfes, Margarita Peña, en entrevista con El Tiempo, pide calma (!), dice que no nos podemos echar a la pena, y busca atenuantes: “Lo que hay que mirar con detenimiento no es el puesto del país sino el desempeño de los estudiantes –asegura– y Pisa nos da ese dato: el nivel de los colombianos con respecto al nivel establecido como deseable por esa organización, que es de dos (en una escala de uno a cinco); en matemáticas ubica al 70 por ciento por debajo de ese nivel y en lectura, a la mitad de quienes tomaron la prueba”. Sus palabras recuerdan la estrategia de los directores de medios cuando salen los resultados de audiencia y no les ha ido bien, y entonces recurren a parcelar la información: “Subimos 4,7% en los índices de audiencia en estrato 3 en la zona cafetera”, titulan con fingido entusiasmo.
Lo correcto, pensamos en Arcadia, es que sí es necesario echarnos a la pena. Y de manera seria. Porque no es serio, tampoco, lo que dice el director de Fecode: Luis Alberto Gruber afirma que “ser profesor es el escampadero de más de un desempleado”, en una actitud de “yo no fui” que tiene un tufillo de chiste barato, de quien se exculpa porque las cosas son como son y qué le vamos a hacer. Casi tan vergonzosa su respuesta como los resultados.
¿Que no hay nada qué hacer? Basta leer el editorial de este mes de la revista Dinero para entender que sí hay cosas que hacer. Miren lo que dice sobre un país que tenemos aquí al lado: “En materia de educación, los logros del Ecuador son sorprendentes. El país vecino ascendió 40 puestos en el ranking de competitividad global en lo que se refiere a educación superior. Correa ha invertido 30 veces más que los últimos siete gobiernos juntos en este frente. Decretó el cierre de 14 universidades por falta de calidad académica y becó a más de 5.000 estudiantes para que estudiaran en las mejores universidades del mundo. Como si fuera poco, ayudó a bajar la tasa de interés del crédito educativo de 12% a 4,6% y eliminó la deuda por mérito académico. Correa, además, implementó el Sistema Nacional de Nivelación y Admisión, que ha permitido duplicar la matrícula de ciudadanos afrodescendientes, indígenas y de las personas pertenecientes a los estratos más pobres del Ecuador. Este logro es ratificado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que indica que Ecuador es el país con mayor participación de pobres en educación superior en América Latina (26%), por encima de Chile y Argentina”.
Y para rematar, el 22 de julio de este año, Ecuador anunció a través de su subsecretaria de Desarrollo Profesional y educativo, Miriam Aguirre, que el gobierno abría una oferta de 500 puestos de trabajo a profesores españoles, para la formación de futuros profesores ecuatorianos, y 5.000 empleos más para docentes de colegio, con sueldos que oscilan entre 2.000 y 2.500 dólares mensuales. La noticia pasó desapercibida en Colombia.
En contraste, aquí pululan las universidades de garaje, que se llenan los bolsillos con el dinero de miles de padres de familia que trabajan horas extra para cumplir el sueño de una supuesta educación superior para sus hijos. (Porque en Colombia, según El Espectador, solo el 10% de las instituciones de educación superior cuentan con acreditación de alta calidad, y ni siquiera estas se cuentran bien posicionadas a nivel mundial.)
La única voz que parece entender la trascendencia de los resultados de las Pruebas Pisa es la de Francisco Cajiao. Como no es funcionario público (aunque es asesor del ministerio), Cajiao sí llama a las cosas por su nombre, y asegura que los resultados de las pruebas sí reflejan el fracaso de las políticas de calidad implementadas por el Gobierno en los últimos años, y que no se han hecho las transformaciones estructurales que el sistema educativo colombiano necesita.
El año entrante será un año electoral. ¿Alguien tomará las banderas de la educación en su campaña? Seguro que no. Es tan dificil ser optimista como largo es el camino que nos queda por recorrer para llegar a ser un país genuinamente democrático.