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El Festìn opìparo de ciertos roedores

Semana
10 de febrero de 2012

El Festín opíparo de ciertos roedores.

 

Se es corrupto por acción o por omisión y sus diferentes móviles van dirigidos a un objetivo, bien sea, para provecho propio o ajeno.

En días pasados un columnista de la revista Semana se refería con cierta mofa irónica a una frase del expresidente Turbay Ayala, “Reducir la corrupción a sus justas proporciones”,  y agregaba que la segunda señora del mencionado finado justificaba lo afirmado así: “¿qué país del mundo ha podido acabar con la corrupción? ¡Ninguno!” Y Turbay Ayala tenía toda la razón, acabarla es un imposible en cualquier país del planeta, es mucho más fácil tapar el sol con un dedo que erradicarla, en cambio, iniciar su reducción es factible y su control depende más de grandes compromisos y esfuerzos permanentes que de sanciones punibles.

La corrupción es tan antigua como lo es el primer Estado o país legal o legítimamente constituido. En Colombia siempre la hemos padecido y, de los últimos gobiernos, fue  en la administración de Andrés Pastrana  en la que más se redujo a proporciones casi inadvertidas o, al menos, no provocaron movimientos bruscos en los cimientos de las instituciones, como ocurrió en el gobierno anterior.

Para ninguna persona es un secreto, aún para todos los que conforman el partido de la U., incluidos los ex paramilitares y los nuevos miembros de las ‘bacrim’, que a partir del año 2002 de manera sutil y aprovechándose de un pueblo sumido en un enfermizo letargo con las primeras inoculaciones de la `seguridad democrática’, empezó la invasión biológica de unos roedores gigantes en la administración pública en todos sus niveles, como aquellos que aparecieron y que sembraron terror en Bradford (Reino Unido- 2010).

La invasión de estos ratones a pesar de su enorme tamaño se fueron mimetizando muy bien en las oficinas del Estado, y su vertiginosa proliferación infesto de manera contundente la rama Ejecutiva y la Legislativa y, como toda pandemia que se respete, hizo tránsito a una parte de la Judicial, y se infiltraron algunos bichos en la toga y el birrete.

Cuando se empezó a detectar a estos predadores por los pasillos y salones del Capitolio Nacional, paseándose muy orondos como Pedro por su casa, la alarma fue generalizada y parecía un hecho increíble que en las narices de los colombianos y en los aposentos de la democracia, se hubiese dado una invasión de semejante envergadura por parte de esos animales horripilantes y abominables.

Una vez encendida las alarmas, se procedió a iniciar la operación de asepsia por parte de un escuadrón del máximo tribunal de la justicia ordinaria; mientras tanto y en forma coetánea,  propiamente en el Palacio de Nariño y en el Edificio de DAS, se aprestaban otros roedores negros y de enorme tamaño  a ratonar el cableado telefónico que conducía al Palacio de Justicia “Alfonso Reyes Echandia”, a algunos políticos de la oposición y periodistas.

Posteriormente, en el Ministerio de Agricultura, Dirección Nacional de Estupefacientes, el Distrito Capital y muchas más agencias estatales, incluidos departamentos y municipios, y lo que faltaba, en las oficinas guardadoras de la Fe pública, las Notarías, otras ratas pardas, menos peligrosas y de menor tamaño que las negras, se sintieron con igual derecho y empezaron a ratonar de manera desmedida a lo largo y ancho del territorio nacional, y fue así como la juerga se generalizó y ocupó todos los escenarios públicos.

La invasión biológica de estos especímenes tan detestables realizada simultáneamente a las arcas del erario público utilizando un variopinto modo de ratonar, se convirtió en una especie prolífica dominante que, se podría asegurar, solo existe en este país por cuanto están latentes los presupuestos para mantener florido el árbol de la corrupción empezando por la impunidad, la cual es secundada desde la Presidencia de la República hasta la más humilde Inspección de Policía.

A diario escucho declaraciones del Presidente condenando las inicuas acciones de los grupos al margen de la ley, pero jamás le he escuchado condenar y rechazar públicamente la conducta delictiva de un protagonista de cuello blanco, sea un particular o un alto funcionario, al contrario, siempre están prestos a defenderlos y procuran atornillarlo en su cargo, amparándolo en la trajinada presunción de inocencia, y claro, esta presunción hay que respetarla, pero con el funcionario separado del cargo mientras dura su investigación, evitando así su obstrucción.

Es curioso que los colombianos que somos tan folclóricos y tan buenos plagiadores no hayamos aprendido una lección simple, por ejemplo, de Brasil que en un año que lleva la Presidenta Dilma Rousseff, con sutileza ha provocado la renuncia de siete Ministros por escándalos de corrupción evitando que se enlode su gobierno, con la ayuda seria, decidida y contundente de los periodistas en sus denuncias públicas.

El día que toda Colombia, en cabeza del Presidente, le de la espalda y aísle completamente a un funcionario corrupto como a un delincuente común y lo condene al ostracismo social, ese día empezaremos a tener un país honesto y vivible. La sanción social es más dolorosa y socializadora que la punitiva.

 

Manizales, Febrero 10 de 2012.

 

Marco Aurelio Uribe García

Mauriga75@hotmail.com