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GANÓ EL CANDIDATO DE SANTOS EN BOGOTÁ

Semana
1 de noviembre de 2011

El gobierno nacional, junto con otras entidades del Estado, en la jornada electoral que acabamos de vivir llevó a cabo una acción sin precedentes en el país para prevenir las prácticas, que en muchas regiones han proliferado, de constreñimiento de la expresión de la voluntad popular en las urnas. Obligó a los partidos políticos a depurar las listas de sus candidatos a las distintas posiciones públicas que electoralmente se disputaban; esta tarea redujo el número de personas que con antecedentes penales o con graves señalamientos pretendían hacerse elegir pero, indudablemente, quedaron muchas por  salir de ellas; lo importante del ejercicio es que se sentó un precedente y se dio un paso enorme para los futuros comicios. Así mismo, junto con la Registraduría, la Fiscalía, la Procuraduría se emprendieron acciones para prevenir la trashumancia electoral, la financiación ilícita de las campañas, el voto de personas fallecidas, entre otras malas prácticas.

 

El asunto tiene que ver con el propósito de romper el esquema con el que, en la última década, la mafia se apoderó electoralmente de algunas zonas del país y su poder se extendió al Legislativo y al Ejecutivo en proporciones nada despreciables, en un proceso de sustitución de élites que llevaría a la categoría de nuevos dirigentes políticos a los Juan Carlos Martínez y otros de ese talante, complementado con otro de lavado de activos para legalizar las tierras adquiridas ilegalmente, junto con el blanqueo de dinero derivado de actividades del narcotráfico. No en vano el inefable ex presidente y uno de sus ministros estrellas, hoy hospedado en una guarnición militar, hablaban hace un par de años de luchar en contra de las oligarquías bogotanas, y por extensión a las oligarquías de otras latitudes, haciendo explícito su propósito. El presidente Santos y el ministro Vargas están decididos a restituir la institucionalidad del proceso electoral y a luchar contra las mafias políticas, la promulgación de la Ley de Víctimas es un ejemplo claro de ello.

 

Gustavo Petro ha sido el político que con mayor vehemencia ha denunciado el enquistamiento de la mafia en el Estado, primero atacó a la parapolítica y luego luchó en contra de las que se apropiaron del presupuesto a nivel nacional y en la ciudad de Bogotá.  Además apoyó al gobierno nacional, desde el primer momento, en su empeño de sacar adelante la Ley de Víctimas y Reparación, que en sus primeros días transitó por un camino de espinas, y expresó su beneplácito por el rumbo que Santos le daba a su gobierno buscando la reinstitucionalización del país, después de ocho años de deterioro de nuestro sistema democrático.

 

Esta conjunción de intereses entre Santos y Petro se amplió cuando en el marco del proceso electoral, que exitosamente acabamos de superar, el control político de Bogotá se convirtió en un objetivo precioso entre quienes luchaban contra las mafias parásitas del Estado y entre los que de alguna manera acogieron a los representantes de ellas. Ahí surgió Petro como un candidato natural, con el peso específico suficiente para oponerse al poder oscuro de los patrones de la contratación pública de la ciudad, ligados tanto del Polo como al de su socio político: el partido de la U, en condición de aliado del gobierno. La contribución de esta liga le entregó a Petro una ventaja estratégica muy significativa y bien calculada: le fragmentó el target electoral del principal rival; no se puede explicar cómo los alfiles más leales de la coalición de gobierno, como los son el Partido Liberal y Cambio Radical, no cerraran sus filas haciendo causa común con Peñalosa si vislumbraran, por sí o por el propio presidente, que una derrota de este sería considerada como una derrota de Santos.

 

La jugada a Santos le resultó con una arista magistral, digna del jugador avezado: se queda sin rival de peso para su reelección.

 

Creo en el poder de los símbolos. Simbólica fue la escena que meses atrás protagonizaron el ministro Vargas -el de la política- y Petro, dos hombres entre los más amenazados del país,  caminando juntos  por las calles del centro de la ciudad hacia un club para almorzar a la luz de las cámaras de televisión.       

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