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La paz posible

Semana
10 de septiembre de 2012

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Qué paz podemos esperar que surja de estas nuevas conversaciones entre el Gobierno y la guerrilla.

Los sectores más extremos en todo lo ancho del espectro social y político se han mostrado escépticos ante los diálogos de paz. Ello obedece a que dichos sectores tienen en mente una ‘paz ideal’. El uribismo quiere que las FARC entreguen las armas y se borren del mapa. Los fundamentalistas de la justicia quieren ver a todos los que hayan cometido crímenes (guerrilla, paramilitares y ejército) tras la rejas. Cierto izquierdismo querría ver primero la extinción del latifundio y una equitativa repartición de la tierra.

Todos querríamos esa 'paz ideal', pero lamentablemente es algo que no está hoy al alcance de la mano. No se le pueden pedir peras al olmo. Después de tantas décadas de conflicto, de un perverso desarrollo agrario que ha favorecido la concentración de la tierra, del despojo y empobrecimiento del campesinado, de la consolidación de grupos armados (de diverso pelaje) en vastas zonas rurales, de la proliferación de cultivos de uso ilícito y los desarreglos sociales y económicos que esto ha generado en numerosas regiones, etc. es un sinsentido esperar que todo esto desaparezca de un día a otro y condicionar a ello la firma de la paz.

Hay en cambio, no obstante todo lo anterior, una paz realizable. Una paz bastante menos perfecta, menos justa, una paz que mantendría incluso algunos niveles de violencia (sí, aunque suene absurdo) y de continuidad de un modelo de desarrollo que no beneficia a la mayoría. Esta sería una 'paz posible'. En pos de esta paz realista es que se debería avanzar en estos momentos. Que se desengañen los extremistas de todas las tendencias. Más no se puede esperar obtener. El proceso que acaban de iniciar el Gobierno y la guerrilla es demasiado importante para el país como para dejar que las posiciones extremas ganen espacio. Mejor una paz imperfecta que la continuación de la guerra.

No podemos esperar a que los grupos armados (llámeseles Bacrim, e incluso posible renegados de las Farc) desaparezcan, porque no van a desaparecer; ni podemos esperar a que una buena parte de las víctimas sea compensada, porque este será un proceso largo; tendremos que acostumbrarnos a la idea de que muchos crímenes (de lado y lado) quedarán en la impunidad, y a que ni siquiera se reconocerá toda la verdad.  

Pero esta paz imperfecta vale la pena. Esto es lo que parece estar pensando también el 75 por ciento de los colombianos que no se apunta a ninguno de los extremismos mencionados.

Yo creo que esta es la paz de Santos. Y ojalá sea también la paz de la facción más politizada de la guerrilla. Y ojalá que estos dos sectores tengan la suficiente habilidad y dominio de fuerzas para llegar a un acuerdo a pesar de los numerosos obstáculos. Es decir, llegar a un punto de compromiso que parta de la desmovilización oficial de las Farc y su integración paulatina a la vida pública a cambio del compromiso del Estado de avanzar en las reformas sociales exigidas, y de garantizarles el espacio político necesario para su desenvolvimiento dentro de los marcos institucionales. América Latina ha producido numerosos ejemplos de guerrillas desmovilizadas que luego han tenido un rol prominente en la vida política de sus respectivos países. Esto también podría suceder en Colombia.

Los que está en juego no es poca cosa: ponerle fin a medio siglo de alzamiento armado de las Farc o dejar que éste continúe. Es poco y es mucho a la vez. Pero se necesita que todo el mundo - guerrillas, Gobierno, fuerzas armadas, incluso la comunidad jurídica internacional - demuestre la suficiente voluntad política para ceder ante exigencias que han terminado volviéndose obstáculos insalvables en un camino que ya es de por sí bastante tortuoso.

Amira Armenta