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Qué vergüenza

Semana
24 de agosto de 2012

Dice el neuropsiquiatra europeo Boris Cyrulnik,1 que la vergüenza es una representación que tiene el individuo de sí mismo, compartida con la imagen que tienen los demás de él. No creo que Santoyo ni el mismo fiscal 38, que llevó a Sigifredo López a la cárcel, sientan la misma vergüenza que siente un gran número de colombianos por estos hechos.

 

Los acostumbrados a delinquir y mentir, están revestidos de la coraza de la desvergüenza; es decir, en ellos escasea ese sentimiento impúdico que no logra malograr la vida de quien haciendo daño público, persiste en creerse inocente.

 

Pero no es sólo el colombiano avergonzado, es el sistema todo, el que diariamente suma una variedad de actos que lea rompen el corazón y la confianza al ciudadano: Los falsos positivos, las chuzadas, los gobiernos corruptos, el paseo de la muerte…

 

El caso Santoyo no tiene nombre, sí es que en este país después de la catedral de Pablo Escobar, la toma y la retoma del Palacio de Justicia, la masacre de la Unión Patriótica, el negocio de la salud, las masacres paramilitares, los delitos de la guerrilla y el gobierno de Uribe, digo que sí después de Pablo Escobar otros eventos parecidos tienen un nombre distinto al de calificables de indeseables.

 

Un hombre con el prontuario de Santoyo no podía formar parte de las esferas supremas del poder, salvo que el poder mismo estuviera infectado por el crimen. Este individuo fue destituido por la Procuraduría General de la Nación en el 2003 por la interceptación ilegal de más de mil líneas telefónicas en la ciudad de Medellín y la muerte - como lo reseñó El Espectador el 22 de agosto en su editorial – de varios funcionarios de derechos humanos.

Por sospecha y por la delicadeza de sus actos, Santoyo nunca podía formar parte de ningún equipo de seguridad presidencial ni de otros del gobierno y el estado. Pero el gobierno de Álvaro Uribe fue un caso de  coincidencias extrañas del delito con el mal de la Casa de Nariño.

 

Las excusas del Fiscal General de la Nación, en el caso de Sigifredo López, abrumaron a la opinión pública, porque un órgano de justicia tan importante y fundamental para la credibilidad de la justicia, no podía obrar con la ligereza mediática que lo hizo. Se les olvido que estos “aparatos de estado” están para cuidarles la honra y la vida a los ciudadanos colombianos. La Fiscalía no podía comportarse como un partido político único, con la irresponsabilidad política del que se cree dueño y amo de una verdad única, absoluta.

 

El Caso de Felipe Zuleta, nos revienta las entrañas, porque la carta de disculpa que escribe a la madre de Sigifredo López, es tan incolora e insípida que no se le ve el dolor ni la misma indignación de la columna donde acusó de criminal al diputado del Valle. Pero la vergüenza tiene sus desvergüenzas, su biología o su fisiología animal.

 

1-Boris Cyrulnik, es el autor de Morirse de vergüenza. El miedo a la mirada del otro, y del libro, Patitos feos.