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¡AH CARAY!

Un colombiano con pinta de hippie es considerado uno de los mejores negociadores de deuda externa de America Latina.

6 de marzo de 1989

Si alguien se lo encuentra en la calle, en toros, o haciéndole barra a Luis Herrera en una competencia ciclistica, lo más seguro es que piense que está delante de un vendedor de artesanías del mercado de las pulgas bogotano. Eso mismo, o algo parecido, han creido quienes se lo han cruzado a la salida del Ministerio de Hacienda, del Banco de la República o de la Federación Nacional de Cafeteros. Porque lo cierto es que pocos consideran que este personaje de barba, pelo largo, pulseras y collares sea, ni más ni menos, el negociador número uno de Colombia ante las entidades financieras internacionales.

Pero asi es. Se trata de Luis Jorge Garay, un bogotano de 39 años, quien es señalado como el cerebro de las tres últimas negociaciones que ha llevado a cabo el país con los bancos privados internacionales. A pesar de su pintoresco aspecto, lo cierto es que el nombre de Garay infunde respeto ya sea en los salones del Chemical Bank en Nueva York o en las oficinas del Fondo Monetario Internacional en Washington. "Es un negociador de primera clase" le dijo a SEMANA un funcionario de una entidad internacional, quien lo conoce desde hace varios años.

Sus éxitos se anunciaron desde su época de estudiante. Después de haberse graduado de ingeniero industrial en la Universidad de los Andes en 1969, comenzó un programa para graduados en el que, en un año, se obtenia el titulo de economista. Uno de sus profesores, Roberto Junguito, lo convenció de que esa era su verdadera vocación. El futuro ministro no se equivocó. Otro de sus maestros, Guillermo Perry, lo calificó como "el estudiante más brillante" de la promoción.

Esa opinión fue compartida por los miembros de una misión norteamericana de paso por Los Andes, quienes lo candidatizaron para una beca en el prestigioso Massachusetts Institut of Technology, MIT.

Fue a semejante templo del saber al que llegó Garay en el verano de 1970 En contraste con su aspecto actual quienes lo conocieron en esa época aseguran que Garay tenía la pinta de un joven bostoniano de buena familia. A pesar de que en esos años ya los Estados Unidos comenzaban a poblarse de jóvenes de bluyines y pelo largo proclamando la doctrina del "love and peace", Garay parecía pertenecer más a la generación del Carnegie Hall que a la de Woodstock.
Para sus colegas, lo que más llamaba la atención del bogotano "era su escandalosa juventud". Pero, joven todo, Garay se destacó como un verdadero "pilo". "Se la pasaba estudiando todo el santo día", le dijo; SEMANA un colombiano que vivíó en Boston por esos años. Gracias; esa dedicación, pudo devolverse a país al cabo de tres años, con la candidatura al doctorado en el bolsillo.

Una vez en Colombia, entró a tra bajar en Planeación Nacional como asistente de la jefatura. De allí pasó a ser investigador de Fedesarrollo y e 1976 volvió a salir del país, pero esta vez a la prestigiosa Universidad d Oxford en Inglaterra y en calidad de profesor visitante por espacio de dos años. Varios años más tarde, en 1981, volvió a repetir la experiencia, pero esta vez en Cambridge, a donde también fue invitado. Aparte de muchos conocimientos, su estadía en Gran Bretaña le dejó una enfermedad en los riñones que, según alguien que lo conoce, "le cambió la filosofía de la vida". Viajó a la India, se volvió vegetariano y comenzó a adoptar su aspecto actual.

Ese cambio de apariencia no disminuyó la vocación de Garay por el trabajo. Con el correr de los años se destacó como el experto número uno del país en los temas de comercio internacional y Grupo Andino, sobre los cuales ha escrito un par de libros. El interés por todo lo internacional lo llevó a investigar sobre deuda externa y cuentas nacionales en Colombia.

Fueron precisamente sus investigaciones en estas áreas las que lo condujeron a ser negociador. Todo comenzó en 1984 cuando Roberto Junguito fue nombrado ministro de Hacienda de la administración Betancur. A pesar del rosado panorama que presentaba Edgar Gutiérrez, su predecesor en el cargo, Junguito descubrió que el gobierno no tenía estadísticas consolidadas de muchas cosas y que, en particular, había un gran desconocimiento sobre lo que ocurría con la deuda externa. Frente a semejante debacle, hubo que pedir la ayuda de Garay quien estaba haciendo un trabajo para la Contraloría y contaba con las cifras más confiables y actualizadas.

Así comenzó una relación laboral intermitente que se ha prolongado durante cinco años. Garay se volvió asesor del Ministerio de Hacienda e intervino, desde un comienzo, en el diseño de una estrategia para lograr que los bancos internacionales le volvieran a prestar dinero al país. Como eminencia gris de las cuentas nacionales, fue el encargado de ir al Fondo Monetario Internacional y convencer a los técnicos de la entidad de que las cifras del gobierno colombiano eran confiables y consistentes. Una vez logrado ese objetivo, la siguiente escala fue Nueva York, donde Garay formó parte del equipo que a comienzos de 1985 entró a discutir en firme un primer crédito por mil millones de dólares con los bancos privados internacionales. Esa negociación se cerró varios meses después y el préstamo --apodado el "Jumbo"-colocó a Colombia como la excepción, en un mercado donde las puertas del crédito fresco estaban cerradas para los países latinoamericanos.

Como es de suponer, la vinculación de un negociador de aspecto tan informal al equipo económico, no le cayó tan bien a aquellos que creían que el vestido de tres piezas debía ser el uniforme de todas las personas asociadas con el Ministerio de Hacienda.
Las quejas comenzaron en lo más alto. En alguna ocasión el presidente Betancur le dijo a Junguito que la gente sería se cortaba el pelo y se ponía corbata. En otra oportunidad Garay y otro asesor del Ministerio, Oscar Marulanda, pasaron trabajos para convencer a los funcionarios del Ministerio de Defensa de que ellos eran los encargados del gobierno para revisar el estado de la deuda externa de la institución. Las protestas no se limitaron a los colombianos. Un par de negociadores de un banco de Italia preguntaron si se trataba de una broma cuando vieron que Garay era su contraparte en la mesa de negociaciones.

Por situaciones como esa, Garay se vio obligado a rescatar la corbata en sus compromisos internacionales. No obstante, con ese aspecto de genio formal alguien lo presentó en un restaurante de Nueva York como "el Profesor Lu", un apodo que aún sobrevive. Fue precisamente en esa ciudad que el colombiano demostró que a los neoyorquinos todavía les queda espacio para impresionarse.
Una vez a las dos de la madrugada en el Hotel Waldorf Astoria, Garay decidió dejarle un memorando a Junguito, pero no contó con la cara que puso una anciana cuando éste, en piyama y con el abrigo--dos tallas más grande--del asesor de la Junta Monetaria Carlos Caballero, encima, se subió al ascensor.

Esos encuentros ocasionales no impidieron que el prestigio de Garay se consolidara con el tiempo. Cuando la administración Barco entró a negociar el crédito "Concorde" se le llamó de nuevo y en 1988 su participación fue clave para conseguir la aprobación inicial del crédito "Challenger". El término de esta gestión confirmó a Garay como uno de los negociadores de más éxito en América Latina. En realidad, se cuentan en los dedos de una mano las personas que puedan decir que han intervenido en el otorgamiento de tres préstamos frescos de la banca privada desde el comienzo de la crisis, en 1982.

Esa vocación le ha dado a Garay "un nuevo sentido en la vida", en opinión de uno de sus amigos. A pesar de que en muchos aspectos, este economista bogotano se muestra en desacuerdo con la política de la banca internacional, se ha vuelto lo suficientemente pragmático para sentarse a discutir con ella, aunque sin ceder en principios básicos, como el de la soberanía del país. Sin llegar a olvidar sus raíces académicas (está escribiendo un libro sobre deuda externa), "el Profesor Lu" se está convirtiendo en una institución informal, dentro de un sector donde la formalidad es la norma de cada día.

Su prestigio es tal, que pócos dudan que seguirá siendo el experto número uno en materia de deuda externa en Colombia. Y eso sin cambiar de manera de ser. Tal como antes, este bogotano aficionado a los toros, al ciclismo, a la escultura y a la música, es el mismo buen amigo que no contesta llamadas (el Ministerio de Hacienda utiliza una "clave" cuando lo necesita con urgencia), que almuerza con media manzana, que no bebe, no fuma y conserva su buen sentido del humor. Tal vez por eso, una amiga suya lo describe como "un espíritu glorioso". Y un "espíritu" que ha sido clave para la buena marcha de la política económica. Aunque es imposible saber lo que hubiera pasado si Garay no hubiera aparecido, pocos dudan que fue bueno que este economista, que en lo personal pasó de la corbata a los sacos de cuello de tortuga y de allí a los abalorios, terminara en lo profesional, tratándose de tú a tú con los personajes más encumbrados del selecto mundo de las finanzas internacionales. -