Podría pasar por costeño. Es alto, locuaz, de tuteo fácil, completamente desembarazado de protocolos y con un acento que delata desde el primer momento su procedencia del Caribe. Se advierte que la corbata no es su prenda favorita, así como tampoco los austeros trajes de paño oscuro que predominan entre sus nuevos colegas. No en vano buena parte de sus agitados 59 años los ha vivido en guayabera. Pero si su físico y sus maneras no alcanzan a singularizarlo en un parlamento donde cada vez se hace más estruendosa la presencia costeña, sí su vida llena de episodios controvertidos. Agitador estudiantil, ídolo radial, cercano amigo por mucho tiempo de Fidel Castro y luego beligerante enemigo, exilado sin brújula y por último, como culminación de todo ello, líder populista del Valle del Causa, José Pardo Llada no llegó a imaginar que, tras tantos avatares acabaría hoy siendo el primer extranjero de origen que en la historia de Colombia ocupa una curul en el Congreso.
En su destino, de todas maneras, el parlamento estaba inscrito. Cuando era un muchacho de 17 años, alto y desmañado, y recién llegado de Zagua la Grande, en la provincia cañera de las Villas, era el primero en llegar al Capitolio de La Habana, noche tras noche, para oír los discursos de la nueva Asamblea Constituyente. Era el año de 1940 y Cuba vivía entonces una época de fiebre política. Se discutía, en medio de todos los fuegos de artificio de la retórica tropical, la nueva Constitución, la más avanzada que habría tenido hasta entonces la isla.
Quizás a Pardo Llada, cuyo padre había sido un respetable inspector de escuela de origen español, no le intere saba tanto la ciencia política como la oratoria. Por ese motivo no sólo iba a los palcos del Congreso, sino que en las calurosas tardes habaneras, en vez de buscar rumbas y muchachas, se iba a los cementerios para escuchar los penegíricos con que se despedían a los muertos. De regreso a casa, frente a un espejo, repetía aquellos discursos aprendidos de memoria. En realidad, su verdadera vocación, y quizás lo sea todavía, es la del teatro. Pardo, antes que nada, es un actor, y ha desempeñado en la vida muchos roles.
El primero de todos, fue el de agitador estudiantil. En aquella Habana, que todavía no había olvidado las agitadas luchas estudiantiles contra el dictador Machado, la Universidad, con sus célebres escalinatas, era un hervidero de líderes en ciernes. Uno de ellos, pálido, flaco, con un bigote lineal y recién salido de un colegio de jesuitas, sería su amigo: Fidel Castro.El otro, un hombre que luego sería un célebre personaje político de ribetes gansteriles: Rolando ("El Tigre") Mansferrer. Todos ellos tenían una común pasión por la política y por las armas. El revólver y los códigos iban siempre juntos.
El líder de Pardo y de Fidel en aquella época era Eduardo Chibás, una especie de Gaitán cubano, cabeza del partido ortodoxo que, todos los domingos, desde un radioteatro, fustigaba con verbo vibrante la inmoralidad oficial. Hombre temperamental, el día que sintió que su palabra perdía crédito, se pegó un tiro delante de la multitud. A su lado, estaba Pardo Llada. Y el hombre que tuvo la sangre fría de buscar un automóvil para llevarlo a la clínica, fue Fidel. Chibás moriría once días más tarde. Y en el entierro, oficialmente, llevó la palabra Pardo Llada. Extraoficialmente, Fidel, quien se apropió de los micrófonos de nueve emisoras y pronuncio en aquella tarde nueve discursos.
De los dos seguidores de Chibás, el conocido entonces era Pardo Llada. No tanto por sus actuaciones políticas como por la radio, que fue quizás el gran descubrimiento de su vida. Dueño de una desfachatada confianza con el micrófono y de una voz de muchas modulaciones, Pardo se hizo famoso dramatizando sonados casos judiciales. Cambiando de registro, hacía las veces de fiscal, de defensor, de juez o de acusado, con lo cual, haciendo público lo que se debatía a puerta cerrada, dejaba con la boca abierta, en bodegas y esquinas, a la mitad de la ciudad.
La verdad es que la suerte lo ayudó. O mejor, un ciclón que una noche dejó a La Habana a oscuras y derribó las poderosas antenas de todas las emisoras radiales, con excepción de una que, por estar sujeta a un palo, resistió las furias del vendaval. Consecuencia: el único que pudo transmitir aquel desastre para toda Cuba fue Pardo.
La caída de Prío Socarrás, en 1953, haría de Pardo Llada un asediado comentarista radial, que entraba y salía de la cárcel con tanta frecuencia que acabó cargando el cepillo de dientes entre el bolsillo. La dictadura de Batista no tenía humor para tolerar los comentarios del ya para entonces primer periodista radial de La Habana. En cuanto a Castro, su carrera iría ya para entonces mucho más lejos: el asalto al cuartel Moncada, la prisión en Isla de Pinos, el destierro a México, el desembarco del Grama, la Sierra Maestra y por último, tras aquellos años épicos y legendarios, la toma del poder.
Los enemigos de Pardo Llada, que no son pocos, lo acusan siempre de muchos pecados, y uno de ellos el oportunismo. Cierto o no, él siempre ha manejado en dosis hábiles el desenfado, la impertinencia, la astucia y la cautela. Quizás este coctel es tan cubano como el daiquirí. Lo cierto es que cuando sorpresivamente, faltando pocos meses y coincidiendo este momento de su vida con otro ciclón, Pardo apareció en la Sierra Maestra Fidel Castro, lo recibió como un excelente augurio. "¡Ahora sí ganamos!". dizque exclamó, con algún sarcasmo: sabía que Pardo Llada, buen jugador en todo, siempre ha jugado a ganar.
Y como jugador con buena estrella, los primeros tiempos de fiesta revolucionaria lo vieron al lado de Fidel y tronando contra batistianos y yanquis.Exilados de la primera hora, los clásicos "gusanos" de Miami, consideran que en aquellas épocas "guapachosas" en las hogueras erigidas para quemar herejes hubo uno que otro leño de Pardo Llada. Lo cierto es que, en medio de tanto comandante barbudo y sudoroso, de tanta proclama de puño alto, nadie tomó muy en serio los fervores revolucionarios del compañero Pardo Llada. Cuando el mundo atónito lo vio fotografiado en medio de Fidel Castro y Nikita Krushev, en la ONU, sus amigos sonrientes y sus enemigos se crisparon una vez más de rabia: el inagotable y astuto sentido publicitario había logrado esta vez, en una foto, darle la vuelta al mundo.Desde luego, la fiesta. no duraría mucho tiempo. Las revoluciones, bien es sabido, se vuelven rápidamente espartanas e intransigentes. Cuando el viejo partido comunista, en el cual, pese a todo, Pardo tenía viejos amigos como Carlos Rafael Rodríguez, empezó a largar por todas partes fiscales y comisarios, las guayaberas de lino finamente bordadas, las docenas de zapatos y alegres noches de rumba que habían acompañado la vida de Pardo Llada, no compaginaban con todo aquello.
Astuto, no tuvo que salirse por la ventana sino por la puerta grande, y hasta con pasaporte de la revolución en el bolsillo, como invitado a la posesión de Janio Cuadros en el Brasil. Logró engañar al hombre menos engañable de Cuba: el propio Fidel. Pero no así al Che Guevara. Cuando éste, después de darle pasaporte y 500 dólares de viáticos para el supuesto viaje al Brasil, lo acompañó hasta el ascensor alcanzó decirle mientras las puertas se cerraban: "Tu no vas a volver" Y así fue, no volvió. El exilio no fue fácil, pues a Pardo Llada los exilados cubanos lo odiaban. En México, mientras trataba de ocultarsen en hoteles de segunda, llamadas misteriosas lo perseguían: "Sabemos donde estás h. p.". No eran fidelistas, sino, según él, cubanos exilados y agentes de la CIA. Fiel a su estilo, decidió hacer algo espectacular: una rueda de prensa en el Hotel Reforma ante cámaras de televisión y corresponsales de todas partes. Para anunciar que había cambiado de bando.
Pasado aquel momento rutulante, el exilio no le resultó fácil, ni en España, de donde fue expulsado, ni en la rue del Harpe de París, en los altos de un restaurante griego, contando como único amigo al escritor Severo Sarduy y con quinientos dólares por todo capital.
Finalmente en México encontró, por casualidad, la pista hacia un destino estable y a la vez inesperado. Fue el capitán Félix J. Liévano el que le habló de irse a Colombia. De este país, que sería luego el suyo, solo tenía dos referencias: el nombre de Gaitán y la historia de un camión lleno de dinamita que había estallado en Cali.
Vino de paso. Cali lo sedujo. Las ocho notas que Alberto Acosta le solicitó para "Occidente" se convirtieron en una columna fija. La radio haría de él una figura popular y como siempre, inevitablemente, controvertida. Jóvenes izquierdistas lo han tildado de "gusano", pero los barrios populares ponían abrumadora mayoría en sus listas de Concejo. Uno de sus antiguos impugnadores, Alfonso Rentería, es su actual suplente. Y él vestido de paño y con corbata, acaba de sentarse en el solemne Salón Elíptico del Capitolio, frente al óleo gigantesco del Bolívar, de Martínez Delgado, convertido en "padre de la patria". Extraño papel para un cubano nacido en Zagua la Grandea