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EL ZAR DE LAS ENTREGAS

Este hombre ha manejado el delicado proceso de reentrega de los prófugos de La Catedral, y gestionará la entrega de Pablo Escobar.

23 de noviembre de 1992

EL ASCENSOR SE DETIENE EN EL PISO 21 del edificio la Alpujarra, donde funciona la Fiscalía Regional de Antioquia. Es un bunker: puertas blindadas que se abren y se cierran electrónicamente; cámaras y monitores de televisión que rastrean todos los movimientos de este piso... No es para menos. Allí están localizadas las oficinas de los jueces sin rostro que tienen a su cargo los procesos contra los narcotraficantes que se han entregado a la justicia. Al frente de este trabajo está Ricardo Perdomo, un abogado opita de 43 años, quien fue escogido por su excelente hoja de vida para ocupar uno de los cargos más delicados del país y que llegó hace apenas tres meses a Medellín. Es el director regional de las fiscalías de Antioquia. Cuando se ubicó el pasado primero de julio en una amplia oficina del piso 21, comprendió que para poder llevar a cabo su trabajo y continuar con vida requería de anonimato y discreción.
Pero en las últimas tres semanas, su cara le ha dado la vuelta al mundo. La razón es la de que ante él, los narcotraficantes que se fugaron de la cárcel de La Catedral se han entregado de nuevo y oficialmente a la justicia. Siete de las prófugos han regresado y todavía quedan tres más, entre ellos Pablo Escobar. Y este opita de pocas palabras y desconfiado, sabe más que nadie que lo más delicado de su misión será cuando se produzca la entrega del jefe del cartel de Medellín, el hombre más buscado del mundo.
Mientras esto sucede, las tres semanas que han transcurrido desde que se iniciaron las entregas de los hombres de Escobar, han constituido una odisea que lo tiene con los pelos de punta. Porque una cosa es llenar unos formularios para oficializar las entregas y otra muy distinta organizar operativos para llevar con vida hasta la cárcel de Itaguí a hombres como "Popeye", "Otto", "el Mugre" y el propio Roberto Escobar, hermano del jefe del cartel. Para ello se moviliza en un campero que parece una réplica a escala de su bunker de la Alpujarra. Vidrios blindados y protegidos con una película reflectiva que garantiza que desde afuera no se sepa quién va dentro del vehículo. Un potente parlante desde donde ordena que le den paso en los 14 retenes de la Policía que hay en el camino a la cárcel de Itaguí. Y una vez que se han franqueado todos los obstáculos, su figura menuda coronada por una cachucha de beisbolista desciende del vehículo para indicar que se abran las puertas de la cárcel y cumplir con su misión.
Esa es la vida que hoy lleva Ricardo Perdomo, el mismo que en sus ratos libres se entrega a la guitarra y a la poesía. El que vivió en carne propia la toma del Palacio de Justicia. Y el que lloró desconsoladamente el día que asesinaron a su compañera de trabajo, la juez Miryam Rocio Vélez, en las calles de Medellín.