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La luchadora

Rosa Inés Ospina, directora de Transparencia por Colombia, se ha convertido en el símbolo de la lucha contra la corrupción.

8 de abril de 2002

Mientras habla por teléfono con una oficina en Washington firma una carta, pide unas cuentas claras y rechaza unos gastos innecesarios. Así trabaja Rosa Inés Ospina, reconocida por empresarios, funcionarios públicos y algunos periodistas como una persona eficiente que no le debe nada a nadie y que, a pesar de ser muy dulce, nunca habla con rodeos.

En 1998, y con el periodista Juan Lozano, Rosa Inés logró abrir el capítulo colombiano de Transparencia Internacional, la organización con presencia en 88 países que se dedica a la lucha contra la corrupción. Desde su creación, Rosa Inés duró dos años trabajando sin ganar un peso mientras lograba mostrar resultados y conseguir financiación. No sólo tuvo éxito en estos dos campos sino que fue elegida por una asamblea de 140 miembros en el mundo como una de las 10 personas que conforman la junta directiva a nivel mundial de Transparencia Internacional.

Esta bogotana, que estudió en el Gimnasio Femenino y luego en la Universidad Externado de Colombia, está convencida de que las ideas hay que defenderlas y para lograrlo está dispuesta a ser desde la mujer más tierna hasta la más tremendista. Por eso el nivel de crudeza de las batallas que Rosa Inés suele librar depende de sus enemigos. La primera gran pelea que casó en su vida fue contra el machismo. Fue militante feminista desde la organización del Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en 1981, un año después fundó la Casa de la Mujer y el único libro que ha escrito en su vida se llama Para empoderar a las mujeres rurales. Uno de los retos más grandes para Rosa Inés ha sido manejar ocho jefes hombres al mismo tiempo y lidiar afuera con hombres blancos, anglosajones, mayores de 60 años y ejecutivos.

Después de 20 años de experiencia en el sector público Rosa Inés decidió liderar la segunda gran pelea de su vida. “Mi goma en la vida es el tema de género y después la lucha contra la corrupción”. Y fue así como descubrió que la integridad, entendida como la posibilidad de dirimir los intereses privados con los que interesan al conjunto de la sociedad, era su nueva bandera de lucha en la búsqueda de una democracia más real. “En la época de militancia veía que siempre era primero la revolución y luego la integridad, primero la lucha y luego la igualdad. ¿Por qué? Necesitamos construir valores para manejar el interés de la mayoría y eso requiere una ética especial que hoy en día está quebrada por la corrupción”.

Uno de los secretos de su éxito es que ha logrado acercarse a los empresarios de carne y hueso, conocer sus intereses y entender sus códigos. Se ha ganado la credibilidad dentro del sector privado que contrata con el Estado, ellos mismos firman los pactos de transparencia porque se sienten confiados. Lo cierto es que la oficina en Colombia se ha convertido en uno de los capítulos estrella en el mundo. Desde paquistaníes hasta norteamericanos han venido a conocer su funcionamiento. “Acá entendemos que la corrupción no se da sólo en el Estado sino que la responsabilidad es compartida con el sector privado y la ciudadanía”.