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Los héroes

Gracias al coraje de los empleados del Club El Nogal en la noche del viernes 7 se salvaron decenas de personas.

16 de febrero de 2003

Andres Duran hablaba desprevenidamente por celular en el octavo piso del Club El Nogal cuando ocurrió la explosión. La luz se fue y el humo invadió el lugar. Con su celular todavía activado, él solo atinó a gritar: "¡Una bomba!, ¡una bomba!". Los demás corrían desesperados de un lado a otro. Este abogado de 26 años sólo se calmó cuando escuchó a una empleada del restaurante gritar a todo pulmón: "¡Silencio! ¡Cálmense!, los vamos a ayudar. Conocemos las salidas". De ahí en adelante los socios confiaron su vida en ella, cuyo nombre ni aún hoy saben, y en los demás empleados que con una linterna en la mano los guiaron en fila india cogidos de la mano hasta la carrera quinta.

En el bar del séptimo piso se repitió una escena similar. Un mesero guió a los petrificados socios por la escalera en medio de la oscuridad y también tomados de las manos hacia la salida. "Si no hubiera sido por este mesero, no sabemos qué nos hubiera pasado", dice eternamente agradecido el socio Francisco López, que justo antes de la explosión se tomaba un jerez con sus amigos.

Sara Herrera, una estudiante de 18 años, hacía abdominales cuando el impacto de la bomba la dejó atrapada en el nivel inferior del gimnasio. Juan Carlos Bejarano, el instructor físico, escuchó sus alaridos de auxilio en medio de la oscuridad y no lo pensó dos veces. Saltó más de dos metros desde el segundo nivel y en la más absoluta oscuridad la rescató. Si no fuera por él, quizás ella no estaría viva para contarlo porque el gimnasio se incendió minutos después.

Como Sara, Francisco y Andrés, muchos otros se salvaron por la valiente acción de los 250 empleados del club que estuvieron de turno esa noche. No sólo fue clave su buena voluntad sino sobre todo porque estaban preparados para enfrentar emergencias. La instrucción del experto canadiense Alejandro Backal, y los simulacros mensuales, que desde agosto de 2002 venían haciendo, dieron sus frutos el 7 de febrero. Algunos hacían parte de la brigada de primeros auxilios, otros de la de evacuación o de la de rescate. Cada uno sabía qué hacer. Por ejemplo, Samuel Pérez, empleado del departamento de seguridad, evacuó a algunas personas y entró de nuevo varias veces para seguir ayudando a otros a salir. Subió las escaleras y bajó en brazos a quienes habían quedado completamente inmóviles luego de la explosión.

Pero la mayoría de empleados entrevistados coinciden en que lo que los impulsó a colaborar fue el sentimiento de pertenencia hacia lo que ellos llaman "su familia del Nogal". El club les financiaba parte de sus estudios y, en general, siempre fue un apoyo cuando se les presentó algún problema.

Ahora los empleados continúan ayudando a su familia El Nogal. Alejandro Martínez, encargado del conmutador, va todos los días a la sede del club, se pone su overol y su casco y colabora con la instalación de los teléfonos y el rescate de las pertenencias de los socios y de las instalaciones.

Por eso todos coinciden en que los empleados fueron los verdaderos héroes de la jornada.