Quién tuvo la culpa? Para saberlo habría que remontarse, y quizás, a la febril Europa de los año veinte. Italia estaba electrizada con Mussolini, los desfiles de camisas negras al son del "Giovinezza" y la arrogante retórica de d'Annunzio. En Francia, hacían carrera en la extrema derecha las diatrabas de Charles Maurras y de Barres contra la apoltronada tercera república burguesa y liberal. Toda esta feria de frases altisonantes, de posturas heróicas, de estrepitoso nacionalismo, produciría el efecto de un licor demasiado fuerte en toda una generación de jóvenes conservadores colombianos. Desde París o desde su remota provincia, hombres como Gilberto Alzate Avendaño, Fernando Londoño y Londoño, Augusto Ramírez Moreno y sobre todo Silvio Villegas, identificados con el rótulo de "Los Leopardos", traerían a la cámara de los años 30 esta abrumadora retórica.
Nadie sabe aún por qué sería el viejo Caldas, de colonos y arrieros, la región del país donde esta oratoria se dio tan ferazmente como los arbustos de café. Allí quedó al parecer, sembrada para siempre. Se respirá en el aire tibio de Pereira y de Armenia y en el más fresco de Manizales. La traen en sus maletas los políticos de aquella región, junto con los inevitables trajes de poliéster y los zapatos amarillos que fascinaban en un tiempo, a Fernando Mazuera.
LA VANIDAD, UNA CASCARA
Sin saberlo, quizás, Jorge Mario Eastman es un heredero de aquella vocación de su tierra natal. También él tiene el gusto por las citas; también él cultiva amorosamente las frases hechas, la parsimonia solemne que le permite deleitarse con su propio verbo, la postura ligeramente estudiada. Eastman habla un lenguaje escrito. Las frases que suelta no son las del léxico pedrero de todos los días. Aún en mangas de camisa y entre amigos, desgrana palabra tras palabra, con lentitud, midiéndolas, sopesándolas, espiando con pequeños ojos de felino el efecto que producen en su interlocutor. Eastman es evasivo, ambiguo. Parece haber aprendido bien que la sagacidad política (y la tiene, sin duda) consiste en no comprometerse, en dar prudentes rodeos a conceptos y posiciones, en ocultar sus pensamientos profundos tras una cortina de palabras acicaladas. Si tiene uñas, las esconde.
No obstante este cuidadoso control de sí mismo, tiene deslices. Tal vez, se deben a las celadas imprevisibles que le tiende su propia vanidad. Porque Eastman, no hay duda, ama a Eastman. Lo encuentra inteligente y no se equivoca; lo encuentra leal, culto, digno de los más altos destinos, y también, por qué no, con un atractivo físico que maneja con cierta dosis de coquetería. No le gusta, por ejemplo, que las cámaras lo sorprendan con anteojos. Secretamente, una calvicie incipiente lo inquieta. Quema los kilos de sobra, ocasionados por los almuerzos demasiado copiosos de todo político, haciendo "jogging" por las mañanas.
PEREIRA EN EL CORAZON
Está obviamente orgulloso de ser de Pereira, clase media, provinciano, "pobre pero honrado" como lo dice él mismo y a donde va, irremediablemente, así sea a los alfombrados despachos del Palacio de Nariño, Pereira lo acompaña. Y está también en su pasión por los tangos, en sus piropos, en su acento donde silban las eses y, sobre todo, en sus frases y citas y en ciertas iniciativas suyas, para muchos insólitas.
Es bien sabido que cuando un azar de la política (azar que no es ajeno, desde luego, a sus méritos) le puso la presidencia en sus manos durante ocho días, hizo todo lo que era necesario para que este hecho memorable de su biografía no pasara inadvertido.
Abrió generosamente las puertas de Palacio, organizó desayunos, almuerzos y banquetes, estrechó centenares de manos. Y para que este paso fugaz no fuera por nadie olvidado, aceptó que su amigo y paisano Iáder Giraldo imprimiera un folleto bajo el título un tanto espectacular de "Primer agitador que llega a presidente".
¿A quién pertenecen las "perlas" de este libro realmente inolvidable? No es fácil saber si son todas atribuibles a Iáder, tan generoso en sus alabanzas como feroz en sus sarcasmos. Pero las perlas están ahí, en cada página:
"El primer ministro que pisó mi casa fui yo mismo".
Su aspiración es "alcanzar el gordo de los cuatro años y no conformarse con el seco de los ocho días".
"Este es otro oficio que me asigna la democracia y me voy a ceñir estrictamente a la partitura de austeridad que recibo del Presidente Turbay".
Su trayectoria es, desde luego, meritoria. No en vano es el número I del "staff" turbayista. A los 47 años, saltándose grados en el escalafón y dejando en los rellanos a una que otra vaca sagrada, acumula cargos y responsabilidades para calificarse como serio aspirante a la presidencia, ambición no sólo nada secreta sino a veces indiscreta. Representante, Senador, Ministro, Embajador, la carrera cumplida hasta ahora, con cierta precocidad, habría sorprendido sin duda al joven provinciano que tiempo atrás llegó becado desde su remota provincia cafetera al Colegio Nacional de San Bartolomé. Desde las aulas donde se aburría en los cursos de álgebra viendo las piedras vetustas del Capitolio Nacional, intuía que aquel edificio sería su "hábitat" natural, su nicho ecológico. Sabía que su destino era la política (la vida pública, como él dice hablando siempre con frases más de fama que de cronopio, para hablar en términos de Cortázar). No el papel sellado, pese al diploma de abogado obtenido en la Nacional.
Como estudiante, le correspondió la época dura (¿no hubo acaso muertos estudiantes el 8 y 9 de junio?) de la dictadura de Rojas. Eastman, como él mismo se define, fue "un huelguista de tiempo completo". Tiró piedra y lanzó discursos en los predios universitarios, e imprimió panfletos clandestinos como cualquiera de los subversivos que hoy constituyen sus dolores de cabeza como Ministro. "Entonces -advierte él- todo éso no era sino un juego de niños".
LAS BUENAS COMPAÑIAS
El 6 de mayo del 57 fue metido a la cárcel, en muy buena compañía, por cierto con Belisario Betancur, Diego Tovar Concha, Miguel Santamaría, Francisco Zuleta y Nicolás García Rojas. "Tuve la suerte de que me metieran en esa patrulla y no en una patrulla anónima". Este episodio, con su retórica particular, es descrito así: "Vendí por primera vez mi imagen de hombre público. Nada perdí con el carcelazo. Resultaba casi como una plataforma de despegue ir a la cárcel. Gané prestigio".
Prestigio: palabra mágica, está presente en todos sus pasos. El que prepara ahora, por cierto, no es de poca monta: llegar al poder, como delfín del turbayismo. De entrada, ha tropezado con un escollo, que él juzga mínimo, imputable a su deseo de figuración. Cuando nadie se lo esperaba, en vísperas de los comicios, anunció el color de sus aspiraciones presidenciales. Hoy llueven sobre él críticas de todas las toldas liberales. ¿Qué dice de ellas? "Es una manera trivial de simplificar un hecho de tanta monta, de tanta connotación de tan múltiple significado como es la caída de un partido en el poder. Las razones son profundas, de tipo estructural, ideológico, organizacional. Cuando un partido se cae, la responsabilidad es unánime. Lo otro sería creer que había selección de arcángeles excentos de toda culpa. No se trata de iniciar un juicio de responsabilidades al detal, al menudeo. Todo es adjetivo al lado de la verdad. Hay que tener el valor de hender con el bisturí y hacer una disección completa, sin antropofagia, sin el gusto nauseabundo de las hienas...".
Hienas, antropofagia, bisturí, disección... Cómo les habría gustado a Maurras y a Barrés y al épico d' Annunzio, saber que en estos tristes altiplanos, que ellos ignoraron olímpicamente, la semilla de su verbo está viva.
Viva, y por fortuna para el país, en un hombre que no tiene ninguna vocación fascistoide como ellos, sino simple y llanamente democrática. En un hombre que es un buen amigo de sus amigos, y que tiene pasiones tan populares como el fútbol. Eastman no sólo se sabe de memoria todos los versos de Neruda. Con la misma facilidad puede recitar las alineaciones de todos los equipos. Naturalmente, para no comprometerse, sus preferencias está con la Selección Nacional.