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UN QUIJOTE DEL SIGLO XX

En medio de una vigilada controversia, Rafael Poveda Alfonso viene esgrimiendo la aguda lanza de su prestigio, en su firme intento de moralizar el sistema aduanero colombiano.

18 de julio de 1983

Con unos pantalones bien puestos frente a una de las dependencias oficiales de manejo más difícil, la Dirección General de Aduanas, Rafael Poveda Alfonso ha ocupado últimamente las primeras planas de las noticias y algunos lo han convertido en un símbolo de la recuperación moral y económica del país.
Está comprometido en una valerosa lucha contra el contrabando, al que considera uno de los delitos de mayor gravedad, "ya que es toda la comunidad la que se perjudica con su práctica: fomenta el desempleo, genera antinacionalismo, golpea la economía, especialmente en sus sectores industrial y comercial y logra un fácil relajamiento de la moral ciudadana. Hasta la bonita industria casera de la modistería se acabó por el contrabando".
Le preocupa la inmoralidad imperante en el país, pero repara en la equivocación de enfocarla parcialmente con la sola culpabilidad de la administración pública. "Es un fenómeno general de la sociedad, de disciplina social. En la corrupción hay más ofrecimientos que exigencias". Considera la sencillez y la austeridad como el mejor legado paterno. "Aprendí a vivir rico siendo pobre", dice hablando sin afectación, ajeno a todo formalismo o solemnidad.
Hijo de humildes chiquinquireños que se trasladaron a Bogotá para trabajar en un almacén de ropa, su madre soñaba con verlo como secretario de un juzgado. Pero se convertiría en uno de los grandes abogados defensores del país y en magistrado del máximo organismo de la justicia.
SEGUIDOR DE GAITAN
Sus primeros años escolares transcurrieron en el barrio de La Candelaria y fue después bartolino y rosarista. El niño que tomado de la mano de su madre concurría a las audiencias públicas y al teatro no podía tener destino vocacional distinto al de la abogacía. En el Externado de Colombia, su interés por el estudio de la conducta humana le creó preferencias por la clase de psicología, dictada por un joven científico a quien no vacila en reconocer como el primer colombiano en digerir a Freud y una de las personalidades más influyentes en su generación: José Francisco Socarrás.
En su vida universitaria hay un episodio con características de novela de caballería: frente a la universidad pasaba una hermosa joven que con frecuencia atraía todas las miradas.
Ante las afirmaciones de un jactancioso estudiante que aseguró haber tenido relaciones íntimas con ella, Poveda reaccionó y lo golpeó una y otra vez. Esta conducta era motivo de expulsión. Fue llamado por el rector, el maestro Diego Mendoza Pérez, quien antes que reprender al trompadachín, lo congratuló por defender el honor de una dama. Este hecho determinó su gran afecto por el Externado y explica sus 33 años de cátedra, su actual presidencia de la asociación de exalumnos y la dirección del departamento de procesal penal.
El ejercicio profesional lo inició siendo aún universitario. En su quinto año de carrera fue defensor en aproximadamente 10 audiencias.
Posteriormente, con la colaboración de Carlos Arango Vélez, fue nombrado fiscal en Bogotá y durante 4 años descolló en célebres audiencias, cuando éstas constituían el principal espectáculo de los bogotanos. Tuvo particular resonancia el proceso a un joyero en el que compartió la acusación con José Camacho Carreño, frente al defensor Augusto Ramírez Moreno, al que llama "la elocuencia metafórica más grande de Colombia en este siglo". Eran los tiempos en los cuales más valía el talento oratorio que la exposición científica. Pero Poveda recibió la influencia del mejor de la época y sus defensas no se fundamentaron tan sólo en el don de la palabra sino que, a la manera de Gaitán, esgrimía argumentos científicos y probatorios.
Seguidor de Gaitán en lo profesional y en lo político, le aprendió su orientación positivista y con orgullo se cuenta como el último positivista de los penalistas colombianos. Con el caudillo vivió muchos momentos privados y profesionales y asevera que la vanidad y altivez que algunos le atribuyen en su vida pública no existían en el mundo de sus amigos.
Ha sido principalmente un exitoso profesional del foro. No ha perdido más de 8 casos en cerca de 600 audiencias. Siempre ha visto en la abogacía una vocación de servicio a la comunidad. Por eso sus honorarios son moderados, a pesar del reproche de sus colegas por no cobrar lo que vale su trabajo. La clientela menesterosa de sus primeros años lo marcó para siempre. "Vivo apegado al valor del dinero de otros lustros. Cien mil pesos son para mí un dineral". Los honorarios del Banco de la República en un sonado delito en Cartagena son la excepción: cerca de 400 mil pesos. Todo su patrimonio se reduce a un apartamento en el centro de Bogotá, que no ha terminado de pagar; un jeep, una casa en Villeta de propiedad de su esposa y la casi realidad de una pensión.
Su prestigio profesional lo condujo a esporádicas incursiones en la política. Fue elegido diputado a la Asamblea de Cundinamarca y no oculta que el bolígrafo de Alberto Lleras Camargo quiso así agradecerle los servicios profesionales prestados a liberales en momentos difíciles de la nación. Su habilidad era, por supuesto, el discurso de plaza pública; 25 años atrás vaticinó en una concentración en Une la presidencia de Turbay Ayala. Luego se vincularía al Meta y por insinuación de Durán Dussán fue nuevamente diputado. Sólo hasta cumplidos los 65 años desempeña altos cargos públicos: Jefatura del DAS, Magistratura del Consejo Superior de la Judicatura y Dirección de Aduanas, llamado por el presidente Turbay Ayala y ratificado por el presidente Betancur.
BARITONO FRUSTRADO
"Alicia, mi esposa, es la mujer más dulce de la vida", dice al recordar 45 felices años matrimoniales que le han dejado cinco hijos y seis nietos. Desde estudiante es aficionado al buen teatro; es atento televidente de las series sobre historia colombiana y le gusta la novela, pero sus autores de cabecera siguen siendo los penalistas Carrara y Ferri. Con 71 años entre pecho y espalda sorprende su vitalidad. Practicó el fútbol y el atletismo y jugó el tenis hasta hace 6 años. Fue practicante juicioso en las sesiones de yoga del Parque Nacional y, hasta hace unos pocos meses, trotaba y caminaba al amanecer. Rafael Poveda Alfonso tiene en su haber un origen humilde, superación, austeridad, carácter, honestidad y sencillez. La misma sencillez con la cual reconoce que nunca pudo ver realizado su sueño de ser un gran barítono.