LIBRO AL VIENTO
El espejo extranjero
La tercera entrega del proyecto 'Bogotá contada' invitó a un grupo de escritores extranjeros a recorrer la ciudad y escribir sobre ella. De este ejercicio de turismo literario, en el que participaron la uruguaya Fernanda Trías, el italo-mexicano Fabio Morábito y el español Daniel Cassany, entre otros, resultó un texto distribuido gratis por 'Libro al viento'.
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Una cosa es mirarse a sí mismo ante el fiel espejo que nos devuelve la misma imagen cotidiana, modificada apenas por el paso de las horas y los días, y otra muy diferente es pedirle a un extraño que nos mire y nos diga lo que ve. Esto es precisamente lo que sucede con la tercera entrega del proyecto Bogotá contada, que convida a un grupo de escritores extranjeros a lo largo del año para que recorran la ciudad y escriban sobre ella. De este ejercicio de turismo literario nos quedan a nosotros, los bogotanos, muchas imágenes que vemos a diario pero que la rutina acabó relegando a un segundo plano. El ojo foráneo, con los contornos menos desgastados por el letargo capitalino, ha sabido disecar algunos hábitos y costumbres de la ciudad en la que vivimos. Ya sea en clave de ficción, de crónica urbana, o en una mezcla de las dos, los ocho retratos escritos de Bogotá son un testimonio etnográfico tan válido para el lector local con el cuero curtido como para el visitante inmaculado en asuntos bogotanos.
El italo-mexicano Fabio Morábito divaga por igual por temas y calles sobre/de Bogotá, siempre con la imagen del D.F. como punto de comparación. Cuando Morábito piensa en la capital mexicana, ve un lugar de grandes vacíos y amplios espacios, mientras que Bogotá le transmite una “sensación de apretujamiento” que, a pesar de todo, difícilmente quedará grabada en su memoria. Para él, Bogotá es “una ciudad que se rehúsa a que la asimile como un todo. Sólo veo fragmentos, pedacitos que olvido fácilmente y por eso, cuando vuelvo a Bogotá, es como si no hubiera venido”.
El español Daniel Cassany elabora un cómico informe en clave semiótica de la ciudad, haciendo énfasis en el paisaje letrado que se abre ante sus ojos. “Bogotá emerge como una ciudad monoalfabética, con textos que usan íntegramente el alfabeto fenicio o romano”, nos revelan sus falsamente doctas conclusiones. No es de extrañar, pues, que uno de los signos que más llaman la atención del autor del informe es esa extraña práctica de vender minutos para llamadas telefónicas en las calles: “Casi se podría decir que el formato del anuncio está relacionado con el coste que tiene el minuto: cuanto más barato es el minuto más humilde es su anuncio y más pobre el barrio en que se halla”.
Si el texto de la uruguaya Fernanda Trías se fija tanto en las voces del centro de la ciudad, es para poder entender mejor los efectos de la urbe sobre el pasante: “Me pregunté qué efecto podría tener la montaña sobre el carácter de su gente. Yo sabía qué efecto producía el mar, el océano bravío. Era otro tipo de reverencia. El mar imponía su poder haciéndote callar, obligándote a escuchar su inagotable letanía. La montaña, en cambio, era el silencio contra el que chocaban todos los sonidos”. El peruano Iván Thays también choca contra las montañas, “buscando una ciudad dorada y encontrándose con esta ciudad salvaje, indomable, alrededor de cerros erguidos como animales mitológicos”. Su deambulación por Bogotá está marcada por la cordillera: “Los bogotanos tienen una brújula natural, que son los cerros de La Guadalupe y Monserrate. Han construido la ciudad alrededor de esos cerros”. Por su parte, el periodista salvadoreño Daniel Valencia se fija en otros montes menos tutelares, donde se eleva el barrio La Peña, para contarnos la historia del refugio de las chicas de la L del extinto Bronx, que funciona como una zona de tregua entre dos embistes de la fiera de la prostitución y la adicción.
En un tono más ficcional, los relatos del colombiano Luis Noriega (el más reciente ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez) y del argentino Federico Falco exploran, cada uno a su manera, las posibilidades narrativas que ofrece la capital colombiana. “La Bogotá que había conocido y la Bogotá que me seguía llegando a través de las noticias era una ciudad complicada, pero con una vocación de supervivencia a toda prueba. […] Bogotá es una ciudad que se sobrepone al apocalipsis”, podemos leer en el texto de Noriega, que mezcla una trama capitalina de falsos zombis con las aventuras con las cenizas de su madre. Por su parte, la capital de Falco es un espejismo tan lejano como la felicidad para sus oscuros personajes.
El texto que cierra este ‘libro al viento’, a cargo de la puertorriqueña Mayra Santos-Febres, es una historia urbana con un trasfondo de conflicto armado y de incierta reconciliación que pone el dedo en la llaga del carácter heterogéneo de la ciudad: “Bogotá se me presentaba como una especie de Nueva York, pero en español, montañosa y pobre; es decir, como fuera Nueva York en los setenta, llena de comercios, de gente buscándoselas, vendiendo cosas en la calle, al pie de la calzada, de inmigrantes, sólo que los de Nueva York llegaban de todas partes del mundo y los de Bogotá desplazados del resto de una Colombia en guerra. No hacía falta importar diversidad”.