CAROLINA SANÍN: PASAR FIJÁNDOSE

De géneros y criterios

La invitación a las mujeres (que no es invitación, sino el reconocimiento de un derecho) a participar en el mundo y sus productos tiene que ser una invitación a (o el reconocimiento del derecho de) reinventar el mundo y sus productos.

Carolina Sanín
17 de abril de 2018

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Ha habido una discusión entre los escritores colombianos en torno al Premio de Novela Elisa Mújica, un concurso recientemente lanzado por la Alcaldía Mayor de Bogotá e Idartes. En el concurso solo pueden participar mujeres, y de esa peculiaridad procede la discusión antedicha entre los escritores colombianos, aunque me estoy inventando esa discusión, pues los escritores colombianos, con pocas (unas dos) excepciones, no discuten públicamente, que digamos, acerca de nada; la discusión que al respecto he leído es de comentaristas de Facebook, quienes opinan que un premio de novela escrita por mujeres resulta limitante y condescendiente.

Es el viejo debate acerca de la discriminación positiva, y estoy de acuerdo en general con la discriminación positiva. En este caso en particular aplaudo la iniciativa (que cuenta con la cooperación de Laguna Libros, la editorial colombiana que se ha distinguido por descubrir, publicar y promover obras literarias escritas por mujeres), pues me parece que puede servir de incentivo para que las escritoras muestren su obra y para que los lectores lean un libro escrito por una mujer. Me parece significativo que un jurado lea páginas y páginas escritas por mujeres, y que esas páginas se encuentren por una vez juntas en un mismo lugar para que se vea qué están escribiendo –y cómo– las mujeres en Colombia.

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Tengo, empero, algunos reparos con respecto al premio. El primero concierne a la extensión de la convocatoria. Desde el anuncio hasta el plazo de entrega del manuscrito transcurrirán escasos cuatro meses; si se espera (como cabe) que la creación del mismo no solo anime a las escritoras a que aspiren a un premio con una novela ya escrita, sino a que escriban o terminen de escribir una novela nueva, entonces considero que se habría debido dejar un margen mayor para el envío del material.

El segundo reparo es más ambicioso. La cuestión del género sexual está por supuesto ligada a la del género literario. No solo fueron hombres en su apabullante mayoría quienes desarrollaron y entronizaron el género de la novela, sino que esta, en su origen, en sus convenciones y en sus evoluciones, guarda un estrecho vínculo de dependencia con la concepción tradicional del género (sexual) y con las relaciones culturalmente establecidas entre hombres y mujeres. El asunto es demasiado largo para tratarlo aquí, así que baste con decir que, ya que últimamente hablamos con insistencia acerca de cómo las voces y las historias de las mujeres han sido excluidas de la literatura, habría que ver cómo esas historias y esas voces podrían inventar y reclamar formas distintas de las ideadas por los hombres.

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Sería pertinente que un concurso literario para mujeres contribuyera a abrir un nuevo cauce para la literatura actual; que fuera un concurso de libros literarios (con la condición de que los libros conformen unidades, si no se quiere que participen las colecciones de textos breves), y no específicamente de novelas, para ver cómo las escritoras trascienden, entremezclan, cuestionan o reinventan los géneros. Bien nos consta que la problematización del límite entre los géneros literarios caracteriza el trabajo de algunas de las autoras más influyentes de la actualidad (y perdón por embutirles el cliché de “las autoras más influyentes de la actualidad”; me refiero a autoras como Anne Carson y Lydia Davis, entre muchas otras).

Todavía tengo otra objeción, cuyo objeto es quizá más urgente que los de las anteriores. En la convocatoria del Premio de Novela Elisa Mújica aparece una tabla de puntajes que supuestamente guiará a los jurados en su trabajo. En la tabla se establece que a los “aspectos formales (puntuación, gramática, uso del lenguaje)” se les asignarán 10 puntos; a la “solidez de la estructura” se le asignará 30 puntos; a la “verosimilitud, construcción de personales (sic), argumento y recursos estilísticos del género” se les asignarán 30 puntos, y a la “voz propia”, otros 30.

Ese tipo de puntuación (como de jueces de gimnasia olímpica) y esos criterios –que seguramente se aplican también para los concursos unisex que el distrito convoca– son ridículos. ¿Qué cosa es “voz propia”?, ¿cómo se juzga y cómo se puntúa? No estoy en desacuerdo con que se contemple la gramática en los manuscritos (es apenas obvio), pero ¿a qué se refiere la convocatoria con “uso del lenguaje”? ¿Y qué cosa es una “estructura sólida” en una novela? ¿Y a quién le parece que una novela tenga que tener verosimilitud o personajes “construidos”? A propósito de lo primero, no se trata de escribir una mentira creíble, sino una obra de arte. A propósito de lo segundo, la convocatoria ignora buena parte de nuestra tradición novelística (por ejemplo, las novelas de Samuel Beckett, las de Kafka, las de Camus, las de Clarice Lispector, las del nouveau roman –entre ellas las de Marguerite Duras–, etc., etc.). ¿Y cuáles son los “recursos estilísticos del género” que hay que emplear para obtener 30 puntos y poder ganarse el premio? Estos términos no corresponden a un concurso serio, sino a un poco imaginativo examen de bachillerato. Tampoco corresponden en nada, hay que decirlo, al gusto de la editorial Laguna, que ha demostrado ser heterodoxa. Será entonces cosa de los burócratas: uno de esos “hacer por hacer” y “hacer de cuenta” que a ellos les gustan.

La invitación a las mujeres (que no es invitación, sino el reconocimiento de un derecho) a participar en el mundo y sus productos tiene que ser una invitación a (o el reconocimiento del derecho de) reinventar el mundo y sus productos. Si de lo que se trata es de ver cuál es la mujer que mejor se ciñe a una lista de criterios irreflexivos, entonces no se habrá hecho con la nueva convocatoria mucho de nuevo, de efectivo o de verdadero.

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