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Especial Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín

“La única manera de fomentar la lectura es el ejemplo”

Ana María Machado asegura que conquistar lectores no puede ser obra de burócratas que no leen.

Carla Giraldo Duque* Medellín
25 de agosto de 2017

Cuando era niña, Ana María leía lo que le regalaban sus padres, lo que le sugerían sus abuelos y lo que le compartían sus hermanos. En su casa todos leían. La suya era una familia que no conocía de privilegios económicos, pero sí del placer de la lectura. En su colegio fue redactora del periódico escolar, ella misma escribía varias secciones y firmaba cada texto con un nombre diferente. Los libros han sido en la historia de su vida un objeto de fascinación y un vehículo de transformación y evolución.

Nació en Río de Janeiro, Brasil, en 1941. Es, además de autora de un centenar de libros, pintora, periodista y editora. En el año 2000 recibió el Premio Hans Christian Andersen, el galardón más notable de la literatura infantil; sin embargo, también tiene una obra para adultos que ha sido premiada. Ana María Machado, considerada por la crítica como una de las mejores escritoras de la literatura brasileña contemporánea, estará participando en la 11.ª Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín.

Usted en alguna oportunidad dijo que tal vez lo más significativo de su vida adulta había sido reconocerse a sí misma como lectora y escritora, que los demás podían ser considerados como meros incidentes biográficos. ¿Qué ha significado para usted en su experiencia más íntima ser lectora y escritora?

No creo que haya dicho exactamente eso. Lo que sí recuerdo haber dicho cuando me preguntaron sobre la referencia a episodios de mi vida en mi obra fue que una vez que una se reconoce como escritora y lectora, es eso lo que importa para la obra, un hecho de lenguaje. Lo demás son incidentes biográficos. Lo que ese reconocimiento íntimo significó para mí es la conciencia de que la búsqueda de sentido de la vida y del mundo, en mi caso, pasa por las palabras.

Usted inició escribiendo literatura para adultos y hasta hoy lo sigue haciendo. Pero ¿cómo recuerda su primer acercamiento con la literatura infantil? ¿Qué significó para usted empezar a pensar en historias para niños?

Mi primer acercamiento a la literatura infantil se produjo porque me pidieron escribir un cuento para chicos, para ser publicado en una nueva revista. Yo siempre oí cuentos, en mi familia, estaba acostumbrada a esa situación. Y soy la mayor de muchos hermanos, también estaba acostumbrada a contarles cuentos a ellos. Cuando quise inventar algo para niños, conocía el lenguaje para comunicarme. Lo importante, entonces, fue el descubrimiento de que ese lenguaje podría ser literario, poético, sofisticado, trabajado hasta el punto de parecer natural y muy sencillo sin serlo realmente, pero dando esa impresión gracias a una labor consciente de depuración y exactitud. Eso me fascinó y siguió siendo un reto creativo, siempre: el lenguaje literario que parezca oral, coloquial y familiar, pero jamás pierda densidad.

Además de ser escritora usted también ha sido editora, y en alguna oportunidad afirmó que solo se vale editar un libro si se cree que aquella lectura tiene el potencial de transformar a alguien. ¿Piensa en eso cuando escribe?

No, no tengo intenciones claras cuando escribo, salvo ser fiel a mí misma y a las exigencias que el mismo relato crea. Si logro hacerlo con calidad artística, será transformador, en la medida que todo arte es transformador porque añade al mundo algo que le hacía falta.

Su obra ha sido traducida a idiomas tan lejanos como el ucraniano. ¿Qué cree usted que ha hecho que sus libros alcancen esa dimensión de universalidad y lleguen a niños de culturas y contextos tan diversos?

Me gustaría saberlo. Para mí es un misterio y siempre me sorprende, me emociona mucho, me llena de reverencia frente a algo que no logro comprender. Me imagino que es porque hablo de cosas íntimas que conozco porque las viví o he visto en personas muy cercanas y que amo –y con eso llego a otros, porque me doy cuenta de que somos mucho más parecidos de lo que suponemos–. Hoy día, con una conciencia democrática de la tolerancia y la diversidad, damos mucho énfasis a la diversidad que tenemos, y eso es positivo. Pero quizás con eso olvidemos que somos casi iguales, bajo esa diversidad.

La promoción de la lectura es, en sociedades como la nuestra, casi que un acto de resistencia civil, y usted lo ha dicho: “La democracia necesita de más lectores de literatura”. Pero ¿cuál cree usted que es la mejor manera de fomentar la lectura?

Estoy cada vez más convencida de que la única manera de fomentar la lectura, al fin y al cabo, es el ejemplo. Quien lee, hace leer naturalmente. Porque es un modelo y un espejo. Porque quiere compartir. Porque se entusiasma y habla con pasión de lo que lee y despierta curiosidad. Porque quiere hablar de lo leído y presta libros, regala libros, inventa maneras eficientes para que los otros lean. No creo que eso de “fomentar” o de “conquistar” lectores pueda ser obra de burócratas que no leen y, sin embargo, desean imponer la lectura a los otros.

*Periodista

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