Hernando Muñoz en su casa en Medellín. Foto: Pablo Monsalve.

Colombia

Con la culpa a cuestas

Más que el retrato de Hernando Muñóz, un académico, decano de la Universidad de Antioquia y autor del libro 'Hacerse hombres', esta es la historia de un homosexual que hizo todo lo que estuvo a su alcance para renunciar a su propia naturaleza.

Ana Cristina Restrepo Jiménez* Medellín
22 de noviembre de 2017

“Aquí estoy solo, gritándole a Dios que

me deje pasar del borde del abismo”.

Correspondencia personal de Hernando Muñoz, 1992.

Hace un par de semanas, El Espectador publicó un artículo sobre el movimiento Colombia Justa-Libres, que reúne casi el 70% del liderazgo cristiano nacional. A sus filas se han integrado voces de negritudes e indígenas, así como educadores, organizaciones sociales, asociaciones de víctimas y de padres de familia, y fieles de diversas religiones. Con el pastor John Milton Rodríguez a la cabeza, adelantan la conformación de una lista única al Senado con 56 candidatos. Ya han consolidado 24 listas a la Cámara de Representantes. Con ellos, Viviane Morales podría aspirar a la presidencia, pues su calidad de senadora liberal implica estudiar salidas jurídicas para resolver su posible inhabilidad.

Con el artículo 42 de la Constitución como bandera (“la familia es el núcleo fundamental de la sociedad. Se constituye por vínculos naturales o jurídicos, por la decisión libre de un hombre y una mujer…”), se atiza la cruzada que en 2016 dio un campanazo de alerta con el triunfo del “no” en el plebiscito. La coyuntura política en Colombia supera la defensa (¿privilegio?) de un tipo específico de familia, o la protección de una sola comunidad, como la LGBTI: exige un rescate del espíritu liberal de la Constitución de 1991 y sus mandatos.

De ese lado del espectro está Hernando Muñoz Sánchez, decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia. Pertenece a la Junta Directiva de la Fundación Colombia Diversa y ha sido asesor de la ONU y la Unesco en asuntos como diversidad sexual, masculinidades, bullying y homofobia. Es académico –magíster en Cooperación y Desarrollo de la Universidad de Barcelona y Ph.D en Perspectiva de Género de la Universidad Complutense de Madrid– y autor del libro Hacerse hombres, una evocación de la obra de Simone de Beauvoir. Más que su retrato, esta es la historia de un homosexual que hizo todo lo que estuvo a su alcance para renunciar a su propia naturaleza.

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“Estás frente a la persona que ha hecho más cosas en la vida por no ser homosexual”, dice el profesor Muñoz en la penumbra de su apartamento del barrio Carlos E. Restrepo, refugio de la bohemia y el agite intelectual de Medellín.

Muñoz creció en una familia de clase media de Bogotá, sus padres se separaron cuando era pequeño. Cinco hermanos varones, una mujer. A los 8 años, en los salones de un colegio privado, católico y mixto, ya comenzaba a percibir su diferencia con otros niños: “De pronto me sentía afeminado, me miraban de otra manera. Las burlas no eran fuertes. Yo no jugaba fútbol, pero tampoco tuve ganas de jugar con muñecas ni de tener carritos. Era como un niño grande: leía, organizaba. Tenía una mente administrativa, sistemática, que organiza”, recuerda.

Su madre decidió inscribirlo en un colegio militar para enfrentar la situación. Durante el año que estudió allí, algún compañero hizo chistes sobre su forma de correr. “Nada grave”. No obstante, la incomodidad propia era inocultable: “Alguna vez en el barrio le casqué a uno porque se burló de mí mariqueando, homosexualizando gestos”.

Un momento clave en el proceso de reconocimiento sucedió en el bachillerato: en el camino a una “coca-cola bailable” sintió que alguien lo perseguía. Un hombre mayor le coqueteó, llamó su atención haciendo alusión a su piel morena y al color aceituna de sus ojos. Fue tal la culpabilidad, que poco después Muñoz se dedicaría a buscar la manera de cambiarse el color de los ojos en ópticas capitalinas. Los lentes de contacto de colores apenas se conocían en el país.

La atracción hacia otros hombres ya era un conflicto interno difícil de controlar. Sin que nadie lo obligara, acudió a una iglesia evangélica, la misma a la que asistía Viviane Morales: “Yo tenía que ser heterosexual sin conocer la palabra heterosexual”. Sentía rabia consigo mismo por ser gay, por saberse “enfermo, sucio, pecador”: era presa de la homofobia internalizada, aquella que carece de referentes sociales que indiquen que ser homosexual es aceptable.

Con la carga de la homofobia internalizada, acudió a psicólogos y psiquiatras. Practicó deportes de impacto, “masculinos”. A los 17 años ahorró dinero para pagar un examen de fenotipo en el Instituto de Salud de Bogotá. Quería saber si estaba enfermo, si era anormal… ¿¡Qué pasaba con sus hormonas!?

Se asomó a la brujería. En su desesperada búsqueda, una noche dejó un vaso de agua en la mesa del comedor con la imagen de José Gregorio Hernández. Se supone que el legendario médico venezolano vendría a “operar” su homosexualidad. “Personas como yo tenemos que pedirle permiso al mundo para poder ser. Es un asunto de siempre estar justificándote”, tal vez porque nació en un momento económico difícil para la familia, o porque jamás fue cercano a su padre, o porque a los 13 años empezó a escribir diarios para encontrarse a sí mismo. Mucho después continuaría con esa exploración a través de esquelas que enviaba a sus guías espirituales de la iglesia a la cual pertenecía. Esta serie epistolar, perfectamente enumerada, la envió Muñoz, entonces residente en Quito, a Bogotá. En marzo de 1992, escribió: “(…) Tengo en lo profundo de mi corazón una esperanza chiquita de que todo volverá a ser bueno y mejor, que es bueno reencontrarme conmigo mismo y recibir las consecuencias duras (subrayado del manuscrito original) de la desobediencia y ¡para poder madurar! (…). Oren para que Dios haga algo total y definitivo en todo este tiempo. Lo que sí sé es que a nivel sexual, por lo menos, deseos y tentaciones han estado congelados y me siento más libre de eso (…). En este momento tengo rabia, dolor, ganas de llorar y dejar de existir, sobre todo conmigo mismo, por mi debilidad, pero también con otros, con un sistema, con una familia, con el pecado que aunque tú nunca hubieras escogido te envuelve. Y la posdata recurrente: “Recuerden guardar estas cartas en un lugar confidencial, quiero conservarlas”.

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Buscó apoyo en la Unidad Cristiana Universitaria. Allí encontraría a los misioneros Javier y Ana María Voelkel, los fundadores de esa comunidad, que se convertirían en su faro. A partir de la sanidad interior (inner health), el propósito era sanar al individuo y toda su historia familiar: “Tú tienes el pecado que traen tus antepasados”. Pero allí no estaba la anhelada heterosexualidad. Tampoco la encontró en los exorcismos a los que fue sometido en una casa del barrio Belalcázar: días de ayuno no lograron expulsar al demonio de la homosexualidad.

La heterosexualidad también le fue esquiva en los campamentos cristianos para exgais Desert Stream (“Aguas del desierto”) en Estados Unidos. Sus divagaciones de personaje victoriano no cesaban. Ni siquiera las terapias reparativas cumplieron con su cometido: “Se van combinando con la oración, el ayuno, el sacar los demonios y todas esas cosas: no te masturbes, no mires a los tipos”.

Theo Donner, profesor del Seminario Bíblico de Colombia (actual fundación universitaria), lo invitó para que trabajara en Medellín como administrador del seminario. Llegó en diciembre de 1988. En plena efervescencia de las iglesias protestantes, Muñoz fundó El Redil, de la cual fue pastor, la misma que lo expulsó en 1993.

Paradójicamente, en esa ciudad conservadora se dio su gran ruptura con la religión. Después de compartir una experiencia personal con dos colegas pastores, ellos intentaron someterlo a un proceso de disciplinamiento público: exponer su “pecado” frente a la asamblea. Muñoz jamás había dudado de la existencia y el amor de Dios, pero el escarnio público era más de lo que podía soportar. Y se negó a hacerlo.

En Medellín, siendo un joven líder, estudió en la Universidad Pontificia Bolivariana y luego fue profesor de la Universidad de Antioquia. Su carrera profesional en Humanidades lo llevó becado a Europa. Ahora es decano en la alma máter.

En 1994, en Houston, se casó en un ritual simbólico sin efectos civiles. La unión fracasó.

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¿Todavía podemos hablar de homofobia internalizada?

Hoy la gente tiene mucha más libertad de ser. Un pelado que quiera salir del clóset tiene la opción de sentarse a hablar con otros y decir que es gay. La palabra “normal” es una cosa brutal: abre una puerta que te dice que te puedes salvar de ese abismo tan horroroso que es ser homosexual en esta cultura.

Sus luchas, voluntarias, eran para alcanzar esa ‘normalidad’...

Quiero que la gente entienda –Viviane Morales, las personas que están en el poder político, las de las iglesias–: ¡uno no se vuelve, uno es! Las terapias reparativas son la combinación de la homofobia internalizada y la que viene de afuera. Es como la maldición: la posibilidad de la muerte social, la muerte emocional, la muerte simbólica y hasta el suicidio.

¿Por qué es necesario declarar abiertamente la orientación sexual?

Creo que uno tiene que decirlo. Es respetable querer estar en el clóset, pero uno sí debe tener un grupo de apoyo en el que se pueda sentir abiertamente homosexual. De lo contrario te mueres emocionalmente, vives una doble vida.

En Colombia no hay una historia fuerte de referentes públicos LGBTI. ¿Cree que haber carecido de validadores (como lo fueron Freddie Mercury o Annie Lennox a nivel mundial) ha alimentado una visión limitada de la diversidad?

Tú no ves en una telenovela a una pareja gay. Recuerdo El divino, una novela caleña, de Álvarez Gardeazábal: una caricatura de los gais. El peluquero era una burla de los afeminados. Todavía se sigue pensando que los gais somos mujeres, que las lesbianas son hombres en cuerpos de mujeres. A mí me gusta ser hombre y quiero seguir siéndolo, solo que mi objeto afectivo son los hombres. La identidad de género no tiene que ver con mi orientación sexual. En lo único que están de acuerdo todas las religiones es en odiar la posibilidad de ser diferente.

¿Su paso por las iglesias fue en vano?

Rescato a un grupo cristiano universitario en Bogotá: gente muy inteligente, muy capaz, muy intelectual. Pero el hecho de sentirte culpable es maluco, no se agradece. Va socavando. Anoche miraba las cartas que les escribía a mis colegas pastores. Con dolor vi que me sentía sucio, solo. Con dolor tuve que exiliarme en Ecuador, porque estaba cometiendo algo que no debía ser. Era como el Salmo 32, de David, que narra que cuando él comete pecado su cuerpo se va secando. Siento que a mí me pasó eso por la culpabilidad.

¿La Biblia condena la homosexualidad o es cuestión de exégesis?

Ahora algunos contradictores del cristianismo radical dicen que hay una mala interpretación de las escrituras. Yo no entiendo. Respeto profundamente que existan gais cristianos: pasé más de la mitad de mi vida siendo cristiano.

¿Entonces es un contrasentido ser un gay cristiano?

Para mí sí, por mi experiencia, por mi búsqueda brutal: todo el tiempo te están diciendo que los afeminados, que los hombres que se echan con otros hombres, están en pecado. Siempre pensé que era pecado, que Dios me amaba como persona, pero no amaba mi pecado. No creo que exista un Dios que te odie, que te haga cambiar lo que eres. Si la homosexualidad se aprende, la heterosexualidad también. Yo hice de todo para ser heterosexual y no pude. Si existe un Dios y me ama, pues debe amarme como soy.

¿Qué opinión le merece que distintas iglesias se unan para buscar más poder político?

Me parece muy bien que las iglesias evangélicas y la gente que pertenece a todas las iglesias tengan un lugar en la política. Lo que no se puede hacer es que el dogma y las creencias se impongan sobre lo político, que se juzgue desde la Biblia y no desde la Constitución. Lo que hacen los fundamentalismos –evangélicos, cristianos, gente común o el señor exprocurador– es poner en el borde del abismo unas vidas por el solo hecho de ser diferentes, por su orientación sexual o su identidad de género. La arremetida de todas las iglesias evangélicas fundamentalistas no es solo en Colombia, es en toda Latinoamérica.

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La Oficina de Asuntos Religiosos del Ministerio del Interior conserva un registro de más de 5000 iglesias evangélicas, las mismas que pueden contar con varias sedes (se calcula que podrían ser 11.000). Un león simboliza a Colombia Justa-Libres, el movimiento que adelanta la recolección de firmas para su inscripción. Espera conseguir entre 500.000 y un millón y medio de votos para consolidarse en el Legislativo.

A pesar de sus rugidos, Muñoz conserva la esperanza de construir una sociedad incluyente: “Yo le digo a la gente gay que quiere ser activista que se prepare. El activismo tiene que ver con la transformación de imaginarios culturales, que es lo más duro de hacer en la vida. Tengo esperanza en que los maestros pueden llegar a hacerlo. Se transforma a través de la educación: cómo podemos seguir luchando, cómo la sociedad civil asume un papel”.

Reclinado al lado de un modesto altar de discos y casetes, en una suerte de elevación, Muñoz alza los brazos y suspira: “¡En este país ser marica es pa’ machos!”.

*Profesora de la Universidad Eafit, panelista de Blu Radio y columnista de El Espectador y El Colombiano.

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