"En algún lugar de la memoria, todos estamos tarareando una canción de Wilfrido Vargas": Camilo Hoyos.

NARRATIVA

La autobiografía de Wilfrido Vargas reseñada por Camilo Hoyos

A los setenta años, Vargas se atrevió a hablar de sus enfermedades mentales.

Camilo Hoyos
25 de febrero de 2019

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En algún lugar de la memoria, todos estamos tarareando una canción de Wilfrido Vargas. Pocos artistas pueden conformar tantas canciones de lo que se supone es la playlist de vida de una generación, o acaso la educación sentimental a partir de la música. En Me volviste loco, Wilfrido, la autobiografía del cantante dominicano que este año cumple más de cincuenta años en los escenarios, cuenta todo esto, pero algo más: que la música y el merengue le sirvieron para soportar la procesión que llevó y lleva por dentro. Quien fuera el precursor del merengue a nivel mundial, y quien además usó este tipo de música para proclamarse como “El hombre divertido”, ha sufrido de depresión y polaridad desde los cinco años. Digamos de una vez algo que luego del libro es difícil olvidar: para esa clásica portada del LP Volveré, en que aparece con su traje blanco acompañado de ese pelo afro sin igual, la sesión de fotos tuvo que repetirse cinco veces debido a una depresión que no le permitió levantarse del suelo.

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“Uno es sus recuerdos y sus traumas”, afirma Wilfrido desde sus primeras páginas, y así trae a Papá Balín, quien despertó sus sentidos en medio de olores a cacao y viajes interminables, y también a Papá Monzón, quien le enseñó desde pequeño la resistencia política al nunca tener el afiche del dictador Trujillo que leía “En esta casa, Trujillo es el jefe”. También cuenta de aquella mañana en la Escuela Municipal de Altamira, cuando al superar la lección número 22 de solfeo a cargo del compositor español Hilarión Eslava, el director de la academia se levantó y caminó hasta una pared de la que desenganchó de un oxidado clavo la que sería la primera trompeta de Wilfrido. También ese otro día en que, luego de comprender lo que era Trujillo y su persecución, en acción de sublevación musical, decidió improvisar con la trompeta un fragmento del himno nacional, lo que casi le supone la expulsión inmediata. Desde sus inicios, el riesgo y la valentía se iban configurando dentro de la empresa musical de Wilfrido, de la cual pocos pueden renegar (el comienzo de “El loco y la luna” así lo certifica).

Pero la depresión y los problemas emocionales es el eje que atraviesa todo el libro. Las primeras alucinaciones se dieron cuando le terminaron de salir los dientes, y al apretar un molar, en vez de ver nubes, veía en el cielo unos rascacielos como nunca los había conocido en fotos. El oído privilegiado confiesa cómo algunas mañanas lo único que siente es falta de empuje y motivación, desaliento, malestar físico; escalofrío, temblores, fiebre, bipolaridad, pánico y depresión. El Hombre Divertido por días se convierte en “un tronco que apenas respira” debido al insomnio. Durante años fue el arsenal de pastillas, ansiolíticos, psicoestimulantes, antidepresivos, hipnóticos, etc. El libro es la historia de cómo Wilfrido llega a su propia libertad emocional: es decir, ser dueño de su voluntad para conseguir independencia personal. Y todo esto mientras le daba la vuelta al mundo tocando “El africano”, del colombiano Calixto Ochoa.

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A medida que uno avanza en el libro parece olvidar, sin embargo, uno de los elementos más importantes: la valentía del Hombre más Divertido que, a los setenta años, decide contar la verdad de lo que ha pasado. Es decir, el lugar de donde salió ese merengue, el estado en que compuso canciones que nos definen, ambientes en los que concibió composiciones que están impresas en nuestros oídos. Es un libro que nos acerca al merengue, pero también nos aleja de los imaginarios sobre las personalidades musicales. Esta obra no solamente evoca el poder curador de la música, sino que además encumbra, aún más, a uno de esos padres de nuestra patria musical latinoamericana. Por esto y por todo lo demás: gracias, Wilfrido.

Me volviste loco, Wilfrido

Wilfrido Vargas

Planeta

304 páginas

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