"¿Para qué?, pues para ser mejores personas”, responde sorprendida Estela Ibarra, de 53 años, a la pregunta de ¿para qué sirven los libros? “Para superarse uno, ser alguien en la vida”, insiste. Llegó a Sumapaz en el ‘85 con su exesposo, y sus dos hijos, hoy de 12 y 16 años, nacieron en este hermoso rincón de la Bogotá rural que pocos conocen (muchos ni siquiera saben que existe), debido, entre otras cosas, a sus difíciles condiciones de acceso. La sinuosa carretera que la comunica con la localidad de Usme tiene grandes trayectos sin pavimentar y el transporte público no llega con mucha frecuencia. Algo que, sin embargo, parece no molestar a muchos de sus 2.500 habitantes, felices de que su pedazo de paraíso no se vea afectado por algunos de los problemas de las grandes ciudades, a pesar de formar parte de una de las urbes más grandes del continente.
Estela, empleada del aseo de una de las escuelas de la localidad, recibe tres libros, los abraza con fuerza y los deja en la bolsa blanca identificada con los logos de la Secretaría de Cultura, el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc) y el Plan Distrital de Lectura y Escritura ‘Leer es volar’. Se disculpa, estaba cortando cebolla, explica, y por eso no se atreve a abrirlos. Oreidy, de 15 años, por el contrario, no pierde tiempo en revisar los textos que le entregan. “Mirá, mirá —comenta con una compañera, mientras señala algo en las páginas de un libro de tapa roja con el título de Tiempo de hacer—. Mi compañera y yo estamos en el grupo de teatro, somos las encargadas del maquillaje y aquí hay consejos para eso”, explicaría más tarde.
Además de ese texto, que incluye desde cómo cuidar la piel con productos naturales y cómo construir una cortina con bambú y semillas hasta cómo hacer telones y vestuarios para teatro, los 744 hogares de Sumapaz y cada uno de los docentes que trabajan en la localidad recibieron dos libros más: Cuentos para contar, con narraciones tradicionales de diferentes regiones del país, y Tan distintos y parientes, sobre, por ejemplo, qué tiene que ver la ubre de una vaca con una olla a presión, el hielo con un encendedor o una guitarra con una estrella.
Todos estos libros forman parte de las diferentes colecciones que la fundación Secretos para Contar edita desde hace doce años, especialmente dirigidos a la población campesina, inicialmente en el departamento de Antioquia. Esa experiencia en contextos campestres llamó la atención de la Secretaríade Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá, empeñada en que su Plan Distrital de Lectura y Escritura ‘Leer es volar’ llegue a todos los rincones de la ciudad, incluso a su localidad más rural. “Empezamos preguntándoles a los campesinos sobre qué les gustaría leer, porque partimos de que si la gente en el campo no leía más no era porque no le gustara la lectura, sino porque no tenía libros”, explica Alejandro Gómez Jaramillo, uno de los promotores de la fundación.

Isabel Cristina Castellanos, directora ejecutiva, asegura que, por lo general, las familias campesinas no tienen libros en sus hogares, por lo cual ellos decidieron editar sus propios textos partiendo de los intereses de los habitantes de las zonas rurales. “La construcción de estos libros parte de un diálogo de saberes en el cual siempre hay referentes cercanos que permiten a la población identificarse y encontrar datos que ayuden a mejorar sus condiciones de vida e incentivar sus hábitos de lectura”.
La fundación Secretos para Contar está trabajando en Sumapaz gracias a un convenio con la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte y el Cerlalc, un centro creado por la Unesco para promover la lectura y la producción de libros en América Latina.
Marianne Ponsford, directora ejecutiva del Cerlalc, asegura que es precisamente la falta de acceso a los libros una de las razones de los bajos niveles de lectura en las zonas rurales. “Colombia tiene una gran población dispersa alejada de los centros urbanos cuyos habitantes no tienen cerca una biblioteca, ni la posibilidad de adquirir libros. Hay un enorme trabajo por hacer en cuanto a dotación en las zonas rurales; por eso, este proyecto busca poner libros a circular, que si un niño o un adulto quiere leer pueda tener un lugar donde hacerlo. Suena obvio, pero no es tan fácil; en nuestros campos no hay libros”.
Ruth Morales, una mujer de 32 años que trabaja como aseadora, comienza a leer: “Al abuelo le gustaba contar cuentos. Era un cuentero innato; quienes lo escuchábamos nos transportábamos en una máquina del tiempo, alucinados por sus historias —dice la introducción del libro—. En mi casa no hay libros, ni uno solo”, asegura esta madre de tres hijos que llegó a Sumapaz hace 13 años procedente de Facatativá buscando un buen lugar para vivir.
“La comunidad no lee porque no hay acceso a libros ni a bibliotecas —explica Martín Merach, un profesor de primaria originario de Popayán que lleva año y medio trabajando en Sumapaz—. Los padres no tienen ni el tiempo ni el dinero para preocuparse por libros, porque están centrados en las labores del campo. Por eso, este tipo de campañas son una gran alternativa y nos dan a los maestros herramientas adicionales para nuestra labor”.
El programa, denominado ‘Qué cuenta la Bogotá rural’, se complementa con talleres de redacción, producción radial, fotografía, además de encuentros con los docentes de la región, todo con el objetivo de cerrar la brecha. “Esa es la importancia de que el Plan de Lectura y Escritura ‘Leer es volar’ llegue a la ruralidad de Bogotá —explica la secretaria de Cultura, Recreación y Deporte, María Claudia López—. Lo que buscamos es mejorar las posibilidades
de que los miembros de estas comunidades puedan acceder al conocimiento, para lo cual emprendimos este proyecto con el que dotamos a más de 700 familias con una colección básica de libros, creados específicamente para contextos rurales. Además, de la mano de la Secretaría de Educación, muy pronto vamos a iniciar la construcción de la biblioteca pública escolar”.
Ahora en Sumapaz no hay una familia sin un libro en casa.