Lucrecia Martel nació un 14 de diciembre de 1966 en Salta, Argentina. Cortesía FICCI.

ENTREVISTA

“El pasado es una sarta de lugares comunes”, Lucrecia Martel, directora de ‘Zama’

La película, basada en la novela homónima de Antonio Di Benedetto, se estrenó en el Festival de Cine de Cartagena y está en salas de cine desde el 22 de marzo. Hablamos con la directora argentina sobre su esperado regreso.

Sara Malagón Llano* Cartagena
21 de marzo de 2018

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Usted hace películas cuando tiene algo por decir. ¿Qué la llevó a hacer Zama?

Muchas veces había pensado: “Qué divertido debe ser hacer una película de época”. Y a medida que hice otros filmes tuve deseos de inventar una representación del pasado. También porque había estado preparando una película de ciencia ficción que me había hecho pensar sobre el tiempo, sobre cómo se representa el futuro, o las cosas que no reconoces para nada, como los alienígenas y sus armas... Eso me llevó a querer aplicar esa forma de pensar en el futuro sobre el pasado. Cuando leí la novela Zama, que es magnífica, la vi como una oportunidad. Sentí que la historia de un hombre atrapado en quien cree que es –una cosa que nos pasa a todos– se conjugaba con ese deseo. Si una persona no se cree nada, es imbatible. Uno no la puede humillar porque no le importa. Cómo esa persona logra hacer sus cosas es un misterio, pero a priori, teóricamente, es imbatible. Deshacerse un poco de quien uno cree que es libera mucho.

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¿Y Zama quién cree que es?

Un funcionario que ha cumplido funciones para la administración española y que no se ve como alguien nacido en este continente. Él quiere una recompensa por su sacrificio, y no entiende, o no quiere entender o acercarse, a lo que lo rodea. Está aislado.

Usted ha dicho que para construir diálogos y personajes piensa en la figura del monstruo. ¿Lo es el personaje de Zama?

A todos mis personajes los pienso así. Cuando escribo y llega el momento de poner el nombre –en este caso, Diego de Zama–, trato de tener una imagen amorfa, de no estar segura de qué es exactamente, de mantenerlo como una entidad misteriosa. Entonces, a veces logro correrme del lugar común. Son esfuerzos, pequeños trucos para tratar, ahí sí, de no pensar. Porque si me pongo a pensar en un hombre del siglo XVIII, “por supuesto” machista, empiezo a caer en un montón de lugares comunes. El pasado es complicado porque es difícil tener su particularidad. Lo que nos llega es una simplificación.

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Llama la atención la presencia de animales en la película. La mirada de las llamas y los caballos es tan descreída como la de los seres humanos.

Algunas cosas fueron premeditadas, y tuvimos que hacer un esfuerzo para que sucedieran, como los movimientos del caballo. Los de la llama fueron un accidente. A una llama no le podés decir: “Andá para aquí, andá para allá”. Pasó así, dichosamete. Esa es una llama naturalmente actriz… Y bueno, todos sabemos lo que sentimos cuando un animal nos mira. Es algo raro. Hay una incomprensión que nos imaginamos que tiene un animal sobre nosotros que es escalofriante. Es como si nos vieran como extraños, como incomprensibles, como un poco absurdos.

Usted ha dicho que en su cine busca retratar algo que llama “la falla”, un momento que revela lo arbitrario y artificioso del lenguaje y de la vida. ¿Logró esto con Zama?

La falla es una búsqueda de lo que intuimos. Muchas veces durante el rodaje sentí que estaba frente a la falla. Pero eso no significa que lo haya logrado, solo puede decirlo el espectador. La falla es difícil de asir. Esa sensación a veces se diluye, a veces vuelve a aparecer. Y sin embargo, es algo que persigo y que todos hemos experimentado. A veces veo una película mía años después y pienso que lo he logrado en algún momento.

Usted busca que el cine deje de ser tan pobre, en tanto homogéneo: una clase social privilegiada, que vive de cierta manera, es aquella que lo hace. El deber de los cineastas es inventar un artificio que muestre otras formas de vida. ¿Intenta Zama hacer eso?

Yo soy parte de esa clase, y tengo conciencia de eso. Pero lo que trato de hacer en mis películas es mirar de una manera crítica lo que nos rodea. En ese sentido, el pasado es solo apariencia: aquello de que alguna gente fue sometida de manera tan brutal y absoluta… Eso en Zama no lo manifiesto de esa manera porque no se sabe si la gente es tan obediente: si los esclavos son tan obedientes, si los indios están tan sometidos... Con eso intento sacudir una percepción que tenemos sobre el pasado. Creemos que sabemos todo del pasado, y en realidad es una sarta de cosas, de lugares comunes que perpetúan una situación de injusticia en el presente. No digo que con Zama vaya a lograr la restitución de las tierras a los indígenas, ni la reforma agraria. Solamente son pequeños movimientos para no adormecernos, para tratar de estar espabilados.

La experiencia del cine es, según usted, una de inmersión no solo visual, sino sobre todo sonora. ¿Por qué?

No me preocupa cómo hacer el sonido desde un punto de vista técnico, sino que, ante una cultura tan visual como la nuestra, trato de dejar a un lado aquellas categorías con las cuales observamos, y que han sido tan útiles y efectivas durante nuestro camino de especie humana. Trato de dejarlas abandonadas para ver si se puede pensar con otras. Yo elegí basarme en el sonido arbitrariamente, porque me resulta divertido y fascinante. Pero podría funcionar cualquier decisión que implique correrse de lo visual. ¿Y para qué? Para poder pensar. Porque para pensar uno tiene que correrse de los lugares comunes, que no son solamente los lugares que todos reconocemos como tal. Por ejemplo, la mala de la telenovela de amor, u otros que reconocemos bien en Latinoamérica. Hay otros lugares comunes, mucho más difíciles de combatir, que son los propios. Entonces uno tiene que armarse cosas para forzar todo el tiempo la educación y tratar de ver distinto. Por ahí va mi búsqueda con el sonido.

* Literata y filósofa. Editora de Arcadia.

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