'Mariana' de Chris Gude

CINE

Un cine vagabundo y desterrado: Pedro Adrián Zuluaga comenta 'Mariana' y 'La torre'

Nuestro crítico de cine Pedro Adrián Zuluaga comenta 'La torre' del artista antioqueño Sebastián Múnera y 'Mariana' del neoyorquino Chris Gude, dos películas que se proyectarán en el marco del nuevo programa de distribución Fórum.

Pedro Adrián Zuluaga
22 de agosto de 2018

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Una niña wayúu, descendiente del clan Pushaina, es condenada a errar por el desierto sin más compañía que tres animales domésticos. Es el inquietante final de Pájaros de verano. Y la promesa de un comienzo, de otro linaje de hombres y mujeres que, por haber olvidado el conocimiento de sus mayores, cargan el destino de ser forasteros. La película de Cristina Gallego y Ciro Guerra termina en la década de los ochenta. Años después, por ese mismo desierto vagabundean nuevos personajes con igual castigo. Son los protagonistas de Mariana, de Chris Gude. ¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? Al comienzo de este, el segundo largo de Gude, se escucha un discurso de Hugo Chávez que rememora la última proclama de Bolívar dirigida a los colombianos. Chávez se detiene en esa palabra, “colombianos”, y en la ironía de que Bolívar siga llamando así a los ciudadanos de una patria grande que, en 1830, ya estaba hecha pedazos.

Mariana no es un nombre de mujer, o sí, pero también es el nombre de un barco que ha sido atracado por piratas y que, una vez expoliado, quedó a la deriva en otro desierto: el mar. El filme de Gude nos entrega esta, y pocas informaciones más, en la voz de unos personajes que hablan una extraña lengua poética que no es la misma de la comunicación cotidiana, como si con ese gesto resistieran la lógica de los intercambios comerciales en esa tierra de nadie: La Guajira. “Me tocó seguir andando como un perro buscando a dónde ir, pero lo único que hice es darme cuenta de que en esta ciudad no hay sombra”, dice uno de estos nómadas que pueblan como fantasmas la película. Uno de ellos es reconocible por un trabajo anterior de Gude, Mambo Cool. Tal vez estemos ante una sombra –o una máscara– que usa al cine para encarnarse.

En la película todos los personajes están en tránsito, cortados de una raíz. Por eso es posible imaginarlos como los hijos desterrados de una nueva estirpe de “colombianos”, la que empieza con la niña errante del clan Pushaina. Entre Pájaros de verano y Mariana se puede trazar esta imaginaria línea de continuidad. Pero son dos películas en las antípodas. Pájaros de verano confía en que la imagen lo puede mostrar todo hasta saciarnos con su cosmética belleza. Mariana sabe que una imagen es sobre todo aquello que oculta, lo que no está en ella (como esos planos del inicio de la película, solo visibles por los reflejos de las luces de unas motocicletas). Una imagen tarda en encontrarse.

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La espera de una imagen es la médula de otra película colombiana periférica y excéntrica: La Torre, del artista plástico antioqueño Sebastián Múnera. Aquí, tres personajes deambulan por la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, en cuya “Torre de la Memoria” se conserva un enorme archivo fotográfico. Como en Mariana, seguimos a personajes espectrales que carecen de esas ilusiones que nos procura el cine convencional (psicología y biografía). Sin embargo, son cuerpos, materia que la mirada del director somete a un juego de luces y sombras. En 2004, La Piloto sufrió un atentado terrorista registrado por una imagen publicada en un periódico. Imagen precaria, huella de algo que ocurrió. Este filme, que se estrenó en el Festival de Róterdam, nos induce a una experiencia incierta: la atmósfera enrarecida y teatral de una distopía.

En Mariana y La Torre siempre hay algo que parece a punto de suceder: una revelación, un sentido. Son narraciones tensas sobre esa expectativa (defraudada). Esa es su valiente manera de contradecir la ansiedad por los grandes relatos que nos devuelven a casa con la (falsa) ilusión de entenderlo todo. Ambos títulos se presentan en el programa Fórum, organizado por la productora y distribuidora Mutokino. “Nos interesa el status de forastero, foráneo –raíces ambas de la palabra fórum–, que para nosotros tiene que ver con imágenes que buscan un lugar y vacilan entre mapas desvaídos generando territorios nuevos”, dice su curador, Felipe Guerrero. Acoger este cine desterrado es también la posibilidad de reinventarnos como espectadores.

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