Metáforas en desuso

Fue como para no creerlo: una fila en el monte Everest. La foto era tan inverosímil, tan impensable, tan traída de los cabellos que parecía un montaje digital mal ejecutado. Como si alguien hubiera clonado una y otra vez en Photoshop a un grupito de escaladores con mochila y luego los hubiera puesto a serpentear en hilera india por el filo de la montaña hasta llegar a la cima. Pero como bien se sabe, la imagen es tan real como la desilusión que produce verla.

La fotografía que iba a acompañar estas líneas era una con personas en la calle durante una jornada de vacunación contra la tuberculosis. Era una foto en un pueblo, en 1963. Una imagen de una fila interminable –como la del Everest– que se perdía en el borde derecho del cuadro. También parecía un trucaje: hombres con sombrero, iguales el uno al otro, formaban una línea que no avanzaba y mientras tanto se morían de aburrición, como dicen que también pasó en el Everest. Pero en el fondo no era más que una foto de gente en un andén esperando por un servicio básico; una foto muy común.

Entonces se me ocurrió publicar un exotismo: una montaña nevada –porque ya no van quedando– y un hombre que la contempla en santa paz, solitario, rodeado solamente de silencio; un silencio como de montaña alta y desolada, como de cumbre nevada, aunque esa metáfora pronto entrará en desuso.