Los participantes de la última de la serie de talleres de escritura de DIEZ.

DIEZ

Narrar es liberar

La búsqueda de voces en un taller de creación literaria para las personas de los sectores sociales LGBTI se convierte en una forma de expresión de libertad y vida.

29 de octubre de 2019

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Pasadas las seis de la tarde, en la localidad de Santa Fe en Bogotá, un grupo de personas se encuentra para cumplir una cita con Giuseppe Caputo. Tienen la intención de escucharle y conocer su idea de una historia de la literatura queer en Colombia. Unas doce personas se acomodan en sillas de plástico, organizadas en círculo, y rápidamente empiezan a surgir cuestiones compartidas desde diferentes voces. ¿Existe una literatura queer? ¿Quiénes son las principales figuras de ese género literario? ¿Cuándo nace y cuándo morirá ese género? Al respecto, Caputo verbaliza ideas palpitantes sobre estos cuestionamientos, una de ellas asociada a la comprensión de lo queer como un camino para amplificar estéticas; como una experiencia de inmersión en tabúes arraigados en la piel de la cultura; como la aparición de escrituras tensionantes y alejadas de la idea conservadora de la vida. Allí encuentra Caputo lo queer. O por lo menos esa fue una de las impresiones que dejó y que generó en el público reflexiones sobre la sexualidad en su diversidad; sobre si esta era considerada un tabú en 2019, si las siglas lgbti no se habían instalado y naturalizado a tal punto que la heterosexualidad es lo atípico, y si el concepto de “literatura queer” operaba de alguna manera en contextos distintos a la sexualidad. Caputo declaró hábilmente que el efecto producido por el contacto con historias de la diversidad sexual depende de quien retome sus letras, del momento, del lugar, de si las letras son leídas en una silla, en una hamaca, o en el transporte de camino a casa; depende, en definitiva, de los ojos que ven y los lentes que se usen.

Camilo Andrés Rojas

En este devenir de ideas trae consigo una metáfora: la lectura como oleaje. Así como el mar llega con ímpetu y una profundidad sanadora incalculable, al irse se lleva consigo un poco de arena, de ideas que habitaban en la profundidad de sí. Ese oleaje que produce la literatura se presenta como una forma de conciliarse y reconciliarse con la idea de ser, y con las formas de relacionarse con el mundo. Las respuestas a esa exploración no se rinden ante la idea de ser encapsuladas –“Ni chicha ni limoná”, decía Paul Preciado, citado por Caputo–, intentando explicar por qué no es posible hacer una historiografía última, verdadera e hiperdefinida de lo que podría entenderse accidentalmente como un género literario queer, cuando en sí mismo lo “cuir” representa una escapatoria a las historias prototípicas de la cotidianidad o de la fantasía. Hablar de lo queer como estilo, como forma o como identidad literaria quizá sea una imprecisión. Lo queer/cuir/kuir, lo que no es “ni chicha ni limoná”, debe entenderse como acontecimiento. No existen los textos queer. No hay tal. Existe el acontecer queer. En ese acontecer, el contacto con ciertas narrativas genera sincronías, ruidos, movimientos entre lo que se recrea cuando se escribe o se lee, y la existencia, negación o reconfiguración de los cuerpos. La escritura y la literatura se adentran entonces en un polígono de narración creativa, multiforme, que permea otras posibilidades de existencia, de corporalidad y de sexualidad, que a su vez se presentan porosas, como diría Caputo, o quizá como performatividades porosas. Es desde esas prácticas narrativas que se construye (se reconstruye) la realidad, como afirmaría Michael White.


Pilar Barreto

Hace un par de meses, la escritora y filósofa Andrea Mejía decidió convertirse en un canal de acontecimientos queer/cuir, quizá sin premeditarlo. Inició un proceso de formación en escritura dirigido a la generación de contenidos asociados con la diversidad de la sexualidad; su lugar en esta experiencia se concentró en convertir el ejercicio escritural en una práctica de libertad, como un encuentro que potencia formas de vivir. Por ejemplo, el encuentro con su hija, afirma, le ha hecho más libre. “Ella me ha enseñado a ser más libre. No por ser gay, sino porque la forma en que ella buscó extender su deseo y sus lazos afectivos, más allá de lo que las convenciones tenían para ofrecer, es un reflejo de la libertad integral de su espíritu y de su forma de vivir [...] Escribir es una cuestión, sobre todo, de vida”. Y eso es exactamente lo que hace la escritura: puede recoger lo más luminoso y lo más alegre, puede comunicar de manera espontánea y feliz.


Jairo Aníbal Villalba

Para Andrea Mejía, participar en este taller de escritura, con muchachos y muchachas jóvenes, pero también con personas adultas, fue una oportunidad para recordar que todas las personas dotan de sentido la existencia colectiva; para reencontrarse, también, con la alegría de la vida en común que se olvida en los lazos virtuales. Según la escritora, la presencia real, con su sonrisa y con sus lágrimas, con sus formas de escribir y de hacerse verbo, de atender y de guardar silencio, puede ser un salvavidas. Dice Andrea: “Supongo que mi esperanza al acompañar la escritura de estos textos tenía que ver con la búsqueda de sus voces. Mi esperanza es que nunca dejemos de buscar las voces, que nos demos cuenta de que podemos encontrarlas ahí donde menos estamos acostumbrados a situarlas. Mi esperanza es que oigamos las voces y que dejemos de creer, de una buena vez, que en aislamiento podemos ser una voz”.


Juan Ruge

En las páginas que siguen, el lector encontrará un grupo de textos, y de posibilidades de existencia, espejos, reflejos y exploraciones que se cuelan entre emociones, lugares e intencionalidades inimaginadas, y que son el resultado del proceso de creación orientado por Andrea Mejía. Son narrativas que encontrarán lugar en quien se sumerja sin demora en esta fabulosa oleada de acontecimientos.

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Entre 2017 y 2019, durante diecinueve sábados y en sesiones de tres horas, distintos grupos de veinticinco personas –a veces más, a veces menos– se dedicaron al gozoso acto de escribir textos personales, ficcionales, algunos graciosos y otros llenos de dolor.


Eliana Rocío Tirado Cuéllar

El escenario de formación en escritura creativa que está detrás del cuadernillo DIEZ significó algo más que el encuentro de un grupo de personas diversas sexualmente y con ganas de escribir. También significó, por ejemplo, un encuentro generacional entre personas de dieciocho y mayores de cincuenta años.


Martha Teresa Buitrago

Pero la edad no fue la única diversidad. Junto a Martica, una maestra de primaria, se sentaba la glamurosa Lorena Duarte, una funcionaria pública que habla con orgullo de su experiencia como mujer trans. Junto al joven escritor Pablo Peregrino, y sus narraciones con mucho color rosa, se sentaba Jairo Aníbal, un hombre silencioso que portaba unas botas vaqueras, que más adelante se convirtieron en el objeto alrededor del cual narró su historia como hombre gay en San Cristóbal.


Germán Silvia Bustos

Los textos de Camilo Art siempre dejaban una sensación de esperanza por la humanidad. Él se sentaba junto a Germán Silvia, un ser cuya diversidad es difícil de etiquetar y cuyos textos, siempre críticos, nos hacían reflexionar hasta la siguiente sesión. Y Miguel Ángel, un escritor atrapado en el cuerpo de un ingeniero, nos describió la cotidianidad gay en Bogotá, mientras compartía la poesía de mujeres como María Victoria y Juliana.


Miguel Ángel Cuesta

Activistas reconocidos pasaron por aquí y dejaron su saber, y junto a ellos se sentaron los funcionarios públicos que tímidamente querían escapar de los informes y matrices, y escribir lo que tenían atorado hacía años.

DIEZ fue diversidad en un sentido amplio. Fue una terapia para algunos que en la escritura pudieron exorcizar dolores, y una revelación para otros que después de este espacio no pudieron parar de escribir.


Juliana Loaiza Rincón

Muchos, además, no habían tenido la posibilidad de compartir con escritores profesionales. DIEZ fue entonces la ocasión para conocer personas que han hecho de la escritura su forma de vida: la magia zen de Álvaro Robledo, la técnica y las tareas propuestas por Fernanda Trías, la impecabilidad de Juan David Correa, la escucha respetuosa y nutritiva de Andrea Mejía les dieron alas a las historias que muchos tenían guardadas y no sabían cómo darles vida en el papel.

El objetivo central era escribir sobre las experiencias en Bogotá en estos diez años de política pública lgbti, pero el resultado fue más lejos. Casi nunca se habló de lo lgbti ni de lo queer /cuir, porque lo que importa son los seres que aman y construyen sus cuerpos de maneras diversas, y que se reunieron porque querían narrarlo. Las historias que se escribieron narran desde vivencias cotidianas en el hogar, la oficina o el patio de recreo, hasta momentos sublimes como la primera vez que una mujer trans se atrevió a ponerse los tacones de su hermana, el primer beso gay a un primo o la imagen de una cama compartida por dos mujeres que se aman.


José Libardo González

Temas tan serios como el del vih no se narraron desde la tragedia, sino desde la vida, junto a anécdotas sencillas como el viaje en TransMilenio. Los hechos de violencia se relataron desde el arte, como lo hizo Alfonso Venegas; y el envejecer, como una opción digna, deseable y feliz, como le sucedió a Truman Pacheco.


Andrea Mejía

Además de esto, DIEZ intentó narrar algo de la historia del movimiento social en Bogotá. Recordó a personas que vivieron su diversidad y les abrieron espacio a nuevas generaciones como Fernando Molano, Wanda Fox, Manuel Alfredo Gutiérrez y Gigi Williams. También les habló a los padres y madres para que vieran las ventajas de apoyar a sus hijos e hijas diversos, y mostró algo de lo que hace el Distrito por las personas lgbti en la ciudad.

Sin duda, el reto era inmenso para tan solo diez ediciones. Muchas historias de diversidad permanecen aún sin ser narradas. Aún así, DIEZ logró mostrar que la sexualidad diversa es algo cotidiano, y que siempre ha existido. Cada vez más personas, sin temor y con valentía, se disponen a contar, en vez de ocultar, sus historias; porque, en definitiva, la diversidad forma parte de nuestra nación pluriétnica y multicultural.

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