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Lo que siempre quisiste saber sobre viajar en guacal (Parte I)

Linda Guacharaca es toda una experta viajera y una de sus aventuras la llevó a volar en guacal. En esta columna te cuenta cómo fue su primera experiencia.

Linda Guacharaca
15 de mayo de 2017

Un viaje en avión comienza, en realidad, un mes antes de la fecha que ponen en el tiquete de tus papás (o cuatro meses si viajes a Europa y necesitas hacerte el test FAVN).

Ten por seguro que si hueles por primera vez esa caja plástica en la que volarás en la barriga del Boeing 747 que te llevará a tu desino frente al mostrador del check-in en el aeropuerto desarrollarás una fobia hacia el guacal tan grande como es mi fobia por el baño con manguera.

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Por eso, como para casi todo en la vida, para montar en avión –y, por tanto, en guacal, si tienes un peso parecido al mío- (20 Kg), hay que entrenar.

Pídele a tu papá o a tu mamá que le quite la pesada tapa de plástico de modo que su presencia no resulte tan intimidante y que se introduzcan en él con tu comida o tu juguete favorito. Lo bueno es que, sin tapa, el riesgo de asfixia, si se atoran en el agujero de entrada es relativamente bajo. Exactamente así hizo mi mamá conmigo para mi primer viaje a España a visitar a mis abuelitos ¿No te lo crees?

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Como te cuento en mi best seller perruno “La vida es Linda”:

Arrastraba medio cuerpo a su interior como un gusano, con un trocito de jamón en la mano.

— ¡Venga, bonita! —Y, ante mi falta de reacción: — ¡¡¡Vamos, Linda!!! —agitándolo, provocadoramente, frente a mi telescópica nariz.

Evidentemente, en cuanto lo recibía me deslizaba fuera con cierto pánico, a punto de sufrir un ataque de claustrofobia.

Luego repetía la operación con la tapa puesta y colocando, al fondo, mi cobija y alguno de los palos que llevaba a la casa a modo de souvenir —«Estuve en el parque de debajo de mi casa y me acordé de ti»—.

Después me convencía para permanecer en la caja por unos instantes, cada vez más largos, mientras ella se quedaba fuera. Cada avance era celebrado con efusivas felicitaciones, juegos rodando por el piso y, lamentablemente, cada vez menos trocitos de jamón. Al final ella trabajaba por horas en su escritorio mientras yo permanecía el mismo tiempo en mi jaula en el piso de abajo”.

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*Destino final: Valencia, España, en la finca de naranjos de mis abuelitos. 

Hasta que llegó el momento en que mi guacal se convirtió en mi lugar favorito para las siestas y para esconderme del veterinario.

Una vez logrado esto, solo te queda repetir la escena sin cobija, sin juguetes, sin galleta de premio y sin papás de apoyo, en el aeropuerto. Supongo que te estarán temblando todos los pelos del bigote.

¡No te despeluques! Te ladro todos los detalles en mi próxima columna."

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