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El bodorrio

La verdad es que todo fue un poco cursi, como esa zeta con que adorna su nombre la novia, doña Letizia. Eran cursis los deliquios monárquicos que tuvieron transidos a todos los periódicos y revistas de España.

Antonio Caballero
23 de mayo de 2004

El diario más serio informaba con toda seriedad: "Don Felipe le dijo a Guillermo de Holanda, mirando la lluvia:

'¿Has visto?" Era cursi la iluminación cambiante, del lila al rosa y al verde menta, que para la ocasión les pusieron a las fuentes de Madrid. Los abanicos. Los lazos de cinta en las farolas urbanas. Las vajillas de recuerdo, con el retrato en colores del Príncipe de Asturias y su novia. La larguísima homilía del cardenal Rouco en la ceremonia, hablando de "la mañana gozosa de vuestros esponsales". La Catedral de la Almudena, que es más cursi que un pastel de boda, y tiene plantada delante una monumental estatua del papa Juan Pablo II blandiendo el báculo como un bateador de béisbol. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, hizo fijar en las paredes de los edificios y en los túneles del metro un bando particularmente cursi:

"Ciudadanos: La ciudad se prepara para una nueva cita con la Historia."

¿Cita con la Historia? Madrid recuerda otras. La del 2 de mayo de 1808, cuando el pueblo se sublevó en la Puerta del Sol contra las tropas de Napoleón. O la batalla de la Ciudad Universitaria durante la Guerra Civil. O los tremendos atentados del 11 de marzo pasado, o la manifestación de la tarde siguiente, que reunió bajo la lluvia a dos millones de personas. Pero ¿una simple boda? Un bodorrio, de acuerdo, que es como llaman en España a las bodas pretenciosas. Pero en fin: apenas una boda, así el novio fuera el heredero de la Corona de España y la novia, una ex presentadora de televisión, que es hoy en día el oficio más glamuroso del mundo: para sí lo querría la misma Cenicienta. La Historia -con mayúscula como la escribe el alcalde- es otra cosa.

Prosigue el alcalde, transido de emoción monárquica y municipal:

"Gracias a la confianza que la Corona ha depositado en nosotros, Madrid es hoy una realidad necesaria para comprender esa manera especialmente humana de impulsar la modernidad que representa España."

Y todo el bando es por el estilo. "Don Felipe y doña Leticia nos invitan a mirar hacia el futuro." ".recogiendo el eco de cuantas felicitaciones y manifestaciones de cariño a la Corona." ".el Madrid inquieto y creativo, el Madrid cálido y cercano, el Madrid cosmopolita y dinámico habrán de acudir a la cita y ofrecerse como un valioso presente para la Familia Real." ".días irrepetibles." ".alcance universal." "alcanzar sus sueños."

Por muy bodorrio que sea, una boda no da para tanto.

Sin embargo en el tono y el estilo del bando del alcalde, impostado, pomposo, artificioso, se refleja bien la relación ambigua de España y de los españoles con la institución de la monarquía: una relación artificiosa e impostada, puramente convencional, en la que casi nadie cree sinceramente pero que casi todos consideran conveniente. Se cuenta una anécdota sobre una de las primeras apariciones públicas de Juan Carlos I, ya rey de España, tras la muerte del dictador Francisco Franco. Un viejecito lo vitoreaba estruendosamente: "!Viva el Rey, viva el Rey!" Don Juan Carlos, que es hombre campechano, se acercó a darle las gracias. "Qué contento está usted", le dijo. Y el anciano respondió: "Contento, hace 50 años, cuando echamos al abuelo de Su Majestad". Los españoles, que nunca han decapitado a sus reyes -como hicieron los ingleses con Carlos I o los franceses con Luis XVI-, en cambio los han echado a menudo. Pero siempre vuelven, como un péndulo. Volvió Fernando VII en 1814. Volvió Alfonso XII en 1876. Volvió Juan Carlos I en 1975, de la mano de Franco, y por eso fue bautizado con sorna 'Juan Carlos el Breve'. Pero ya lleva 30 años en el trono, y es posiblemente el rey más popular y más querido que ha tenido España en toda su milenaria historia monárquica, porque supo ganarse a pulso la corona que había recibido del dictador cuando se opuso frontalmente a la intentona de golpe militar contra la recién estrenada democracia el 23 de febrero de 1982.

¿Una monarquía democrática? Sí, se supone que eso es, aunque se trate de una contradicción en los términos. Es democrática en el sentido histórico de que el rey Juan Carlos se jugó la corona por defender la democracia, y ganaron ambas. Y es democrática en el sentido institucional de que se trata de una monarquía constitucional. Otra cursilada, si se quiere. Nada más cursi, por artificioso, por impostado, que una monarquía constitucional, ese engendro contra natura. Pues la monarquía es probablemente la forma más natural de gobierno para una sociedad humana, porque es la más brutal: la más animal. Pero una monarquía constitucional es lo más antinatural que quepa concebir: lo más artificial.

Y dicen los más fervientes monárquicos, llevando el absurdo al extremo, que esta boda refuerza aún más el aspecto 'democrático' de la monarquía española. Que el hecho de que el príncipe de Asturias, don Felipe de Borbón y Grecia, heredero directo de 10 dinastías regias, los Borbones, los Austrias, los Trastámaras, contraiga matrimonio con una muchacha de origen plebeyo, hija de un periodista, nieta de un taxista, trabajadora desde la adolescencia y por añadidura divorciada de su primer marido (cosa que se ha tenido que tragar la Iglesia), democratiza aún más esa monarquía. La chica es muy bella, sí: pero eso puede decirse de la casi totalidad de las mujeres españolas de su generación. Así que lo de la democratización es absurdo. Por principio, por esencia, la monarquía no puede ser 'democrática': se fundamenta en el privilegio, que es lo contrario de la igualdad ante la ley. ¿Por qué hereda la corona el hijo del Rey, y no otro nieto de taxista? ¿O el primer marido de Letizia Ortiz? Pues precisamente por eso: porque se acepta que su sangre especial, sangre de reyes, le transmite derechos de origen divino muy distintos del derecho a heredar un taxi.

Pero, en fin: da lo mismo. Ya dije antes que España no es un país ni espontánea ni sinceramente monárquico, sino monárquico sólo por resignación o por conveniencia. Decía Pepe, un limpiabotas de la Puerta del Sol, en el centro de Madrid:

-Yo soy antimonárquico: a mí esto me la suda. Pero la tía es un cañón. Ahora: no sé yo si el principito éste.

Y decía Milagros, portera en la calle Factor, frente al Palacio Real:

-Pues ya podían poner policía todos los días, y no sólo hoy: que a mí me han robado dos veces el bolso cuando voy a la compra.

Y si eso piensan las porteras y los limpiabotas, siendo como son en todas partes los dos gremios con mayor conciencia reverente de clase y de privilegio, ya me dirán ustedes si España es un país monárquico.

Pero no importa. El bodorrio se hizo, y fue fastuoso, aunque la interminable ceremonia religiosa resultó insoportable. Yo me la aguanté entera por conciencia profesional de periodista. Pero si ustedes se aburrieron a la mitad, los entiendo. Y les cuento.

Los invitados fueron 1.600. En un principio iban a ser solamente 1.400 pero empezaron a aparecer por todas partes ex presidentes latinoamericanos reclamando cuota: "¿Y yo por qué no?" "¿¡Y yo también, y yo, y yo!" "¡Y yo con mi señora!" Uno quería llevar también a su amante, pero la Casa Real se opuso. Había de todo: Carolina de Mónaco, Nelson Mandela, Nohra, los niños y yo, el príncipe Naru Hito del Japón, varios jeques árabes, un dictador o dos, políticos de todas las pelambres, un par de líderes sindicales, el taxista retirado abuelo de la novia. Todos los hombres, salvo los sindicalistas, vestían de sacoleva. Y todos, salvo el cantante Miguel Bosé, que lo llevaba rojo como el cardenal Rouco, tenían chaleco gris. Todas las mujeres iban de rosa, de lila, de fucsia, de verde menta, como las fuentes iluminadas de Madrid, de colores distintos como en una pajarera de zoológico, pero en el mismo tono todas (salvo la hermana del rey Juan Carlos, que es ciega de nacimiento). La variedad de sombreros, de pamelas, de pavas, de bonetes, era impresionante: habrá que verificarlo más tarde, comparando las fotos a través de Internet, pero me pareció que no había ningún sombrero repetido. El príncipe Carlos de Inglaterra llevó paraguas.

Los policías y guardias civiles que custodiaron la boda -esos mismos que tanto echa en falta en el barrio la portera Milagros- eran 23.600, sin contar coraceros y lanceros a caballo, guardias de seguridad en motos Harley-Davidson y pilotos de helicóptero. A los novios les hicieron decenas de miles de regalos, literalmente: de personas, de países, de ONG, de comunidades autónomas. Además de lavadoras y juegos de té, de joyas y de cuadros, los novios recibieron animales: una pareja de urogallos, que son aves gallináceas muy perseguidas por los cazadores, y una de burros, burro y burra, enviada por la Asociación para la Defensa del Borrico Español, que es una especie en peligro de extinción. Los banquetes -la cena de la víspera, la comida que siguió a la ceremonia-, los banquetes fueron. Para qué les cuento. España es hoy, sin duda, el país en donde mejor se come en el mundo, y de las cenas y comidas, desayunos y meriendas se ocuparon personalmente los dos mejores cocineros de España. El veterano vasco Juan Mari Arzak, de San Sebastián, y el joven catalán Ferrán Adriá, de El Bulli, en Gerona.

Y, bueno, claro: los vinos de la Rioja, los de Ribera del Duero, los de Rueda. Los cavas catalanes -blancos y rosados-, los finos de Jerez. Los espárragos de Tudela, las ostras de Arcade, los langostinos de Sanlúcar, las habitas a la menta con rape, la merluza de pincho del Cantábrico, la pechuga de pato de Doñana en escabache al vino tinto con puré de limón. Y mucho más.

En fin: para decirlo con las palabras del bando del alcalde de Madrid, gracias al bodorrio del Príncipe de Asturias, y a pesar del diluvio, ".Madrid no será sólo fachada de un día, sino duradera realidad que habrá de perdurar en el tiempo". "Duradera realidad que habrá de perdurar", y además "en el tiempo". La verdad es que hay que atreverse a decir cosas así. Pero no todo fue cursilería. La comida, ya digo. Y la música de Bach, que nunca puede ser cursi. Y el Rolls-Royce blindado, que tampoco. Aunque fuera el de Franco.