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El club de la reelección

Colombia se contagió de una tendencia política que se ha extendido en el continente. No obstante, las segundas partes han dejado mucho que desear.

12 de febrero de 2006

El primero en encarrilarse fue el presidente Alberto Fujimori en Perú. Lo siguió muy de cerca, desde Argentina, su colega Carlos Saúl Menem, quien no dudó en entusiasmar a su vecino brasileño Fernando Henrique Cardoso de los beneficios de emprender ese viaje. No fue difícil para el mandatario Hugo Chávez en Venezuela andar por ese camino de sus 'hermanos' latinoamericanos; una ruta que Colombia y el presidente Álvaro Uribe apenas están conociendo Y así, en un espacio menor a 13 años, las cinco naciones más grandes de Suramérica enterraron el tabú que durante las últimas décadas los había mortificado: la reelección inmediata. Esa prohibición tajante de negarle al pueblo la oportunidad de decidir sobre la continuidad de un gobernante tenía un sustento histórico. En el pasado, la experiencia negativa con regímenes militares y gobiernos autoritarios persuadió a muchos de que la mejor manera de evitar que un mandatario se perpetuara en el poder era prohibiéndolo explícitamente en la Constitución. En otras palabras, se optó por una solución legalista a un problema político, algo habitual en la región. Esa limitación, tanto para los países que emergieron de las dictaduras en los principios de los 80 como para las democracias más antiguas (Colombia, Venezuela), no fue un tema polémico durante la llamada 'década perdida' de América Latina. Nadie pensaba en honrar a esos gobiernos con una segunda oportunidad ni los mandatarios aspiraban a seguir cargando con esa cruz. Todo cambió en los 90. Por primera vez en muchos años, los gobernantes de varios países dejaron de ser vistos como villanos y pasaron a ser salvadores. Con audaces políticas en el campo económico y un liderazgo fuerte, Alberto Fujimori y Carlos Menem rápidamente se convirtieron en modelos a emular y generaron una opinión favorable al continuismo. Fujimori marcó la pauta al cerrar el Congreso y promover cambios en la Constitución, entre ellas la reelección inmediata. Menem lo emuló y menos de 12 años después del fin de la dictadura, convenció a su legislatura de la necesidad de modificar la Carta. Con esas reformas y un apoyo mayoritario de la población, tanto Fujimori como Menem lograron prolongar sus mandatos. Si hay una constante en Latinoamérica es la proclividad a sumarse a tendencias ganadoras del momento. Cardoso, quien sacó a Brasil del ciclo permanente de crisis económicas y financieras, no se pudo resistir a la tentación cuando en una visita de Estado, Menem propuso al presidente brasileño cambiar las normas y buscar la reelección. Dicho y hecho. Con esos antecedentes, no es sorpresivo entonces que Chávez incluyera ese artículo en la nueva Constitución bolivariana de Venezuela. Ese cuarto de hora de esos gobernantes latinoamericanos, sin embargo, resultó siendo efímero. Fujimori se vio envuelto progresivamente en escándalos y su intento de volverse a reelegir y perpetuarse en el poder fracasó con acusaciones de fraude, y terminó exiliado en Japón. El milagro económico argentino empezó a colapsar a finales de la década los 90 y con él la imagen de omnipotente de Menem e, igual que su colega peruano, terminó implicado en múltiples casos de corrupción. Aunque Cardoso logró sobrevivir su mandato, al final tuvo que entregar el poder a su antítesis, el izquierdista Lula. Chávez, el único que se mantiene en el poder, tuvo que sobrellevar un referendo revocatorio. Estos mandatarios aprendieron una verdad que los norteamericanos conocen desde hace más de 200 años, cuando establecieron la reelección presidencial inmediata como uno de los pilares de su democracia: las segundas partes son casi siempre peores que la primera, independientemente del caudal de votos con que se logra la prolongación del mandato. Le pasó a Franklin Delano Roosevelt en 1937, cuando intentó aumentar el número de magistrados de una Corte Suprema adversa a sus políticas; a Johnson con Vietnam, a Nixon con Watergate, a Reagan con el escándalo Irán-contras y a Clinton con su amiga Lewinsky. En otras palabras, la historia demuestra que reelección no equivale necesariamente a panacea.