Home

Portada

Artículo

Entrevista

El fin de una era

El historiador, escritor y periodista Giancarlo Zizola, uno de los vaticanistas más prestigiosos del mundo, habló con la corresponsal de SEMANA en Roma, Carmen Córdoba, sobre el legado de Juan Pablo II, el nuevo Pontífice y el futuro de la Iglesia.

3 de abril de 2005

SEMANA:¿Puede esperarse que el cónclave tome algún cambio con respecto a la ruta que siguió el pontificado de Juan Pablo II o mantenga su herencia?

Giancarlo Zizola:Todo depende de la evaluación que los cardenales electores hagan de las necesidades de la Iglesia. El cónclave siempre ha tenido un efecto de reequilibrio: cuando un movimiento en la Iglesia ha acentuado los eventos dinámicos, multitudinarios y visibles, el cónclave busca regresar a los problemas prácticos del funcionamiento de la Iglesia, y viceversa.

Por eso se puede afirmar que hay al menos dos tendencias. La primera podría reunir a algunos cardenales alrededor del siguiente análisis: el pontificado de Juan Pablo II hizo gran énfasis en los movimientos carismáticos y el espiritualismo. Un acento que hace palanca sobre los elementos más dinámicos, activos y militantes del mundo católico. La historia se repitió con el pontificado militante y dinámico de Juan Pablo II, porque tuvo unas características cristianas típicas del inicio de los movimientos carismáticos de los siglos XI y XII (movimientos que nosotros hoy llamaríamos fundamentalistas): que exigían que el cristianismo fuera celoso de su tradición y ávidos de manifestar en público la fe cristiana. Por eso, para muchos cardenales ha llegado el momento de un cambio.

SEMANA:¿Y cuál es la otra tendencia?

G.Z.: La otra es la de los cardenales que piensan que la herencia de Juan Pablo II debe continuar y que se necesita buscar un elemento que se parezca a él, que asegure a la Iglesia un Papa capaz de recorrer el mundo, de usar los medios de comunicación, de cautivar las masas; carismático, cargado de simbolismos. Es difícil decir cuál corriente se impondrá sobre la otra porque las dos exigencias tienen fundamentos, pero desde mi punto de vista temo que el cónclave fracasará si intenta buscar otro Karol Wojtyla. Otro como él no existe. Es el último de los papas de este tipo.

SEMANA:¿Algunos consideran que Juan Pablo II fue un conservador o incluso reaccionario?

G.Z.: No sé si estas clasificaciones puedan ser adecuadas para identificar la particularidad de Juan Pablo II. Creo que este vocabulario político es inadecuado para él. En ciertos aspectos (como otros papas antes de él) se hizo valer por su ahínco para conservar el patrimonio de la fe y la tradición de la Iglesia, y por otro lado la historia le reconocerá el haber hecho evolucionar esta tradición. Es muy importante entender cómo Juan Pablo II, con los mea culpa que molestaron a un pedazo de la curia romana, con el diálogo con las grandes religiones mundiales y con la reforma del papado, ha sido un pontífice que ha hecho evolucionar la tradición de la Iglesia.

SEMANA:¿Cuál fue la contribución más importante de Juan Pablo II?

G.Z.:Son muchas, sobre todo en algunos campos, pero la contribución principal fue haber abierto las obras de reforma del papado. Ningún pontífice se había atrevido a decir que las normas actuales del ejercicio del poder pontificio tenían que ser cambiadas. En la encíclica Ut unum sint (Sobre el empeño ecuménico) de 1995 tuvo el coraje de hacerlo. Será necesario todavía un siglo para desarrollar todas las consecuencias de esta nueva forma del ejercicio del ministerio de San Pedro y en el futuro se entenderá mejor qué significa esto.

La segunda contribución está en el desarrollo del diálogo con las grandes religiones como antídoto a los fundamentalismos. En tercer lugar, su posición fuertemente crítica en contra de las guerras y su apoyo decidido a la objeción de conciencia. Estos tres aspectos tendrán que ser reconocidos en el futuro. Obviamente, no se puede desconocer la contribución política que tuvo en la caída del muro de Berlín.

SEMANA:¿Cuál cree que fue el momento más difícil de su pontificado?

G.Z.: El de la condena que hizo de la Teología de la Liberación. En la Iglesia, durante los años 70 e incluso durante el papado de Pablo VI, existían fuerzas influyentes que pedían una intervención de Roma en contra de ella, fuerzas que durante los primeros años del pontificado de Juan Pablo II aparecieron y que él no tuvo cómo controlarlas. Estas fuerzas predominaron: en 1979 en su discurso en Puebla (México) siguió el dictamen de la curia romana.

El segundo momento difícil fue la relación de Juan Pablo II con el Opus Dei y con las fuerzas integristas. Si bien el Pontífice no ha aceptado todo lo que era implícito en esta alianza, su política en estos años ha sido dictada por los acontecimientos del cónclave de 1978 y del cual él salió elegido, un cónclave en el que el Opus Dei tuvo un papel estratégico.

SEMANA:¿Hizo Juan Pablo II concesiones al Opus Dei?

G.Z.: Sí, algunas políticas, como la condena de la Teología de la Liberación, el reequilibrio interno de la Iglesia, en particular en América Latina y África. De otro lado, el Opus Dei ha tenido un papel fundamental en este pontificado en el nombramiento de obispos y sobre todo de cardenales.

SEMANA: ¿Cuáles son las consecuencias que ha dejado el poder del Opus Dei dentro de la Iglesia?

G.Z.: Movimientos al interior de la Iglesia muy activos y potentes, muy bien organizados, con fuertes vínculos con la sociedad, como el Opus Dei, Comunión y Liberación, Focolarini, Renovación en el Espíritu, han tenido un peso significativo en decisiones importantes de este pontificado, cualquiera que sea el juicio de valor que se dé sobre sus objetivos y sus actividades. Estas fuerzas tuvieron un papel protagónico en la redacción de la encíclica Centesimus annus (La cuestión social, a cien años de la Rerum novarum) de 1991, que es la encíclica en la cual la economía de mercado ha conseguido la tarjeta de identidad dentro de la moral social de la Iglesia Católica.

Otras intervenciones de estas fuerzas se ven en la remodelación de la potente diplomacia vaticana, en la divulgación del sistema diplomático de la Santa Sede en Europa oriental y en la decisión de acelerar las relaciones paraconcordatarias con ella, en particular con Rusia. No doy un juicio de valor sobre estos movimientos, pero personalmente no soy entusiasta de ellos.

SEMANA: Juan Pablo II pidió perdón por muchas cosas, ¿eran necesarios tantos mea culpa?

G.Z.: No, no era necesario que la Iglesia hiciera sus mea culpa clamorosos. Era suficiente con leer San Agustín, quien dijo que la Iglesia es un campo en donde se mezclan sombra y luz. Amplios sectores de la Iglesia no quieren aceptar que está en peligro, no por aceptar que está en la duda, sino por su presunción de estar en la verdad. La Iglesia militante de hoy no quiere entender que no debe dar un juicio sobre el bien y el mal, porque no es su tarea. Es tarea del juez supremo.

SEMANA: ¿Qué significado tienen las innumerables canonizaciones y beatificaciones de Juan Pablo II?

G.Z.: Para mí es un intento de hacer visible el hecho de que la Iglesia está fundada sobre una energía propia. Frente al asedio de un mundo secularizado, que pierde el sentido de la trascendencia y que no entiende con facilidad que existen valores que están más allá de los valores económicos, la Iglesia, en una fase de emergencia -como la que atravesó Pío IX con la pérdida de la Iglesia del poder terreno- entra en sí misma para buscar sus tesoros y mostrarlos.

SEMANA: ¿Cuáles son las cualidades que tiene que tener el próximo Papa?

G.Z.: ¡Tendrá que tener las características de los 120 cardenales electores! Lo que yo esperaría del próximo Papa es que no gobierne solo, lo que significaría hacer del papado una institución del sacrificio. Por un papado entendido así, absolutista y solitario, murió Juan Pablo I. El gobierno de la Iglesia tiene que pasar de ser una monarquía a una monarquía constitucional. El nuevo Papa tendrá que crear patriarcados, como los que existían en los primeros siglos de la Iglesia, con amplia autonomía para África, Asia, América Latina y Europa oriental.

Espero que el futuro Papa abra mayores espacios a la libertad de las teologías y sobre todo a las hindúes, chinas, africanas, latinoamericanas. Espero un Papa que libere de la capa occidental la cultura católica y que permita que el lenguaje de la teología sea el lenguaje de la historia. Espero que sea un Papa que defienda el derecho de los pueblos frente a las potencias, a cualquier costo, incluso el del martirio. Espero que sea un Papa que acepte el hecho de que el cristianismo es una pequeña minoría y que dé fuerza a las pequeñas comunidades, que sea un padre para todos y no sólo para algunos.

SEMANA: Durante los últimos años la Iglesia Católica ha perdido muchos de sus fieles. ¿Por qué cree que está pasando esto?

G.Z.: La Iglesia ha sido golpeada por un proceso de secularización mucho más grave de lo que se pensaba en el tiempo del Concilio Vaticano II. La sociedad crece con una nueva cultura que no tiene nada que ver con la tradición cristiana. Esta nueva cultura habla de un individualismo exasperado mientras la cristiana habla de solidaridad; la nueva habla de rechazo del extranjero emigrante y la cristiana habla de hospitalidad del extranjero, la de ahora habla del culto del oro, del mayor beneficio económico como objetivo principal de la actividad humana, y la cultura cristiana dice que esto es un pecado como cualquier tipo de idolatría.

Un ejemplo de lo que está pasando lo dio un alto prelado en Francia cuando advirtió que la señal de la cruz no tiene ningún significado para gran parte de los jóvenes franceses. Es una señal que reconocen sólo porque se la hacen los futbolistas antes de un partido como una especie de ritual, una señal mágica para hacer más goles, que no tiene nada que ver con el misterio fundamental de la fe cristiana. El mismo prelado agrega que sobre la ruinas de la cultura cristiana están renaciendo los cultos neopaganos.

Tengo la impresión de que la Iglesia no ha sido lo suficientemente realista, de que no ha entendido a tiempo la deriva cultural, sobre todo en los países de tradición católica, y que ahora se sienta perdida.

SEMANA: ¿Cuál es el futuro de la Iglesia?

G.Z.:El cristianismo se está precipitando hacia un redimensionamiento respecto a la demografía del planeta -al inicio de 1900 una tercera parte de la población mundial era católica y ahora lo es sólo una sexta parte-; en segundo lugar, los cristianos serán cada vez más una minoría. La cuestión más difícil será la de aceptar este fenómeno. Sobreviven ilusiones de un cristianismo potente, mayoritario, que se sirve de los instrumentos políticos y sociales para propagar la propia fe. Esta es una crisis que puede ser positiva si se interpreta como un nuevo inicio, como cuando la Iglesia era un pequeño rebaño de apóstoles.

La segunda gran transformación es que la mayor parte de cristianos ya no está en Europa: el 74 por ciento vive en América Latina, África y Asia. Esto significa que el cristianismo europeo tiene que abrirse a las culturas diferentes, tal y como lo dijo Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio (Sobre la fe y la razón, de 1998). Se debe hacer un gran esfuerzo cultural para poder hablar los nuevos lenguajes de la fe, punto que marcará el cristianismo en este milenio.

SEMANA: ¿Frente a esto, qué debe hacer el nuevo Papa?

G.Z.: El futuro Papa tendrá que ser capaz de administrar este tipo de innovaciones que son indispensables para la subsistencia de la fe cristiana en el mundo. La curia romana (corte papal) debe empezar por reconocer los propios límites y por lo tanto aceptar la descentralización del cristianismo y reconocer la autonomía de las diferentes iglesias, especialmente en África y América Latina. No es el tiempo de una nueva colonización romana. Junto a estas transformaciones hay que agregar una tercera observación: todo está pasando en medio del proceso de globalización económica y política del mundo, proceso que no sólo amenaza a la Iglesia, sino que le da una enorme oportunidad, que tiene la posibilidad por primera vez de tener el mundo como su área de su expansión, sólo que tendrá que decidir cuál será la función de la fe cristiana en el futuro: la de ser la religión del poder dominante en el mundo o la de ser independiente y crítica frente a este poder. Actualmente, en la Iglesia no se tienen las ideas claras en este sentido.

SEMANA: En Latinoamérica, la Iglesia despierta en muchas personas los mismos sentimientos de desconfianza que despiertan los grandes poderes económicos. ¿Qué tiene qué hacer la Iglesia para recobrar esta confianza?

G.Z.: La misión de la Iglesia tiene que estar de parte de los pobres. Jesucristo no estuvo de parte de los poderosos, todo lo contrario, fue destruido por ellos. La 'sagrada alianza' entre la Iglesia, el poder económico y político me parece una desviación que no corresponde con el futuro de la Iglesia, que no puede ser el de estar vinculada con los poderes mundanos. Su función es la de ser una profecía del Evangelio, y no creo que exista otro papel para ella.

SEMANA:¿Existe la posibilidad de un Papa latinoamericano?

G.Z.: Fui el primero en lanzar la hipótesis de un Papa latinoamericano; el hondureño Andrés Rodríguez Madariaga, por ejemplo, es un buen candidato. Pero, cuidado, un Papa latinoamericano no significa necesariamente un camino hacia el progreso. Podría significar, por el contrario, un pontífice que desconoce los tortuosos corredores de los palacios del poder y que, por lo tanto, deja el motor en manos de los maquinistas.