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Novelones políticos

Después del pastranazo, uno se pregunta de qué materia están hechos los políticos colombianos. La respuesta que se sugiere no es publicable. Y, sin embargo...

Francisco Gutiérrez Sanín
14 de agosto de 2005

Pastrana no está más lejos de Uribe que Serpa, y el haberse aferrado a la oferta de la embajada obedece a razones parecidas: simplemente, no tenía muchas alternativas. En el caso de Serpa, las motivaciones estaban cantadas: una figura de su peso electoral necesitaba mostrar que podía sobrevivir en un entorno internacional exigente y enviar la señal a los sectores que lo detestan por su pasado samperista, de que un eventual triunfo suyo no significaría la ruptura con Estados Unidos ni nada parecido. Si la novela de Serpa era El pasado no perdona, la de Pastrana es Betty la fea. Como Betty, Andrés llegó a su puesto con todas las ganas de hacer las cosas bien: había planeado sinceramente hacer la oposición y (sobre todo) pelear con ese Uribe que le parece tan antipático. Pero se encontró con un panorama imposible. Su posición en los sondeos de opinión era entre mala y deplorable. El partido conservador estaba en masa en contra suya. ¿Quién va a cambiar la rumba burocrática de Holguín y Yidis por un desprestigio sin puestos? Tenía máximo tres votos (contando a su hermano y a Juan Camilo). ¿Qué opción real tenía? Los políticos -no estoy hablando sólo de los de Colombia- no son muy amigos de casar peleas imposibles de ganar y tampoco son buenos para recordar cómo actuaron y hablaron en el pasado inmediato. Pero en su amnesia profesional no están solos.



Se dice que todo el evento revela la debilidad de los partidos. ¡Pero si Pastrana estaba precisamente ajustándose a la línea oficial del Partido Conservador! Su voltereta es desagradable e incómoda, pero no trágica. Más bien un poco risible.



Lo es también la afirmación de varios uribistas -obsesionados por dejar a su jefe en el ridículo- de que la oferta de la embajada fue un "acto sublime" (en serio: lo dijeron varios). En realidad, el evento y otros parecidos -el caprichoso vaivén de Peñalosa, por ejemplo- revela la angustia natural de los políticos ante la enorme popularidad del Presidente. ¿Cómo hacer para mover la aguja de la opinión? ¿Cómo construir una alternativa viable, algo que capte aunque sea un respetable 30% o 40% de los votos? En fin: ¿cómo competir? Hasta ahora, nadie ha encontrado la fórmula. Mientras no aparezca, seguiremos viendo políticos nerviosos dando tumbos (eso sí para arriba, como suelen hacerlo).