AL MARGEN

Aunque la tendencia demográfica es hacia el incremento de los viejos, la sociedad los desplaza y los aísla.

14 de febrero de 1983

Luis Buñuel hizo su última película a los 77 años y, a los 80, con increíble lucidez, escribió sus memorias. Fue su manera de demostrar cómo, a pesar de la edad, seguía aferrándose con bríos a la juventud y a la vida. Sin embargo, el paso de los años pudo doblegar aun a este coloso. Al final de su autobiografía, se proclama vencido e incapaz de seguir en la briega: "Puedo establecer fácilmente mi diagnóstico. Soy viejo, esa es mi principal enfermedad" "Nada me espera sino la podredumbre, el olor dulzón de la eternidad...".
Como última contribución a la vida, Henry Fonda interpretó, en "Los Años Dorados", el papel de Norman Thayer Jr., un profesor universitario que se enfrenta con rebeldía neurótica al drama cotidiano del envejecimiento. La pérdida de memoria, los achaques, las horas interminables de la jubilación. ¿"No puedes pensar en nada que no sea la muerte?", le pregunta la esposa a Thayer, a lo cual él responde: "Ciertamente en nada tan interesante". Pocas semanas después de recibir el Oscar por esta actuación, el propio Fonda, ya octogenario, murió.
La tendencia en la población mundial es hacia el incremento progresivo de los viejos. Los avances en la medicina y en la tecnología hacen que así sea. Según cálculos que han hecho las Naciones Unidas, si en 1975 había en el planeta 350 millones de personas mayores de 60 años, en el año 2.025 habrá 1.121 millones. Esto no sería sino una tendencia natural, un simple dato demográfico, si no fuera porque la sociedad contemporánea es un lugar hostil para los viejos, y no sólo para ellos, sino aún para aquellos que están en proceso de envejecer. El novelista argentino Adolfo Bioy Casares reflejó el problema, llevándolo a la caricatura grotesca en "El Diario de la Guerra del Cerdo", donde una ciudad se llena de pandillas de jóvenes que tienen como objetivo perseguir y matar a los viejos. Es la expresión literaria del menosprecio y desplazamiento de que éstos son objeto, en sus manifestaciones más diversas: la jubilación impuesta no tanto por incapacidad de la persona, sino por limitaciones de cupo en el mercado de trabajo, las tremendas deficiencias en la atención médica, en las pensiones, en las posibilidades de vivienda, de ocupación digna, de recreación. Ya es lugar común hablar de todo ésto. Las Naciones Unidas han levantado un pliego de derechos del viejo, a quien consideran uno de los seres humanos más relegados por la sociedad. Nada está pensando para ellos, ni las máquinas, ni la tecnología, ni siquiera las ciudades mismas, cuyo ritmo de vida y sistema de transportes los recluye en parques y cafés. Aun el papel del abuelo o la abuela, tan valorados en las sociedades donde la familia sigue siendo el núcleo, ya no lo es en aquellas donde hijos y nietos se dispersan. La serie de privilegios, sociales y emocionales, que la sociedad le confiere a los jóvenes y la admiración que les profesa, convierte el temor natural a envejecer en una verdadera paranoia.
El problema se ve más grave si se tiene en cuenta que la vejez, más que un acontecer biológico real, es, hoy por hoy, un juicio social. ¿Cuándo comienza una persona a ser vieja? ¿60, 65, 70 años?; No hay consenso. Son convenciones, que más que a la fortaleza física y la capacidad mental de los individuos, se atienen a las necesidades de la sociedad y de la producción. La edad es, además, en cierta medida un problema que tiene que ver con la clase social. Un minero boliviano es considerado un anciano a los 40 años, pues su promedio de vida, por las condiciones de trabajo, no excede los 50. En general la vejez viene más rápido para aquellos cuyo trabajo depende de su físico, como los obreros o los campesinos. Un sociólogo mexicano tomó nota del hecho de que, cuando son interrogados sobre sus planes para el porvenir, los trabajadores de ese país sólo contestan en relación a sí mismos hasta los 35 o 40 años. De ahí en adelante sólo se refieren a sus hijos al hablar del futuro. Un profesional, que depende de su trabajo intelectual, tiene muchas más posibilidades de aplazar la entrada de la vejez. Freud, enfermo de cáncer, siguió trabajando después de los 80 años; Miro pinta todavía y Picasso fue toda una lección de vejez altiva y productiva. La actividad intensa de algunos científicos, intelectuales y políticos parece dotarlos de una capacidad indefinida de alargar la juventud.
La sexualidad negada
Está científicamente comprobado que la sexualidad nunca termina. El deseo perdura hasta el final, aunque la necesidad, propiamente hablando, vaya disminuyendo poco a poco. Sin embargo, esto también es, en alguna medida, un problema social. ¿Por qué disminuye la necesidad sexual, por causas hormonales, o por que no hay con quien? ¿Por deterioro fisico, o por temor a ser tachado de viejo verde, o de mujer indigna? Ciertas investigaciones parecen indicar que en la crisis de la sexualidad, lo social influye en lo psicológico y ésto en lo hormonal. Una famosa psicoanalista argentina, Marie Lauger activa en su profesión a pesar de haber pasado los 80, sostuvo al ser interrogada al respecto, que creía que podía haber una forma de venganza de los hijos, al negarle a los padres ancianos la vida sexual que ellos, a su vez, como padres, inhibieron y recortaron en los hijos adolescentes y jóvenes.
La mujer, desde luego, lleva la peor parte en este aspecto. La sociedad tolera, e incluso en algunos casos ve con buenos ojos, que un hombre se case o se enamore de una mujer 20 y hasta 30 años menor. Pero la situación inversa la tacha de ridícula e inaceptable. A pesar de que en los Estados Unidos se ha registrado una cierta tendencia a buscar mujeres maduras por parte de los hombres jóvenes, esto no pasa de ser una moda local, y lo general es el rechazo a la mujer que busca en un hombre menor una salida para su vida sexual y afectiva.
No es el único aspecto en que la vejez es más dura para la mujer. La norteamericana Susan Sontang ha señalado otros, entre ellos el problema del deterioro físico, particularmente doloroso para la mujer, educada para hacerse valer más por su belleza que por su inteligencia. Un hombre que envejece puede ganar en atractivo por su mayor madurez, su mejor preparación, el aumento en sus conocimientos. Por regla general, en cambio, para la mujer cada arruga, cada kilo de más, cada cana, es una derrota irreparable, porque la aparta del ideal femenino.
Así como hay dos patrones de belleza masculina, uno el del hombre joven y otro el del hombre maduro, la mujer sólo es bella cuando es joven o cuando aparenta serlo. En una escena de una película de Buñuel, aparece una anciana en una cama, tapada hasta el cuello. El espectador se entera de que bajo la manta está desnuda y espera con verdadero horror el momento en que se destape. Finalmente cae la manta y el cuerpo que acompaña a la cara arrugada y acabada es en realidad el de una adolescente hermosa. Todos suspiran aliviados. Esta escena es la mejor demostración práctica de que el cuerpo de una mujer vieja es considerado algo repulsivo, que no se debe mostrar ni ofrecer.
Desde luego, aunque por cuestiones culturales enfrentarse al espejo es más dificil para la mujer, también lo es para el hombre que envejece. Marie Langer describió el drama común a ambos al hablar de "la perplejidad y la tristeza de mirarse al espejo, el no reconocimiento del todo, porque internamente uno se queda más o menos como ha estado, y externamente cambia".
Jorge Luis Borges, viejo y ciego, es la prueba de que, a pesar de todo, el hombre puede darle una digna batalla al paso del tiempo. Interrogado por un periodista sobre sus planes para el futuro, contestó: "tengo 83 años, quizá puedo morir esta misma noche, pero le puedo hablar a usted de algunos de mis proyectos. Por ejemplo, viajar el año próximo a la India, escribir otro libro, completar la traducción de las fábulas de Stevenson..."--