AL ROJO VIVO

El cine porno: una tentación cada vez más frecuente entre los clientes de los videoclubes.

16 de abril de 1990

Impasible, como si escogiera un detergente en el supermercado, una mujer cuarentona y elegante selecciona una cinta de video pornográfico. Contrario de lo que pudiera pensarse, la escena no ocurre en Suecia sino en un videoclub de la Carrera 15 de Bogotá. Y no es extraña para los dependientes, acostumbrados a una clientela cada vez más variada frente a las estanterías del cine rojo. A pesar de no tener afiches ni exhibir carátulas "escandalizables", los clientes saben dónde están. Y para muchos ese ritual hace parte de las habituales escalas entre la casa y la oficina, el banco o el supermercado.
Amas de casa, ejecutivos, jóvenes universitarios, empleados y jubilados han entrado a formar parte de esa clientela que hace unos años se circunscribía casi que exclusivamente al señor maduro con aires de donjuán y una amiguita entre el carro. Entre semana son los solitarios--hombres y mujeres--los que llegan a primera hora a alquilar la película y la devuelven a las pocas horas. Los encargados de los establecimientos aseguran que el 10% de las películas alquiladas los días laborales salen del anaquel del porno. En el fin de semana las parejas --jóvenes y maduras--desocupan los estantes. En la tarde del viernes o la mañana del sábado cuatro de cada diez películas alquiladas pertenecen a este género.
Mientras las antenas parabólicas y el cable han sido una fuerte competencia para el alquiler de películas de otros temas, el porno en video ha entrado en auge. No es muy tentador ver una película porno a las 3 de la mañana y en ingles, pudiendo alquilarla por 500 pesos. Los teatros que las exhiben, antes de quitarle público a los videoclubes, sirven de campaña publicitaria. Lo cierto es que mucha gente que nunca se atrevió a ir a una sala X, más por temor a ser visto que a ver, ha encontrado en el alquiler de videos una forma más discreta y cómoda de dar rienda suelta a su curiosidad. "Aunque hay clientes que sólo las llevan una vez, otros se reunen en grupos a verlas como un programa del fin de semana. Muchas parejas incluso las usan como material para hacer más atractiva su vida sexual. Y hay también quienes son verdaderos adictos", señala el dueño de un videoclub.
Basta una mirada a las estanterias para saber que en cuestiones de pornografía hay videos para todos los gustos. Desde las picaras comedias de la línea "blanda" hasta las osadas y violentas producciones de la línea "dura". Toda una gama de temas sexuales que algunos definen como películas eróticas o porno, según su propio concepto. También existen los clásicos y las versiones X de famosas producciones, como My Fair Lady. Pero básicamente el cine porno se divide en dos grupos: el hard core y el soft core; la diferencia radica en el realismo de las escenas. Mientras en el primero todo lo que se ve es sexo "en vivo", en el segundo solo se actúa.
El 80% de las películas porno que se ven en el país son realizadas en Estados Unidos. "La gringa es la mujer de los sueños latinos", señala un veterano distribuidor. Pero también existen algunas producciones criollas. Hace unos cuatro años una firma antioqueña incursiono en el tema; sin embargo, luego de tres o cuatro títulos desaparecio del mercado. Al parecer, las vedettes paisas no gustaron entre el público. "La calidad de esas películas dejaba mucho que desear", señala gráficamente la dueña de varios videoclubes en Bogotá. Aunque para muchos entendidos en la materia, las mejores producciones de cine porno son europeas, en Colombia no tienen mayor acogida. En cambio, las cintas de la pornodiputada italiana Cicciolina, "Chocolate bananas" y "Telefono Love" son un éxito comercial.
Claro que en este negocio lo que menos cuenta son las estrellas. Aparte de unas cuantas vedettes, como Tracy Lord o las hermanas Lynn--Ginger, Ambar y Dana--y el fallecido John Holmes --"Mister 30 Centimetros"--, víctimas del Sida, el porno no vende actores ni historias como el cine comercial. "La excelencia--como dice un asiduo espectador--, se circunscribe a la originalidad de las situaciones y de las posiciones. Y el argumento es cada vez más un pretexto".
El peor enemigo del negocio no son las juntas de censura ni los defensores de las buenas costumbres sino la piratería. Aunque la mayoría de los videoclubes se precian de tener películas "con derechos", las copias piratas abundan en el mercado. "No sólo son de pésima calidad--dice un comercializador--, sino que algunas hacen fraude: las exuberantes chicas que aparecen en la carátula nada tienen que ver con las que actúan en la cinta". El betamax--o videograbadoras--ha sacado el cine porno de la clandestinidad para ponerlo en la intimidad de las alcobas. Hoy no es raro que un cliente llegue con su esposa a escoger los títulos en el cada vez más surtido rincon de las películas X.
Mientras la gente ha empezado a perder el rubor que acompañaba siempre al cine rojo, el género parece mantener con vida a los videoclubes.