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Amar con la cabeza

Un sicólogo norteamericano sostiene que es posible que dos personas se pongan de acuerdo para enamorarse. Para demostrarlo él mismo servirá de conejillo de indias.

6 de octubre de 2002

Todas las personas alguna vez han experimentado la agradable sensación de estar enamoradas: cuando él o ella pasan por el lado el corazón late a mil, las manos se ponen sudorosas y el nerviosismo hace que las palabras salgan con torpeza. Empieza el cosquilleo en el estómago y se genera una sobredosis de felicidad que hace verlo todo color de rosa y tener la sensación de caminar a 10 metros de la tierra. Sin embargo todos también han sufrido el duro golpe del desengaño al descubrir que esa persona que en principio era tan maravillosa no era su media naranja. Lo paradójico es que a pesar de que el amor es como una montaña rusa, que produce muchos altibajos, la gente sigue deseando recibir el flechazo de Cupido con la ilusión de que algún día llegará la persona correcta.

Pero el sicólogo Robert Epstein, un divorciado de 48 años, editor de la revista Psychology Today, no está interesado en seguir dando golpes de ciego en su vida afectiva y por ello en la edición de junio de la publicación escribió un editorial en el que expresa que le gustaría encontrar una mujer y enamorarse de ella, no de la manera tradicional sino a partir de un proceso racional. En el texto el especialista explica que el enamoramiento no vendría por simples miradas y coqueteos. El y su colega firmarían un contrato en el cual los dos se comprometen durante un tiempo establecido a no salir ni tener relaciones sexuales con otras personas y asistir a terapias de pareja que les permitan conocerse mutuamente y de esta manera enamorarse.

El apoya su teoría en que la gran mayoría de los matrimonios -casi el 60 por ciento- no se establecen por amor sino que son arreglados por otros intereses no tan altruistas. "Las relaciones basadas en la pasión casi siempre fracasan, dijo en entrevista con SEMANA. En estudios a largo plazo realizados en matrimonios felices se demuestra que el sexo desempeña un papel pequeño en esos matrimonios. La lujuria algunas veces interfiere con la habilidad para conocer a otra persona". Por eso él propone hacer un compromiso para aprender a amar y para desarrollar habilidades que ayuden a sostener esa relación desde el comienzo.

El proceso consta de cinco pasos. El primero es encontrar un compañero compatible, luego se debe firmar un contrato de amor en frente de amigos y familiares, después someterse por lo menos dos veces a la semana a terapia de pareja para conocerse y desarrollar habilidades que permitan construir el amor, como el respeto, el diálogo y la tolerancia. El cuarto paso consiste en hacer actividades que ayuden a fomentar ese amor, como salir de paseo juntos y compartir aficiones. Finalmente, se debe escribir un diario en el que se expongan las expectativas y frustraciones de la relación. También se recomienda leer libros y ver películas románticas.

La propuesta del experto ha generado toda clase de reacciones, que van desde las que lo califican de superficial hasta los que creen que es simplemente imposible meter en cintura las emociones. "Uno no puede amar por imposición, dice Dorothy Rowe, en entrevista con el periódico británico The Observer. El amor es una emoción. Es como el perdón. Uno puede actuar de una manera conciliadora pero no se puede obligar a sí mismo a perdonar", explica. Otros opinan que este método sacrifica la espontaneidad y disminuye el riesgo a perder a la otra persona, que son básicos para mantener vivo el interés. Otros cuestionan que sea él mismo quien sirva de conejillo de indias de su propio estudio. "Tan vivo. Con la excusa de hacer ciencia va a terminar con una nueva novia", dice Janice Shaw, miembro de un grupo feminista. También ha sido calificado de oportunista y superficial. Pero su hoja de vida habla por sí sola. Epstein es Phd de la Universidad de Harvard y ha sido director del Cambridge Center for Behavioral Studies en Massachusetts, así como CEO de Innogen International, una firma de consultoría para ayudar a empresas e individuos a aumentar su creatividad en los negocios. Además ha publicado 11 libros y 80 artículos científicos.

A pesar de la controversia a nivel científico las personas del común le han seguido el juego y prueba de ello es que desde la publicación del editorial Epstein ha recibido más de 1.000 cartas de mujeres de todo el mundo que están interesadas en su experimento. Una de ellas llegó al extremo de enviarle un pasaje de avión para que se encontraran en su isla privada.

Para aplacar las críticas el sicólogo ha explicado que lo que pretende con el experimento es desmitificar la creencia de que existe una pareja ideal para cada quien. Como se diría vulgarmente que para cada tiesto hay su arepa. "Ese mito es absurdo. Amamos a un diverso número de personas a lo largo de nuestras vidas y descubrimos que ese ser que creíamos ideal y que era el único, con el tiempo resulta ser el menos indicado". Por culpa de ese mito, asegura él, las personas tienen grandes dificultades a la hora de mantener una relación porque "si no es amor a primera vista, no vale la pena esforzarse por construir un vínculo", aclara. Agrega que las personas no pueden dejar en manos del destino su vida amorosa y que hay que empezar a tomar las riendas para que la decisión de escoger de quién enamorarse sea más consciente.

Aunque es cierto que los pasos por seguir para el enamoramiento se ven muy dogmáticos, el mensaje que vale la pena rescatar de toda la historia es que las relaciones no sólo hay que sentirlas sino pensarlas. Sólo así la persona puede descubrir que pese a que la chispa de la pasión disminuya eso no significa que no se pueda construir una relación satisfactoria. Para aquellos que están interesados en seguir sus pasos el investigador recomienda comenzar a detectar dentro del círculo cercano de amigos a personas compatibles y con quienes haya un mínimo de atracción física. Si bien la persona no podrá controlar que ese amor sea correspondido, tendrá la satisfacción de por lo menos alguna vez haber tenido en sus manos el control de su vida amorosa.