Amor por siempre

Según investigadores la rutina no es culpable del fracaso matrimonial. Este surge por la falta de un amor maduro que respete la libertad de la pareja.

21 de mayo de 2001

Es posible “vivir felices y comer perdices” después de varios años de matrimonio? Para la investigadora norteamericana Jane Goldberg, autora del libro El lado oscuro del amor, la respuesta a este in terrogante se encuentra en un sentimiento con propio: el amor maduro.

Pero este amor no es como los otros. Aquí las mariposas no revolotean en el estómago cada vez que aparece el ser amado y no es necesario estar las 24 horas del día juntos para mantener el afecto. Alcanzar esa plenitud, según Goldberg, supone un gran esfuerzo ya que la persona debe trascender el primer estado irreal de felicidad y reconocer que, después del enamoramiento, tarde o temprano, cada uno intentará recuperar su autonomía con sus antiguos hábitos.

Cuando el sopor se desvanece el amante despierta y se siente engañado por su compañero. ¿Qué pasó con el hombre comprensivo y tierno que escuchaba y daba consejos? ¿Dónde está la mujer descomplicada que no molestaba para nada?

Cuesta creerlo, sobre todo si se tiene un corazón romántico, pero es inevitable caer en la rutina. Por eso Goldberg y sus colegas recomiendan que en lugar de aferrarse con nostalgia a la euforia pasional de los primeros años la pareja debe adaptarse a las circunstancias para intentar una felicidad cotidiana que sea más fácil de realizar.

El amor maduro no significa resignación. La creencia de que el matrimonio es una lotería ha perdido vigencia. La idea no es aguantar y maldecir en silencio —o hablándoles pestes del marido o la esposa a los amigos— sino ver la vida conyugal como una carrera por etapas en la cual cada problema puede ser un nuevo comienzo. La terapeuta sostiene que la insatisfacción y las crisis también están presentes en los matrimonios felices pero que éstos, en lugar de plantearse la separación, han aprendido a verlos como episodios naturales. En el amor maduro ya no se pretende la compatibilidad perfecta (hacer todo juntos, tener los mismos gustos, contárselo todo) sino el complemento, es decir, respetar la autonomía y compartir los sentimientos de fondo aunque cada uno tenga una manera distinta de manifestarlos. Las parejas que aplican esta máxima han aprendido que los momentos de consonancia son fugaces y por eso los aprovechan mientras duran pues saben que después de esa etapa de cercanía sobrevendrá una de distanciamiento en la que cada uno querrá estar solo. Al comprenderlo se ven a sí mismos como responsables de su bienestar y no le echan la culpa de todo a su cónyuge.

Los investigadores consideran que esa capacidad de adaptarse a las transformaciones y al crecimiento personal de la pareja es lo que permite mantener viva la llama del amor a pesar de los años.