Ciencia

Bacterias estomacales

Dos australianos ganaron el Nobel de Medicina por descubrir la causa de la gastritis, la úlcera y el cáncer estomacal. ¿Qué tiene de especial este microbio milenario?

22 de noviembre de 2005

Desde 1982, los profesores australianos Robin Warren y Barry Marshall descubrieron una extraña bacteria en los estómagos de pacientes con úlcera gástrica. En aquel entonces se consideraba que las principales causas de la gastritis y las úlceras eran el estrés y el estilo de vida. La comunidad científica recibió con escepticismo el anuncio y tuvieron que pasar 23 años para reconocer la importancia de su hallazgo. Hoy, gracias a sus investigaciones, está comprobado que la Helicobacter pylori es la causa del 90 por ciento de las úlceras del duodeno, del 80 por ciento de las estomacales y que es uno de los principales factores que originan el cáncer de estómago, el más mortal en Colombia y segundo en el mundo. Y es que la Helicobacter pylori no es una bacteria común. De hecho, es el único organismo que puede vivir en el estómago de un ser humano, un medio muy ácido e inhóspito para cualquier otro ser vivo. "Es como vivir en el infierno, o en el interior de una bomba de hidrógeno", dice el doctor Fernando Sierra, gastroenterólogo de la Fundación Santafé y quien ha estudiado la bacteria durante los últimos 20 años. Para Sierra, la relación entre la bacteria y el humano es profunda y milenaria. Los dos han coevolucionado desde hace 300 millones de años en una relación de mutuo beneficio. Claro está que la bacteria es mucho más antigua que el estómago. Se estima que tiene unos cuantos miles de millones de años más que los humanos. Más aun, puede ser uno de los organismos más antiguos sobre la Tierra, que en algún momento de su historia evolutiva colonizó los estómagos humanos, afirma Sierra en el libro Helicobacter pylori. El holocausto revolucionario, que publicó en 2001, junto con la doctora Diana Torres. La Helicobacter pylori es, además, un organismo complejo y muy variable. Aunque por lo general sostiene una relación de mutuo beneficio con su huésped (el humano), en ciertas circunstancias puede convertirse en un parásito maligno para su medio hasta acabar con él. La buena noticia es que de cada 10 personas que la tienen, sólo una se enferma. Entre sus efectos dañinos se ha encontrado la halitosis (o mal aliento), la talla baja en los niños (sobre todo en países subdesarrollados), la trombosis y las enfermedades coronarias como el infarto. Pero también cumple funciones benéficas, como proteger al ser humano de otras bacterias mortales como la Salmonella typhi, del reflujo, el cáncer de esófago y la obesidad, puesto que regula la secreción de la hormona que permite la sensación de saciedad. Hoy se sabe que los hallazgos de Marshall y Warren no sólo han mejorado sustancialmente la calidad de vida, puesto que volvieron curable una enfermedad que antes era crónica. También han abierto una gama muy importante de investigaciones con otras enfermedades crónicas como la colitis, la enfermedad de Crohn, la artritis reumática y la arterioesclerosis. Todas ellas, al igual que la gastritis, podrían ser originadas por microbios aún desconocidos que habitan el cuerpo humano.