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¡Bendita leche!

Estudios recientes indican que lactar durante seis meses protege a los niños de enfermedades crónicas como asma, diabetes, leucemia y contra la obesidad.

17 de junio de 2006

En todo curso de embarazo se enseña que la leche materna es clave para el desarrollo del recién nacido, pues contiene los nutrientes que él necesita en esa etapa de la vida. Además, indican los manuales, está demostrado que los bebés amamantados por su madre se protegen de infecciones y gripas mientras lo hacen. Recientes estudios, sin embargo, muestran que los beneficios podrían ser mucho mayores. La leche materna no sólo prevendría enfermedades infantiles como las anteriores, sino otras crónicas que aparecen más tarde como las alergias, el asma, la leucemia y un tipo de cáncer conocido como linfoma. Por si fuera poco, también prevendría la obesidad durante la niñez y la adolescencia, algo muy significativo si se tiene en cuenta la epidemia que se ha desatado en Europa y Estados Unidos.

Numerosas investigaciones han encontrado que en los niños que toman leche materna se reduce en 20 por ciento a 45 por ciento el riesgo de obesidad durante su infancia o adolescencia, en comparación con bebés que nunca lo hicieron. Según la Clínica de Obstetricia de Berlín (Alemania), mientras más tiempo dure la crianza, mejor. Un estudio mostró que el riesgo disminuía 4 por ciento con cada mes de lactancia.

Al parecer, la leche materna provee al niño de un tipo de grasa que su pequeño organismo aprende a asimilar de manera más natural. A pesar de que la leche en polvo trata de simular al máximo los ingredientes de la materna, "en su fórmula contiene elementos que no son naturales", dijo a SEMANA Rubina Mason, consultora del Comité internacional de lactancia. "El niño asimila esa grasa diferente a la de la fórmula", agrega. Así mismo, se ha encontrado que la leche materna tendría algún ingrediente en su composición que ayuda a programar el metabolismo del niño desde que nace. También se plantea la posibilidad de que con la lactancia el niño aprende a decir "no más", y evita así cualquier exceso de comida. Kathryn Dewey, nutricionista de la Universidad de California en Davis y que ha investigado el tema, afirma que a los niños criados con tetero se les estimula e incluso obliga a que tomen todo el contenido de la botella mientras que el niño que toma leche de la madre simplemente deja de comer cuando se siente satisfecho. Con lo anterior, el niño se acostumbra a no comer de más.

La leche materna tiene el balance necesario para nutrir al niño y cambia de sabor dependiendo de la dieta de la madre. Se cree que esta variedad de sabores ayuda a que el niño en el futuro tenga un paladar más variado y, por lo tanto, una dieta más equilibrada.

Otros estudios sugieren que los bebés criados por sus madres son más activos y gatean y caminan más pronto, lo que contribuiría a que sean más delgados que los que no lo hacen.

Las ventajas que se le han reconocido a la leche materna recientemente han hecho que algunos expertos sugieran cambiar el tono del mensaje que le dan a las futuras madres. Si antes era "amamantar es beneficioso", ahora es un contundente "no amamantar a su hijo puede ser muy peligroso". La advertencia es similar a la que existe con el consumo de alcohol o el tabaco durante el embarazo. Algunos senadores han ido más allá, al plantear etiquetas en la leche en polvo que adviertan sobre los peligros de no amamantar.

Hay críticos que consideran exagerada esta posición Al respecto se ha generado tanta polémica, que el diario The New York Times le dedicó una página al tema. Uno de los estudios, realizado por la Universidad de Harvard y publicado en el Journal of the American Medicine Association en mayo de 2001, mostró que los niños alimentados con leche materna tenían menos probabilidades de engordar durante la adolescencia.

Pero en esa misma edición apareció otro, realizado por los Institutos de Salud de Estados Unidos (NIH), que demuestra que el mayor pronosticador del peso del niño es el peso de la madre, y no la lactancia. Estas discrepancias se dan porque las madres que participan en los estudios son mayores, educadas, con ingresos y tienden a ser delgadas, de modo que sus hijos tienen más probabilidades de crecer sanos. Por lo tanto, muchos afirman que dichos estudios tienen problemas metodológicos con las muestras.

Las mujeres enfrentan otros obstáculos. Si bien muchas están dispuestas a alimentar a sus hijos, algunas no lo logran debido a que sufren alguna enfermedad -como cáncer o sida- que les obliga a tomar medicamentos tóxicos que afectarían la salud del bebé. "Pero este es un porcentaje de la población muy pequeño", dice Mason. La mayoría de las mujeres podría, pero encuentra los mayores impedimentos en la cultura. Los jefes no tienen conciencia de la importancia del tema y por ello no establecen programas de lactancia que les permitan a las madres tener un espacio tranquilo en la oficina para dar de comer a sus hijos o para sacar la leche y guardarla para cuando lleguen a casa. Se ha comprobado que cuando no lactan, las madres tienen más riesgo de ausentarse del trabajo porque el niño se enferma más. "La gente tampoco está lista para ver a las madres lactando. En los restaurantes ellas deben esconderse para hacerlo", reconoce Mason. También influye la ignorancia de las madres. "Creen que como tienen los pezones pequeños, no podrán lograrlo o no entienden que la leche materna es todo lo que el bebé necesita durante los primeros seis meses para estar bien alimentado, e introducen otros alimentos antes de cumplir este plazo", añade.

Por eso insiste en que las campañas deben ser más agresivas. Las madres deben entender que la primera condición para lactar es tener paciencia. La segunda, tener apoyo de la pareja y la familia, y la tercera es tener conocimiento suficiente sobre la importancia de este alimento en los primeros seis meses de vida de su hijo. En eso la ciencia ya está haciendo grandes aportes.