Catalina Gallo.

PSIQUIATRÍA

"Me siento liberada": Catalina Gallo

Los pacientes diagnosticados con bipolaridad viven su enfermedad en secreto. Esta mujer decidió romper su silencio y contar su historia.

3 de diciembre de 2016

Hace diez años a Catalina Gallo, reconocida periodista bogotana de 49 años, le diagnosticaron trastorno bipolar, una enfermedad caracterizada por episodios de depresión alternados por etapas de euforia. Como sucede con este tipo de dictamen, el primer prejuicio al que se enfrentó fue al suyo propio. “La sociedad privilegia la razón y tener una falla en la mente es un impedimento para vivir en sociedad”, dice. Pensó que si contaba la iban a rechazar y decidió callar para siempre. Solo unas pocas personas lo sabían. Sus hermanas, su esposo, un par de amigas. “Los demás creen que uno no va a ser funcional y el riesgo de perder el trabajo es alto. La gente empieza a tenerte miedo. Un enfermo mental es alguien del que se tienen que cuidar”.

De ahí en adelante tuvo que lidiar en muchas ocasiones con los prejuicios de los demás. “La gente se burla de la persona con bipolaridad, usa el término cuando no es adecuado, hace chistes de la gente con depresión”. En una oportunidad tenía que hacer unos turnos de fin de semana en su trabajo, pero temía asumirlos porque parte de su tratamiento es descansar suficiente y no excederse en estrés. Le pidió una excusa médica a su psiquiatra y ella le recomendó no hacerlo. Lo decía por experiencias con otros pacientes. “No era buena idea que yo contara porque lo más probable es que luego encontraran una excusa para salir de mí”.

Ello le confirmaba que esta sociedad rechaza a los enfermos mentales y que estaba haciendo bien al quedarse callada. “Es producto de la ignorancia, pero era un indicador de discriminación”, dice. El estigma es un círculo vicioso. Algunos pacientes ni siquiera le cuentan a sus seres más queridos por miedo a que los juzguen. Otros ni aceptan la enfermedad. Así la carga es mayor porque viven en soledad y sin poder pedir ayuda cuando lo necesitan. Al mismo tiempo, el silencio hace que la gente no hable del tema y eso impide educar sobre la enfermedad. Al final es como si estos enfermos no existieran.

Lo grave es que el estigma influye en el tratamiento. “Muchos rechazan los medicamentos psiquiátricos en parte porque creen que son malos. Y sin ellos su vida es más difícil”. Catalina toma medicamentos, va al psiquiatra, hace ejercicio, maneja el estrés, no toma alcohol. “Las personas con bipolaridad que no hacen esto con juicio son un desastre. Yo he tratado de conocer mi enfermedad y detectar síntomas en el cuerpo que puedo detener a tiempo”.

Solo tras un proceso decidió contar su historia. Primero empezó a escribir el diario como terapia y en un momento pensó que su relato podía ser público, pero bajo un seudónimo. Su editor le dijo que el libro tendría mayor valor si ponía la cara. “Le comenté a mi esposo y luego a mis hijos de 17 y 14 años. Ellos no sabían que tenía trastorno bipolar. Yo se lo escondí porque no pensé que necesitaran saberlo”. Luego de leerles una parte del borrador la apoyaron.

“A raíz del libro me han dicho que soy valiente. Aparecieron otros amigos que tenían algún conocido con bipolaridad y vi que hay muchos más de los que imaginé. Todos lo viven a escondidas”. Nadie tiene que contar que padece diabetes o es hipertenso, pero estos enfermos saben que pueden hablar con naturalidad de esas condiciones y encontrar apoyo de la sociedad. “Quienes tienen enfermedades mentales sienten temor hasta de ir al psiquiatra. Montones de personas funcionales viven con miedo de que les descubran el secreto”.
Contar o no contar es una decisión personal. Pero todos deberían tener derecho a hablar libremente de su enfermedad. “Yo me siento liberada, pero el estigma sigue ahí para muchos”.