PSIQUIATRÍA

¿Adictos al sexo?

El escándalo de Harvey Weinstein revivió la polémica de si existe la adicción al sexo o es una excusa para esconder comportamientos abusivos. A pesar del debate, muchos centros en el mundo se especializan en tratar a estas personas.

21 de octubre de 2017
Aunque se debate si es una enfermedad o no, algunos expertos dicen que la adicción al sexo está aumentando. Fotos: Getty Images y AFP

Michael Douglas, Tiger Woods y Charlie Sheen tienen en común ser ricos, famosos y haber estado internos en programas contra la adicción al sexo tras protagonizar escándalos que destrozaron sus matrimonios y afectaron sus carreras. La semana pasada uno más se sumó a la lista: Harvey Weinstein. Ante las acusaciones de acoso sexual, por las que pasó de ser el productor de Hollywood más exitoso al más despreciado personaje del planeta, Weinstein se internó en un centro de rehabilitación para esta enfermedad conocido como The Meadows, el mismo donde Woods se refugió luego de divorciarse.

El lugar es un lujoso rancho en Arizona con spa, piscina, establos y hermosos jardines, en el que los pacientes pagan 60.000 dólares por un programa de 45 días. Muchos expertos, sin embargo, señalan que Weinstein poco o nada tiene que hacer allá, en gran parte porque aún se debate si esta adicción es real y hay que tratarla como la del alcohol, las drogas y el juego, o si simplemente se trata de una carta que muchos juegan cuando caen en infidelidades y acoso sexual.

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Algunos creen que la adicción al sexo es tan real como la adicción a las compras, al juego, al internet, a las sustancias psicoactivas. El sexólogo José Alonso Peña explica que una adicción es la necesidad compulsiva de algo que sirve para aliviar tensiones, estrés o malestares emocionales. En este caso, “existe una necesidad compulsiva de tener relaciones sexuales, o consumir contenidos relacionados con el sexo, como pornografía, o masturbarse y crear fantasías”. Son personas como Nick, un hombre casado que relató su historia al diario londinense The Guardian. Antes de recibir tratamiento, solía salir a las tres de la mañana de su casa a un sitio solo y oscuro para ver videos triple X y satisfacerse a sí mismo. En una sola noche podía repetir el proceso hasta tres veces. “Si estoy resuelto a hacerlo a esas horas, es porque hay algo malo en mi cerebro”, dice.

Las investigaciones del psiquiatra francés Laurent Karila sugieren que entre 3 y 6 por ciento de la gente sufre de este tipo de adicción, y que el 80 por ciento son hombres. Algunos expertos señalan que el fenómeno aumenta debido a que las nuevas generaciones están expuestas a pornografía en mayor cantidad y desde edades más tempranas, por causa del internet.

Pero otros no concuerdan con esa posición. Incluso el Manual de Diagnóstico de Enfermedades Mentales, o DSM5, considerado la biblia de la psiquiatría, no lo ha incluido, pues considera que no existe suficiente evidencia. El año pasado, la Asociación Estadounidense de Consejeros, Terapeutas y Educadores Sexuales también negó la existencia de esa condición. David Ley, psicólogo de la Universidad de Nuevo México y autor del libro El mito de la adicción al sexo, señala que los medios de comunicación han usado tanto el término que ya perdió su sentido, y el ejemplo de Weinstein es la prueba más reciente de ello.

Según Ley, todos explican cualquier comportamiento sexual extremo como adicción al sexo. Hasta las esposas califican de enfermos sexuales a sus maridos cuando resultan infieles. Y varios estudios han observado que los educados en hogares conservadores y muy religiosos se consideran a sí mismos adictos al sexo por conductas en realidad normales. “No se exponen al porno más que otros, pero se sienten peor que los demás cuando lo hacen”, dice. Además, muchos de los que dicen serlo casi siempre son egoístas, poderosos y ricos que no quieren asumir su responsabilidad al mantener una conducta inapropiada. El terapeuta sexual Marty Klein explica que cuando a un adicto se le quita su droga, sufre alucinaciones, insomnio y vómito. “Pero quítele el sexo al supuesto adicto y solo tendrá mal humor”, agrega.

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Por todo esto muchos expertos creen que buena parte de quienes dicen sufrir adicciones sexuales son meros depredadores porque sus acciones no tuvieron en cuentan el consentimiento de las otras personas. “Podrían controlar sus impulsos, pero deciden no hacerlo”, dice Holly Richmond, terapeuta de Los Ángeles. Otros tienen una conducta sexual compulsiva, en cuyo caso el comportamiento es el problema y no el sexo. Para muchos, el poder asume un papel importante, según Joahn Sorensen, un terapeuta experto en adicciones, pues “el adicto solo quiere resolver el tema sexual, pero para ellos el sexo es una manera de ejercer poder y control”, dijo al diario Sunday Times. Por eso, asegura Sorensen, en Hollywood casos como el de Weinstein son endémicos. Para Posada es importante diferenciar qué casos implican adicción sexual y cuáles corresponden a “personas con rasgos sociopáticos, egocéntricos, que no sienten culpa por su comportamiento”.

Según Peña, una manera de hacerlo es observar si ante la ausencia del objeto de satisfacción, aparecen la irritabilidad, la sudoración, la ansiedad y otros síntomas del síndrome de abstinencia. Pero si la persona pasa “periodos largos sin tener relaciones sexuales y no sufre estos síntomas, entonces no sería una adicción”, dice. Otros, como Jay Parker, dueño de un centro de rehabilitación en Seattle, señalan que los adictos al sexo no son sociópatas ni psicópatas porque tienen conciencia y pueden diferenciar entre el bien y el mal. Se debe encontrar los orígenes de su problema en traumas de la niñez.

Esta acalorada discusión, sin embargo, no ha sido obstáculo para que muchos centros especializados en rehabilitar alcohólicos y drogadictos también ofrezcan ayuda para este problema. Algunos cobran 10.000 dólares, pero otros como Cliffside, en California, o Promises, al que acudió Charlie Sheen, pueden costar entre 52.000 a 85.000 dólares al mes. No obstante, el más exclusivo de todos, Kusnacht Practice, se encuentra en Suiza y cobra 10.000 dólares diarios, pero solo acepta individuos que se comprometan a pasar allí por lo menos un mes. Cada cual vive en su propia villa, sin contacto con otros pacientes, y con opción de chef y otras comodidades. Se les ofrecen clases de yoga, reflexología masajes y acupuntura. En Estados Unidos, la mayoría proporciona terapias grupales e individuales, consejería y medicación con antidepresivos, estabilizadores del ánimo y drogas que reducen el efecto de los andrógenos, para mermar las ansias de sexo. La mejor garantía de que no recaigan en el problema es matricularlos en el programa de los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos. Aunque a estos últimos se les pide sobriedad total, quienes buscan tratamiento para su adicción al sexo no tienen que ser célibes, pero sí dejar atrás los comportamiento sexuales compulsivos.

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Pese al auge de estos programas, expertos como Ley creen que estas terapias no sirven, pues no hay evidencia de que “dicho tratamiento ayude a cambiar su comportamiento sexual”. El experto citó un estudio hecho en Europa recientemente con individuos que acudían a un programa para tratar su enfermedad en un centro especializado. El trabajo concluyó que 90 por ciento de ellos tenían al menos un problema mental relevante, y el comportamiento sexual era simplemente un síntoma. Posiblemente, ese sea el caso de Weinstein, un personaje que tal vez se acostumbró a usar su poder y estatus para acosar sexualmente a las mujeres, y eso, más que una enfermedad, revela un gran desprecio por el otro y una gran inhabilidad para reconocer la autonomía femenina.