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Como grandes

En Medellín hay auge de discotecas para menores. Cómo son y quién controla esta fiesta nocturna para adolescentes.

14 de febrero de 2005

El lugar arde. Más de 150 menores bailan en el breve espacio del salón donde antes había una vieja fonda de música montañera y ahora funciona la pista para bailar reggaetón. Los chicos que tienen pareja bailan apretado y se sienten desinhibidos mientras los demás miran al techo o al piso y cantan el estribillo de la melodía que suena: "¡Me voy de cacería!".

Es la fiebre de las discotecas juveniles que contagia a cientos de menores en Medellín y sus municipios vecinos. Los más jóvenes tienen 13 años y los mayores, 18 ó 19. "Si lo ven a uno con cara de viejo no lo dejan entrar", dice Juan Pablo Ospina, de 15 años. Un portero con altoparlante anuncia el nombre del joven solicitado a la entrada pues los adultos tienen estrictamente prohibido el ingreso al lugar, así sea para recoger a sus hijos.

Es como jugar a ser grande, y para probarlo sólo basta mirar a las niñas que lucen escotes y minifaldas y los niños con piercings y pelo engominado. Aunque en el sitio sólo venden agua, bebidas energizantes, gaseosa y dulces, el ambiente es parecido a las discotecas de los adultos. La entrada cuesta entre 4.000 y 8.000 pesos, y los viernes y sábados los sitios están a reventar. Cuando suenan las 12 campanadas prenden las luces para indicarles que la rumba se ha terminado. "A veces ponen música aburrida y con eso nos sacan rápido a todos", dice Juan Pablo.

La propiedad con que asumen esta nueva forma de diversión da a entender que son otros tiempos y que esta chiquillada tiene poco que ver con la de antes, cuando los jóvenes organizaban sus fiestas de 15 años en casas de amigos, en clubes sociales o simplemente se iban a los centros comerciales. Este nuevo espacio es mucho más interesante, según dicen ellos, porque pueden bailar, escuchar música y al final de la noche pedirles el número de teléfono a las niñas.

Estos espacios, conocidos en España como 'discotecas light', se establecieron para que los jóvenes puedan divertirse sin necesidad de consumir alcohol o drogas. "De esta forma aprenden a no atribuirle la alegría que viven al consumo de narcóticos", dice Napoleón Villarreal, del Departamento Administrativo de Bienestar Social del Distrito de Bogotá. Así, cuando sean grandes es probable que no sientan la necesidad de este tipo de estimulantes para estar alegres. Estas discotecas son conocidas en otros países de Latinoamérica y han tenido un auge reciente en Medellín gracias a la llegada del reggaetón y los sonidos electrónicos, difundidos masivamente por radio y televisión. En Bogotá ha habido propuestas de empresarios de bares para hacer algo similar pero aún no existen oficialmente discotecas para menores.

¿DISCOTECA A LOS 14 AÑOS?

Y aunque para los jóvenes es un plan sano y seguro, la moda de las discotecas juveniles está generando inquietudes entre los padres, quienes temen que los muchachos terminen enganchados desde temprana edad al consumo de cigarrillo o alcohol y, peor aún, al uso de estimulantes ilegales.

Un informe del diario El Mundo, de España, publicado el año pasado mostró que los jóvenes españoles ingresaban todo tipo de drogas a dichos establecimientos y los propietarios no decían ni mu.

En un recorrido por esos sitios en Medellín, SEMANA comprobó que entre los jóvenes el consumo de tabaco es alto. Uno de los propietarios de las discotecas observa que controlar el consumo de drogas como la marihuana es muy fácil, por su olor, pero hacerlo con otros estimulantes es mucho más difícil. "Si alguien entra una pastilla de éxtasis y la mezcla con agua o gaseosa, o si un muchacho llega embriagado desde afuera, es muy difícil detectarlo. Y uno no les vende cigarrillos, pero ellos traen los suyos".

En el Crazy's Club, only for minors (El club de los locos, sólo para menores) hay un estrecho salón dedicado exclusivamente al baile del reggaetón. De allí, donde cuelgan del techo bacinillas y carrieles, se sale a una bodega gigante que tiene la apariencia metálica de las discotecas de música electrónica. Al centro, sobre un altar, está el DJ Pipe, una especie de sacerdote musical encargado de operar los mezcladores y los discos que energizan a los menores y los ponen a saltar.

Juan Esteban, de 14 años, Cristian, de 14, y Jonathan, de 13, acaban de ingresar al club después de una requisa de rutina que incluyó quitarse los zapatos y que se les practica a todos los jóvenes. "Nuestras mamás nos dieron la plata para la entrada (4.000 pesos cada uno) y también recogemos del dinero del colegio. Venimos a estar un rato fuera de la casa, a bailar, a ver las pollas (niñas) y a estar con gente del tamaño de uno", dicen los muchachos.

Según su administrador, Ignacio Gutiérrez, tiene la ventaja de estar al lado de la Cuarta Brigada del Ejército, una zona de acceso restringido y vigilada siempre por un piquete de soldados. En el barrio Castilla, por ejemplo, un sector más populoso en el noroccidente de la ciudad y donde funcionan otros tres establecimientos de ese tipo, la Policía está encargada del control.

El gobierno de Medellín exige a las discotecas juveniles los mismos requisitos que a los demás establecimientos abiertos al público, además de la prohibición expresa del expendio y consumo de bebidas alcohólicas. La actitud oficial es no tener prejuicios morales frente a esos lugares. Los adolescentes están a mitad de camino entre la infancia y la mayoría de edad y demandan un espacio para sus intercambios sociales. Y es mucho mejor que esto ocurra bajo la mirada atenta de los organismos de seguridad y control, y con un diálogo responsable y abierto entre padres e hijos.

Según Margarita Herrera, terapeuta de familia, es inadecuado hacerles un examen esquemático a las discotecas juveniles para ver si son buenas o malas. Lo recomendable es que los padres acompañen a los menores en su familiarización con esos nuevos espacios. "Es importante crear límites en horarios y en frecuencias de uso para que no sean fuente de desmanes ni hábitos nocivos y para que no sean la única rutina de diversión nocturna que tengan los muchachos". Para Villarreal, esta estrategia va en la misma dirección de la idea de rumba sana establecida por el alcalde Antanas Mockus en Bogotá. "Es una nota. Los jóvenes necesitan crear espacios de goce y aprender a disfrutar la vida sin drogas".

A los menores entrevistados les gusta estar en ambientes parecidos a los de las discotecas de adultos pero sin adultos, y en los que se liberan de los controles familiares que les resultan "aburridos". Pero es indispensable que los padres y las autoridades asuman la tarea de hacer que esa rumba sea tan sana como responsable.