comportamiento

Con todos los juguetes

Ni los más costosos ni los que tienen la mejor tecnología son necesariamente los mejores. ¿Cuál es el regalo ideal para un niño?

12 de febrero de 2006

Ha llegado Navidad. Y con ella, la ineludible misión de los padres de salir a buscar los juguetes que adornarán el arbolito en nochebuena. La tarea puede resultar bastante ingrata, pues entrar a una juguetería en estos días es como ingresar al campo de batalla de una película de ciencia ficción. De las estanterías asoman brazos de robot en cuyo extremo se halla una pinza que cierra y abre al accionar un botón; colecciones enteras de cyborgs y mutantes en guerra; muñecos de 30 centímetros de alto armados hasta los dientes de cuchillos, lanzallamas y metralletas que arrojan diminutas balas para aniquilar a sus monstruosos enemigos. Todo esto sin contar los juegos de video, los iPods o los juguetes electrónicos que no parecen exigir mucha creatividad. "Con frecuencia los juguetes reflejan la cultura del momento e indican los cambios y las tendencias sociales", le dijo a SEMANA Kathleen Alfano, quien ha dedicado más de 25 años a investigar el desarrollo infantil y hoy dirige, en Búfalo, Estados Unidos, el laboratorio de Fisher-Price, una de las fabricantes de juguetes más grandes del mundo. Muchos de los padres se preguntarán cuáles son las implicaciones de dichos cambios y si los nuevos juguetes realmente estimulan el aprendizaje de sus hijos o, por el contrario, los truncan. Para la educadora y directora del centro Huellas, Juanita Boada, no hay duda de que los niños de hoy constituyen una generación totalmente distinta de seres humanos. Una generación que está desarrollando de manera acelerada algunas características como la percepción audiovisual, la capacidad de abstracción y la motricidad fina. Pero que, al mismo tiempo, corre graves riesgos, pues está mucho más limitada físicamente, lo que va en detrimento de su motricidad gruesa y hace a los niños más perezosos, sedentarios y tendientes a la obesidad. Además, se trata de una generación con poca tolerancia a la frustración, un rasgo que se desarrolla fundamentalmente con las actividades lúdicas de la primera infancia. Puesto que buena parte de sus juegos no tiene mayor grado de dificultad, los niños suelen conseguir sus objetivos prácticamente sin esfuerzo, y esto los hace más vulnerables a desórdenes emocionales como la depresión o la ansiedad. Simulacro del mundo Y es que el juego, durante los primeros años de vida, es mucho más que una simple forma de matar el tiempo. "Es el principal mecanismo de aprendizaje de un niño. Le enseña todo lo que necesita para enfrentarse a la vida, pues si entiende el pequeño mundo de sus juegos, también entenderá el mundo grande", afirma Boada. En efecto, el juego es el motor de desarrollo de todos sus procesos emocionales, motores y cognitivos. Y, a la vez, es el medio más importante de expresión de lo que está viviendo y sintiendo, puesto que no ha llegado aún a su madurez lingüística. Durante los primeros 18 a 24 meses de vida, el niño se encuentra en la etapa que los sicólogos llaman sensorio-motora. Es decir, aquella en la que sus principales herramientas para explorar el mundo son sus sentidos y en la que aprende sus primeros movimientos. Dado que todavía no habla, sus juegos consisten en tocar, oler, ver, oír y llevarse a la boca todo lo que encuentra. En otras palabras, experimentar a través del cuerpo. Hacia los dos años de edad ocurre un cambio que revoluciona la forma de percibir y relacionarse con los objetos y las demás personas: el niño aprende a hablar. La aparición del lenguaje implica que ya puede hacerse representaciones del mundo y es entonces cuando aparecen los juegos de roles. El niño se interesa por imitar a sus padres, a sus profesores y a todos sus modelos de comportamiento. En esta etapa, además, se dan impresionantes desarrollos en la imaginación. Aparece el juego social, puesto que hay mayor capacidad de comunicación, y los pequeños empiezan a entender, mediante el razonamiento de causa y efecto, que sus acciones cambian el medio. Logran entonces resolver pequeños problemas en sus juegos. Antes de comprar... Hay que tener en cuenta que "no existen reglas generales en el desarrollo de los niños", según afirma Paula Andrea Bernal (MA), sicóloga infantil y directora del centro Maitri para el desarrollo de los niños. Así, un determinado juguete puede no interesarle en absoluto a un niño cuando se lo regalan, pues no va acorde con su proceso. De ahí la importancia, a la hora de visitar la juguetería, de que los padres observen a su hijo y conozcan en qué etapa de su desarrollo se encuentran (ver recuadro), comprendan qué les gusta y qué están en capacidad de hacer. "Es un error común comprar un juguete según el gusto del papá", añade Bernal. Es necesario, además, entender que el mejor juguete no es necesariamente el más costoso. Ante todo, un buen juguete debe estimular la creatividad, la imaginación y los sentidos. Un aparato que se limita a una sola acción (como por ejemplo un carro eléctrico), seguramente agradará al niño al principio, pero sólo le servirá para hacer esa acción (ir hacia delante), y lo más probable es que se aburra rápidamente de él y no le enseñe nada importante. "El mejor juguete es el que permite hacer muchas cosas en diferentes momentos de la vida. Mientras más posibilidades tenga un juguete, mientras más flexible sea, tanto mejor", dice Bernal. De ahí que, por sorprendente que parezca "el mejor juguete siga siendo la pelota". Con ella los niños no sólo desarrollan sus habilidades motrices y su captación espacial. También estimulan su imaginación y en muchos casos la socialización. Por supuesto, no hace falta quedarse con la pelota cuando existen las posibilidades de los juegos interactivos que, bien escogidos, estimulan el aprendizaje, la resolución de problemas y el pensamiento lógico. Y no se debe olvidar que el juego debe surgir de una motivación interna del niño y no de una imposición externa. Al fin y al cabo, jugar es divertirse.