Sara Amaya es fisioterapeuta del Hospital San José. | Foto: Juan Carlos Sierra

INFORME ESPECIAL

“Después de trabajar 12 horas, valoro el aire que respiro sin ese tapabocas"

Sara Amaya, terapista respiratoria, hoy atiende diez pacientes o más por noche en una UCI. Siente impotencia pues a pesar de que hace todo lo posible por ayudarlos, algunos de un momento a otro se descompensan y mueren.

1 de agosto de 2020

Cuando empezó la pandemia, todos sabíamos lo que pasaba en los hospitales de otros países y teníamos la expectativa de cómo nos iba a tocar aquí. Hoy puedo decir que es difícil, muy difícil. A veces hay diez pacientes a los que debes hacerles muchas cosas. Son muchos más de los que atendería en una noche normal, yo diría que el doble. Pero lo duro no es que sean más, porque yo he llegado a tener 10 o 20 pacientes en épocas normales y llevaba la cosa. Lo estresante es que antes eran patologías que ya conocía y que exigían un manejo habitual. En cambio, esto es algo nuevo. 

Hay pacientes que mejoran, pero otros, a pesar de todos los tratamientos, medicamentos y los procedimientos que les damos no responden. Es como si se estacionaran para luego fallecer de modo fulminante, imprevisto. Eso me da mucha impotencia y frustración pues sé que les puedo ayudar con mi conocimiento, pero lo hago y no funciona o no se ve que reaccionen. A veces mejoran, pero de un momento a otro se descompensan y mueren. Uno llega del turno y dice "cómo así, dios mío, ¿se murió tan rápido?". A veces el virus es muy agresivo con el sistema inmune y el cuerpo no les funciona. 

Recuerdo a un joven de 37 años al que tratamos desde que llegó. Hablé con él, me dijo que no tenia antecedente de enfermedad. Estuvimos tres horas con él. Le hicimos todo, no mejoró, lo intubamos, hizo múltiples paros y falleció. Escuchar cómo los familiares gritan ante la noticia me da escalofrío. Qué tristeza que entres al familiar consciente y te digan "no, falleció" y no lo pudiste ver. Cuando llega uno a la casa se queda con la duda de por qué a pesar de los conocimientos que tenemos, que son los máximos, no funcionó.

Sabemos que no es nuestro familiar, no tenemos vínculo con ese paciente, pero estas muertes nos afectan mucho en lo emocional y sobre todo cuando se va gente tan joven. Ver fallecer a alguien de 20 años, de 35, de 42, es muy duro. Obviamente los de 75 que fallecen dan pesar. Lo que digo es que a pesar de que estamos acostumbrados a que la UCI es un sitio donde la vida y la muerte conviven muy cerca, aquí estamos golpeados por cómo muere la gente y todos los días, prácticamente. 

Utilizamos todos los elementos de protección, pero me tengo que cambiar diez veces porque tengo que ver a diez pacientes y en cada paciente debo tener un traje diferente. Es un protocolo de seguridad y son muchas cosas que me tengo que poner y en un mismo día. Hacer esos cambios me sofoca y como no me puedo tocar nada, ni la cara, pues a uno le falta el aire. ¡Ay, valoro el aire que respiramos sin ese tapabocas! Yo he aprendido a disfrutar respirar. 

A pesar de que tenemos toda la protección, me da susto infectarme. Tengo dos niños adolescentes y me preocupa ser asintomática y contagiar a alguien y no saberlo. Y me duele cuando mucha gente cree que nosotros les llevamos el virus. En el conjunto donde vivo a uno lo ven como raro porque trabaja en la salud. La gente se va por escaleras cuando yo voy en el ascensor, uno siente eso y no lo saludan igual. Yo sé que uno debe estar distanciado, pero siento más distanciamiento con nosotros. He conocido compañeras que les dicen cosas por solo portar uniforme.