¿CUAL CALENTAMIENTO?

Es un libro reciente, un científco francés afirma que el efecto invernadero y sus dramáticas consecuencias son sólo un mito.

11 de enero de 1993

TODO EL MUNDO LO SABE: EL CLIMA se ha enloquecido. Y también se conoce el culpable: el efecto invernadero. El diagnóstico ha sido dado por los ecólogos: a menos que se haga algo, la temperatura global de la Tierra aumentará en cuatro grados durante los próximos 50 años son catastróficas consecuencias. En los últimos años, un constante SOS ha sido lanzado para salvar al mundo de esta catástrofe. La Tierra ha sido tratada como un paciente en estado terminal. El hombre resultó ser el agente responsable de sus múltiples patologías a través de la presión que sobre el medio ambiente ejercen la demografía galopante del Sur y el desarrollo industrial del Norte.
Según los geo-doctores, la raíz del problema es la acumulación por el hombre de gases de efecto invernadero en la atmósfera, que desemboca en una seria modificación climática. Las previsiones de aumento de las dos variables climaticas, la temperatura del suelo y el nivel de los océanos ( por expansión térmica del océano y como consecuencia del deshielo polar ), resultan aterradores:
aumentos de 1° a 8° C en menos de un siglo y disminuciones del nivel del mar que irían de uno a 24 centímetros por década. Las incalculables consecuencias ecológicas señaladas por los expertos van desde la pérdida de las franjas costeras, intensificación de la sequía y desaparición de los bosques templados hasta la extinción de sus especies nativas, dada la imposibilidad de adaptarse al aumento de temperatura.
Las recomendaciones para establecer restricciones a la producción de gases de efecto invernadero no se hicieron esperar. El ardiente verano y la sequía que azotó a Europa y a Estados Unidos en 1988 llegó justo a tiempo para encarnar las previsiones más pesimistas. Algunos creyeron encontrar en estas oleadas de calor estival la manifestación concreta y la prueba del tan anunciado aumento de temperatura. Fue entonces cuando los expertos se dedicaron a anunciar a diestra y siniestra sus temores acerca de las nefastas consecuencias.

TERRORISMO ECOLOGICO
Ahora, un científico francés, el ingeniero y ecologista Yves Lenoir pone en duda este dramático diagnóstico. En su libro "La verdad sobre el efecto invernadero" -ediciones La Découverte- el especialista sostiene que se ha abusado de los estudios sobre la evolución climática y demuestra que el incremento de la temperatura terrestre se debe muy poco a los gases de efecto invernadero y mucho a la circulación de las corrientes oceánicas, que son menos conocidas. Según el autor, el síndrome de catástrofe reinante actualmente en el mundo sobre los efectos del gas carbónico no sólo es científicamente injustificado sino peligroso, pues además de haber contribuido a dejar de lado otras amenazas mucho mas serias contra el medio ambiente puede llevar a reducir a nada la credibilidad científica y política de aquellos que verdaderamente luchan por preservarlo. "La amenaza climática se llevó por delante a todos los otros problemas ecológicos por tangibles e inmediatos que estos fueran, señala Lenoir. En la Cumbre de Rio en 1992, quedó absolutamente claro el poder que en unos cuantos años adquirió el lobby climático, hoy dispuesto a cobrar impuesto sobre la combustión de gas carbónico. Según dice, "allí se forjó un discurso sobre los grandes cambios climáticos del pasado y las evoluciones contemporáneas, articulado alrededor de algunas ideas simples que tienden a exaltar el papel de los gases de efecto invernadero".
Para comenzar, Lenoir sostiene que los grandes cambios que se han sucedido en el clima no son nada nuevo. El clima siempre ha variado, a veces en transiciones rápidas y amplias -como al final de la última era glacial- o a veces de manera cíclica, que ya habían sido observada por los Antiguos ( los escritos bíblicos referentes a las épocas de "vacas gordas" y "vacas flacas" cada siete años, evocan la recurrencia del fenómeno del Niño. Pero sostiene que también existen evoluciones más erráticas, menos atribuibles a una causa determinada. "Y los cambios actuales no pertenecen a ninguna categoría distinta de la que siempre ha caracterizado la evolución climática.
Pretender, a nombre de la precaución, alterar el curso del clima es tan absurdo como soñar con interrumpir el movimiento de la Tierra en su órbita".
¿Y DEL ENFRIAMIENTO QUÉ?
Pero, ¿existe verdaderamente una razón para temer un aumento de temperatura? Según Lenoir, cuando en 1979 un grupo de expertos entregó al presidente Jimmy Carter el estudio "Global 2000", los científicos aún consideraban el calentamiento relativamente positivo mientras que veían el enfriamiento como un fenómeno plagado de inconvenientes. Pero en 1985, después de la Conferencia del Medio Ambiente de Villach, en Austria, los conceptos cambiaron sin ninguna justificación. La conferencia estableció nuevos riesgos: un aumento de la sequía en el sur del Sáhara y al aumento en el nivel de los océanos.
Sin embargo el autor sostiene que la historia y las pruebas sedimentarias demuestran que sería más grave un enfriamiento que un calentamiento. Y explica que bastó con que la temperatura promedio fuera un grado menor que la actual para que, entre el fin del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, los países europeos tuvieran que soportar una "pequeña era glacial", caracterizada por terribles hambrunas. Por el contrario, el período de "clima óptimo", que comenzó hace 8.000 años, con temperaturas tan sólo dos grados superiores a las actuales, fue el momento propicio para que se diera, en el corazón mismo del actual desierto del Sáhara, un paisaje privilegiado de lagunas, llanuras y bosques, poblado de grandes animales.
Lenoir advierte que no es fácil explicar en unas cuantas palabras por qué las predicciones de los modelos de simulación climática son inconsistentes. "Posiblemente, y por paradójico que parezca, lo más sencillo sea demostrar cómo el aumento del efecto invernadero podría, en vez de desembocar en un calentamiento, precipitar la próxima glaciacion". Y explica que desde 1850 la acumulación antrópica (de origen humano) de gases de efecto invernadero en la atmósfera ha provocado un aumento estimado en 0.75 por ciento del flujo infrarrojo emitido de la atmósfera hacia el suelo. Según el autor, si el fenómeno se acentúa, es previsible que implique una disminución de los glaciares. Esto daría paso a un ligero calentamiento de la capa superficial de los océanos, sobre todo en el norte del Atlántico y alrededor de los polos donde la evaporación es mínima.
Un proceso climático fundamental podría entonces interrumpirse: la formación de aguas profundas oceánicas en altas latitudes, explica el especialista, quien señala que, a diferencia de lo que ha sucedido en los últimos 10.000 años, el agua de la superficie se tornaria menos salada. De este modo, perdería la densidad necesaria para hundirse luego de haber transmitido su calor al aire helado en invierno y a los icebergs en verano.
Esta "bomba de frío" oceánica, cuya potencia desafía a la imaginación, se atascaría brutalmente. "Como consecuencia de lo anterior el funcionamiento del clima variaría hacia la glaciación".
La "bomba de frío", a la cual Europa le debe sus inviernos más suaves que los de América del Norte, dejaría de operar. El clima se enfriaría rápidamente y el efecto invernadero atmosférico se reduciría por la baja del contenido de vapor de agua en el aire. Al expandirse los glaciares, las nevadas se prolongarían y, como tanto el hielo como la nieve absorben de cinco a 10 veces menos los rayos solares que el océano y la tierra no helada, el enfriamento no haría más que acentuarse. Es más -señala la restitución de gas carbónico por las aguas de las corrientes profundas sería más lenta, y la concentración de este gas en el aire tendería a disminuir. Las zonas pantanosas afectadas por el enfriamiento liberarian menos metano. Finalmente, como el contraste térmico entre los polos y la zona ecuatorial sería mayor, la circulación de masas de aire se aceleraría exportando el agua evaporada en el trópico hacia los polos, donde se precipitaría en forma de nieve y el desierto progresaría hacia el sur.
Una catástrofe de este tipo tuvo lugar hace 12.000 años. A pesar de un contexto oceánico que favorecía un calentamiento del clima (pues la mitad de los hielos formados durante la última glaciación ya se habían derretido), la interrupción de la formación de aguas profundas en el Norte del Atlántico tuvo como consecuencia una baja de 6° C 8°C de la temperatura en Europa. Mil años después, las corrientes se restablecieron y la temperatura en el continente europeo regresó a sus niveles normales. Mientras todo esto sucedia, el contenido de gas carbónico en el aire prácticamente no había variado.
Pero todo esto -señala el autor- no pretende ser una predicción sobre la próxima era glacial. "Aún falta mucho para poder poner a punto un modelo climático que reproduzca una tal bifurcación oceánica: los datos, los métodos y los medios son aún insuficientes. Pero, por el contrario, lo anterior si demuestra el rol ínfimo que juega el gas carbónico en las variaciones climáticas anteriores. Es más, si el régimen de aguas profundas efectuara una transición glacial, ningún aumento previsible del efecto invernadero sería capaz de dilatar significativamente elproceso".
El llamado que hace el ecólogo en su libro es que sería suficiente que la humanidad no cediera ante el hiperpesimismo. "No solamente el alarmismo no tiene un verdadero fundamento, sino que además priva del placer de descubrir el extraordinario campo de conocimientos que gira alrededor del concepto del clima". Sólo queda esperar que el pesimismo no perjudique el equilibrio de las investigaciones científicas sobre el tema y descarte las teorías útiles para mantener la preocupación en una forma ponderada.