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VIDA MODERNA

¿El café despierta?

Este reconocido periodista quindiano afirma que es cierto lo del resurgir en la producción cualificada del grano que identifica a Colombia en el mundo. Sin embargo, considera que la cultura del consumo de buen café sigue adormecida.

Darío Fernando Patiño
16 de mayo de 2017

En la década pasada, el Comité de Cafeteros del Quindío creó el evento ‘Quindío, café y sabor’. Convocó a un concurso con dos modalidades de gastronomía y una para encontrar la mejor taza de café, que fue la más difícil de calificar al haber muy pocos competidores.

Tras una intensa búsqueda los jurados encontraron, escondido en una papelería de Quimbaya, un establecimiento que cumplía los requisitos. Esa dificultad comprobó que, igual que en el resto del país, en el Quindío no se tomaba buen café.

El concurso duró poco por razones políticas, pero la inquietud quedó sembrada. Algunos cultivadores se abrieron a los nuevos conocimientos y aparecieron más tostadores. La idea de las certificaciones internacionales fue acogida con interés y se abrieron establecimientos que servían algo más que un ‘tinto recalentao’. Propietarios de fincas crearon sus marcas y pequeños productores se especializaron en sus variedades y en perfilar sus granos.

Hoy en el departamento hay unas 90 marcas y cada semana nace otra. Tímidamente en las ciudades ya se pregunta por el origen del café y por la altura a la que se cultivó. Se habla de acidez, de cuerpo, de notas, de fragancia y de aroma. Se han ido reemplazando la greca y la máquina de expreso como únicos equipos de preparación en sitios públicos y se han introducido métodos como los de filtrado e infusión. Se organizan catas y charlas, e incluso algunos lo compran en grano para disfrutar del placer de tomarlo en casa recién molido.

Se han abierto establecimientos que sirven algo más que ‘tinto recalentao’, y la greca y la máquina de expreso ya no son los únicos métodos de preparación.


Pero el auge en la producción no es paralelo al desarrollo de una cultura de consumo. Son pocos los restaurantes que ofrecen un buen café. Muchos creen que con incluir expreso, americano o capuchino ya logran un nivel de sofisticación. Ni qué decir de los hoteles y clubes sociales en donde compran el producto más barato. En eventos internacionales se sirve una bebida deplorable y es escaso o inexistente el de buena calidad en los supermercados. El que se les ofrece a los trabajadores es el que menos cuesta, y es malo el de los aeropuertos, cafeterías, consultorios, puestos callejeros, velorios, el del Congreso y quizá también el de la Presidencia.

Los cafés, entendiéndolos como sitios especializados para difundir una cultura de tomadores, son pocos. La mayoría de colombianos que va al exterior o recibe extranjeros no sabe preparar un buen café ni distinguirlo de uno malo: lo mismo da uno certificado de origen y recién molido y fresco, que uno instantáneo, por eso lo llenan de leche, azúcar o endulzante antes de sentirle sus características.

Ah, pero si vamos a otros países nos parece delicioso el café que tomamos en tarros gigantes, sin reparar en que por lo general es grano colombiano mezclado con cualquiera de África. Muchos años perdimos resignados a la condena impuesta por los dirigentes cafeteros de tomar la ‘pasilla’ (el desecho) y exportar el excelso. Por cuenta de eso vivimos orgullosos de producir el mejor café suave del mundo, aunque nos tomemos el peor café del mundo.