EL CENTENARIO DE LA DAMA

Hace un siglo, un excéntrico francés construyó lo que se ha convertido en el símbolo de la libertad en Occidente.

28 de julio de 1986

Tan majestuosa y desafiante, tan vulnerable y manoseada como el precio ideal de libertad que simboliza, The Lady, como la llaman los norteamericanos, esa descomunal figura de mujer que con sus 46 metros de altura constituye la primera imagen que salta a la vista de quien arriba al puerto de Nueva York, y que por años fuera la primera visión del Nuevo Mundo para los millones de inmigrantes que por allí llegaron a conformar la joven nación, está cumpliendo 100 años.
Y para celebrarlo, la ciudad que a regañadientes la recibiera hace un siglo como regalo del pueblo francés, fruto ante todo del empeño de dos hombres (Edouard Laboulaye, creador, y Federico Augusto Bartoldi, escultor) desplegará para celebrarlo una de las más faraónicas extravagancias hasta ahora vistas. Durante 4 días, cerca de 5 millones de visitantes se sumarán a los 7 millones de neoyorquinos para seguir de cerca el desfile de celebridades, embarcaciones, fuegos pirotécnicos, música, champaña y souvenirs con la estilización de la imagen de la estatua, que recorrerá Nueva York el viernes 4 de julio.
Encabezados por el presidente Ronald Reagan, el primer mandatario francés Francois Mitterrand, Lee Iaccoca, presidente de la Chrysler y cerebro de la fundación que se encargó de conseguir los 252 millones de dólares para el proyecto de restauración de la estatua y de la vecina isla de Ellis, más de un centenar de personalidades y las 4 mil personas que (por 10 mil dólares la pareja) tendrán acceso a la ceremonia, encenderán las luces que iluminan la recientemente restaurada estatua.
Hoy símbolo nacional por excelencia, la "madre de los exiliados" como la denominara la poetisa Emma Lazarus en la descripción inmortalizada en su pedestal, constituyó durante los años de la gran oleada de inmigración a América a finales del siglo pasado y comienzos de éste, imagen de refugio; oportunidades y esperanza. Más de la mitad de los hoy 220 millones de habitantes de los Estados Unidos descienden de los 16 millones de inmigrantes ingleses, germanos, escoceses, irlandeses, eslavos, italianos, griegos y judíos rusos que durante 32 años llegaron a América a través del centro de recepción establecido de 1892 a 1924 en la isla de Ellis, a sólo unos cuantos kilómetros de la isla de Bedloe, que Bartoldi escogiera desde el momento de su llegada a América, como sede para su obra.

NACE UNA ESTRELLA
Concebida en una velada de 1865, en la casa de campo del historiador y profesor de leyes, en las afueras de París, la estatua tenía por objeto constituirse en un gigantesco monumento a la democracia norteamericana, de la cual Laboulaye era profundo conocedor y admirador. Cuando se acercaba la celebración de los 100 años de la independencia de los Estados Unidos, la estatua constituía no solamente un reconocimiento del pueblo francés a un siglo de estrechas relaciones entre los dos países, sino también una forma de reafirmar el espíritu republicano de una Francia amenazada por la restauración de la monarquía, en tiempos previos a Napoleón III.
Entre los huéspedes de esa tarde se encontraba el escultor Federico Augusto Bartoldi. De mediano talento pero gran ambición y empuje, Bartoldi se sintió atraído con la idea de inmortalizarse con la construcción de tal coloso. No por su significado político, sino por la magnitud de la obra que en su imaginación fuertemente influenciada por su reciente visita a Egipto, se veía convertida en algo solamente comparable a las milenarias y gigantescas efigies de los faraones.
Seis años habrían de pasar sin embargo, antes de que la idea de Laboulaye lograra vislumbrar alguna posibilidad de concretarse. Durante ellos, Bartoldi estuvo trabajando constantemente en los esquemas hasta llegarle a proponer al entonces virrey de Egipto la construcción en la entrada del Canal del Suez de una gran estatua de una dama con una antorcha en la mano y un cántaro en la cabeza. Laboulaye, insistente, convenció sin embargo al escultor de que viajara a América con el fin de estudiar la posibilidad de que llevara a cabo su tan ansiado monumento a la libertad.

CENTAVO A CENTAVO
Es así como en mayo de 1871, el artista viajó a Nueva York con el fin de promover la idea entre los norteamericanos. Desde su llegada a la ciudad, Bartoldi comprendió que el sitio ideal para su obra era la isla de Bedloe, puerta de entrada al gran puerto. No encontró sin embargo un ambiente favorable y receptivo entre los americanos, quienes en no pocas ocasiones se mostraron escépticos y cínicos con respecto al valor de la estatua. El mismo The New York Times en un editorial de septiembre de 1876 la calificaba de "regalo divino".
Fue realmente la persistencia de Laboulaye, quien se dedicó a conseguir entre los franceses el millón de francos (cerca de 400 mil dólares de la época) requeridos para este financiamiento, y el trabajo creador de Bartoldi los que hicieron posible que en 1876 el brazo de la estatua sosteniendo la antorcha fuera presentado en la exposición de Filadelfia y posteriormente en el Madison Square Garden de Nueva York, despertando alguna atención considerable entre los norteamericanos
A partir de entonces, Joseph Pulitzer se empeñó desde su periódico de The World, en conseguir los fondos necesarios para el pedestal que requeriría la estatua. En 1885, después de una ardua labor de recolección centavo tras centavo, la campaña iniciada por Pulitzer alcanzaba su ansiada meta: 300 mil dólares. Es así como en junio de 1885, la fragata francesa Isére llegó al puerto de Nueva York portando los 200 cajones que contenían la magnificente escultura. "La libertad iluminando al mundo -como Bartoldi bautizó su obra-, no se asemejará a esos colosos de bronce tan venerados, sobre los cuales se ha declarado orgullosamente que han sido construidos". En deliberado contraste con los monumentos napoleónicos, la estatua de 46 metros de altura y 226 toneladas de peso fue construida en hojas de cobre martillado, con base en un molde de yeso logrado después de 9 mil mediciones y sucesivas ampliaciones de un modelo de 1.20 metros. La estructura de hierro que le sirve de esqueleto fue ingeniosamente diseñada por el más tarde creador de la Torre Eiffel, el ingeniero Gustavo Eiffel.
Definida por Laboulaye como un "faro iluminador" la antorcha iluminada por dentro fue vista más que como símbolo político, como una referencia a la reciente invención de la luz eléctrica y el brillante futuro.
Finalmente, el 18 de octubre de 1886, una nublada tarde de otoño, la estatua fue descubierta ante 3.500 personas reunidas en la isla de Bedloe para la ocasión. Irónicamente en el nacimiento público del monumento por excelencia a la libertad, símbolo encarnado siempre por figuras femeninas, solamente se encontraba presente una mujer: la esposa de Bartoldi. Eran días en los que las mujeres, aún en plena lucha por conseguir el derecho al sufragio, eran excluidas de la mayoría de las ceremonias públicas. Laboulaye y Bartoldi habían logrado su propósito. Ella misma, The Lady, había tenido que labrarse su camino hacia América.

LA FIESTA
A diferencia del Tío Sam, de marcada apariencia yanqui con la cual ningún mediterráneo o negro podría identificarse, la estatua de la libertad constituye el símbolo perfecto de una nación en constante lucha entre la diversidad y la homogeneidad. Su fuerza simbólica, sin embargo, ha ido transformándose y deteriorándose con el tiempo. Para las nuevas generaciones de inmigrantes llegadas ya no a través de la isla Ellis sino de la porosa frontera con México, la maternal figura de Nueva York se ha convertido en una ironía, en una amable burla.
Pero ninguna de estas consideraciones logrará opacar la fastuosa celebración que se aprestan a organizar los norteamericanos encabezados por el veterano empresario de Hollywood David Werp, quien ya diera prueba de su habilidad para el gran espectáculo con las ceremonias de inauguración y clausura de los Juegos Olimpicos de Los Angeles hace dos años. Ni hacer menos rentable el multitudinario negocio montado alrededor de estos festejos en la gran noche de gala del 3 de julio, cuando además de encenderse la antorcha nuevamente, serán condecorados con la "Medalla de la Libertad" personajes tan diversos como Henry Kissinger, Bob Hope, Celia Cruz, Anthony Quin, Mongo Santamaría y Franco Zefirelli, entre muchos otros.
Simultáneamente, en 44 poblaciones diferentes de los Estados Unidos, 25 mil personas prestarán juramento como nuevos ciudadanos norteamericanos. Al día siguiente, el viernes 4, el puerto de Nueva York se verá engalanado por la presencia de 35 buques insignias, entre ellos el Gloria de la Armada colombiana, que con 21 cañonazos saludarán al presidente Ronald Reagan cuando llegue a las 9 de la mañana para dar comienzo a la revista naval por el río Hudson.
En la noche, el concierto de los Boston Pops se robará el show antes del deslumbrante espectáculo de fuegos pirotécnicos que será transmitido en directo por la cadena de televisión ABC, que pagó 10 millones de dólares por los derechos exclusivos de transmisión de todos los eventos del centenario.
Pero sólo el sábado se reabrirá oficialmente la estatua, cuando desde el Central Park y con la presencia de figuras como Plácido Domingo, la Orquesta Filarmónica de Nueva York presentará un concierto al aire libre para medio millón de espectadores. Con tiquetes a precios que varian entre los 10 mil y los 25 mil dólares según el espectáculo, el centenario de la estatua, que algunos historiadores han calificado como "una vergonzosa orgia de comercialización", se constituirá en el acontecimiento del año para muchos neoyorquinos, la mayoría de ellos herederos de los inmigrantes que durante el último siglo llegaron en oleadas incesantes atraidos por el sueño de la libertad.