EL DILEMA

Una prueba que puede predecir el mal de Alzheimer pone a los científicos ante la disyuntiva de si deben decirlo o no a los pacientes.

4 de diciembre de 1995

NO HAY NADA QUE LA CIENCIA médica pueda hacer por ayudar a un paciente de Alzheimer. Este terrible mal, que lentamente deteriora las facultades mentales, se cierne sobre muchas personas como una espada de Damocles. A pesar de ser uno de los temas más investigados del siglo XX, aún son más los interrogantes que las respuestas. La gran conquista ha sido establecer una prueba que puede predecir si alguien sufrirá la enfermedad. Pero este avance ha puesto a los científicos ante un dilema: decirle o no a sus pacientes que con los años padecerán un mal para el cual no existe ni cura ni remedio. Pero, ¿quién quiere saber que en un futuro no reconocer ni a su propios hijos? Más que una ventaja, el diagnóstico temprano del mal de Alzheimer puede convertirse en una tortura.
El mal de Alzheimer es una enfermedad degenerativa del cerebro cuyos síntomas fueron descritos por primera vez en 1906 por el neuropatólogo alemán Alois Alzheimer. Ordinariamente las células cerebrales liberan químicos que les permiten llevar y recibir mensajes; en la enfermedad, el cerebro no produce estas sustancias, lo cual impide la comunicación entre neuronas. Sin esta activitidad las células se deterioran y mueren. Esta degeneración sucede solamente en la parte del cerebro que tiene que ver con la memoria, el habla y la personalidad, dejando intactas las partes que controlan otras funciones corporales. Todo ello sucede gradualmente. El mal puede empezar 20 años antes de que la persona note cualquier síntoma. El principal indicio es el gradual aumento de la pérdida de la memoria. A medida que la enfermedad avanza, la persona llega a olvidar incluso la identidad de sus familiares. Eventualmente olvidará también cómo caminar, comer o ir al baño. Pero el Alzheimer no sólo borra la memoria, también altera la personalidad, y el sentimiento de pérdida puede conducir a una gran depresión.
Hasta el momento no se sabe exactamente qué causa el Alzheimer, pero sí que existe un fuerte componente hereditario. Una persona cuyos padres han sufrido la enfermedad tiene cinco veces más probabilidades de desarrollarla. Aunque se han visto casos de Alzheimer en personas de 20 años, estos son muy raros. Se estima que entre el 5 y el 10 por ciento de los pacientes lo sufren a los 60 años; el 20 por ciento a los 70 y el 40 por ciento a los 80 años. En los últimos años los investigadores han descubierto que la enfermedad está relacionada con la presencia de un gene -llamado ApoE4-. Y según las estadísticas científicas, la gente con una copia de este gene tiene un 50 por ciento de probabilidades de sufrirla a los 80 años, mientras que en aquellos con dos copias la probabilidad es de un 90 por ciento. Aunque la prueba genética predice una susceptibilidad, no da una certeza. Y los científicos tampoco pueden predecir a qué edad se empezará a desarrollar la enfermedad.
Tampoco existe ningún tratamiento que ofrezca alivio. La única droga que ha sido aprobada en Estados Unidos para tratar el Alzheimer apenas logra ofrecer una leve y temporal mejora de los síntomas y sólo ha mostrado efectividad en el 20 por ciento de los casos. El resto son promesas. Se cree que la terapia de reemplazo de estrógeno puede proteger las células cerebrales contra la enfermedad porque en las mujeres posmenopáusicas que la han tomado la enfermedad muestra un desarrollo más tardío.
Algunos laboratorios están trabajando en medicamentos antiinflamatorios utilizados contra la artritis a partir de la idea de que el mal puede responder a una inflamación del cerebro. La mayor esperanza está puesta en una droga diseñada por investigadores de Duke University, que ha mostrado que podría ser efectiva si se aplica en los estadios tempranos.
Y el gran avance con respecto al Alzheimer tiene que ver con el desarrollo, en el último año, de una prueba capaz de identificar la enfermedad en sus fases tempranas. El examen, realizado por el siquiatra Gary Small, de la Universidad de California, en Los Angeles, podría predecir la enfermedad incluso décadas antes de que la habilidad intelectual empiece a declinar. Pero no es sencillo para un médico decirle a su paciente que sufrirá una enfermedad que lo llevará a morir en vida porque la ciencia no puede hacer nada para evitarlo.
Este dilema tiene dividida a la comunidad científica que hace unos días se reunió en Chicago -sede de la Asociación de Alzheimer-. Los defensores señalan que hace 20 años se presentó la misma discusión acerca del cáncer. Entonces se decía que el diagnóstico temprano de una enfermedad, que en la década de los 70 era terminal, sólo lograría amargarle a los pacientes los años que les quedaban de vida. Dar un diagnóstico sin poder ofrecer cura ni remedio es un duro golpe sicológico. Sin embargo el diagnóstico temprano del cáncer terminó siendo la manera más efectiva para combatirlo.
Luego de varios días de deliberaciones los investigadores decidieron no recomendar por ahora usar esta prueba para diagnosticar el mal, puesto que no existe ninguna forma de prevenirlo o tratarlo. El compromiso fue el de realizar nuevas investigaciones que conduzcan a determinar los riesgos con mayor exactitud. Hasta cuando no se tenga alguna droga efectiva o algún indicio de cuales cambios en el estilo de vida podrían ayudar, los científicos creen que no existe ninguna razón para advertirles a sus pacientes sobre el infierno que les espera a ellos y a sus familias.

EL LEGADO DE REAGAN
HACE 12 AÑOS, el presidente Ronald Reagan designó a noviembre como el Mes de la Enfermedad de Alzheimer. Lo que no sabía era que una década más tarde él recibiría el diagnóstico de esta dolencia incurable. La semana pasada su esposa. Nancy, anunció la creación del Instituto de Investigaciones sobre el mal de Alzheimer, el cual llevará sus nombres. "No podemos esperar ya más para intensificar las investigaciones -dijo la señora Reagan-.
Ronnie y yo queremos apoyar ese esfuerzo. Si puede lograrse una cura, quizás la gente no tendrá que seguir perdiendo de esta manera a sus seres queridos".
Consultada sobre la salud de su esposo, dijo: "El está bien. Disfruta yendo cada día a la oficina, jugando al golf y asistiendo a la iglesia. Los fines de semana y los días festivos los pasamos con nuestros hijos y nuestros nietos". La fundación suministrará subsidios para investigación a la Asociación de Alzheimer de los Estados Unidos, con sede en Chicago, y coordinará a los científicos, firmas farmacéuticas y de biotecnología de ese país, donde cuatro millones de personas son aquejadas por la enfermedad.